Que más quisiera

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Soñaba con ella constantemente y no solo cuando dormía.

Mujer pálida de cabello largo, oscuro y rizado, delgada como un hueso, fina como una muñeca; facciones pequeñas mas precisas, así como sus senos, y sus manos adornadas por largos dedos de pianista, dando la impresión de ser hechos a medida, mi medida. Su perfil bajo, ropa oscura, y pasión singular por la bicicleta, la literatura y el cine, me incitaban a querer saber más y más sobre esa maravillosa e interesante chica. No lo esperé a primera vista, claro está, en ese instante ella para mí era tan solo una muchacha linda de tantas que han llegado a cruzar por mi radar, pero al brotar las palabras de sus labios con tanta determinación y seguridad, fue que lo supe, admirable Policarpa.

Las calles la observaban sobre dos ruedas, con casco, chaqueta rompe vientos y gafas de sol oscuras: moviéndose como un gato entre buses, carros y camiones en aquella ciudad tan furiosa, intensa y hacinada, caótica capital. Recuerdo la vez que me comentó lo importante que era montar para ella, la catarsis experimentada resultaba mejor que cualquier tratamiento psicológico, medicamento químico o remedio casero. Ride or die fueron las palabras que utilizó para expresar lo indispensable que resultaba montar en su día a día; después de haber estado a punto de tocar las manos de la muerte, con la punta de los dedos, por un accidente producido por el choque contra un auto en movimiento.

El casco le salvó la vida y las ganas de rodar aumentaron.

Las secuelas producidas no fueron sencillas de sobrellevar, porque además de severas resultaron diversas, tanto de índole físico como psicológico: la depresión, el insomnio, y los meses de incapacidad por las diferentes fracturas en sus extremidades, alteraron su vida por completo, dejando fantasmas de aquel accidente hasta hoy día. Hicieron presencia cicatrices espirituales innegables, como las noches en vela y la mirada abundante de tristeza, convirtiéndose en algo más profundo que un sentimiento pasajero, un vacío existencial a altas horas de la noche, o incluso el desenlace de una larga jornada de insomnio en la madrugada. 

La nostalgia se ve en los ojos, ese tinte romántico mutado con el desasosiego que trae la vida, yo lo noto en ella; cuando el silencio resuena en nuestros oídos y esa seriedad que tanto la caracteriza hace presencia en el cuerpo que me acompaña, también cuando me da por ojear sus filmes favoritos; crudos, impactantes, profundos y reales, las mismas palabras con las que la describiría a ella, describen paso a paso sus temas preferidos al escribir, observar y dialogar. 

La fuerza que una mujer como Policarpa emana me hace vulnerable a ella, a su libertad.

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