Leyenda Urbana

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El pequeño hombre se quedó sin palabras, pensando en alguna excusa para salirse con la suya. El hombre grande por su lado, solo atinó a mirar a su pequeño hermano, esperando una respuesta a que hacer.

—¿No contó verdad? —Dijo Suyan mientras soltaba su mano de su contrincante y cerraba el puño como para prepararse a una segunda ronda.

—Lo agarré desprevenido creo, ahora volvámoslo a intentar. —Suyan pone su codo en la mesa y su mano lista para que el hombre grande haga lo mismo.

—Sí... tienes razón, no contó— Dijo el pequeño hombre, suspirando y con una sonrisa casi desquebrajada por la oportuna respuesta de Suyan.

Ambos ponen sus codos y manos listos para un segundo intento. Pero esta vez el pequeño hombre le dice algo en la oreja a su hermano.

—Rómpela—.

Luego de escuchar esas palabras el hombre grande pone toda su fuerza para acabar esto de un solo intento.

Todas las personas alrededor se quedan boquiabiertas con lo que ven. El hombre de piel blanca casi como la leche. Se había puesto rojo como tomate. Y Suyan no se quedó atrás.

Su bonita cara se había transformado en un seño tan brusco que era risible verla. Los ojos de Suyan y de su contrincante se habían cerrado, sus bocas estaban cerradas y con los dientes apretados.

Mientras pone toda su fuerza le pregunta a Suyan —¿Cuál es tu nombre? —

—Suyan— ¿y el tuyo?

—Miguel—

Luego de esto Suyan aguantó la respiración y puso aún más fuerza. Era parejo, los brazos cambiaban de posición de izquierda a derecha.

—Mario, ella es muy fuerte—Dijo miguel con una sonrisa en su roja cara.
—¿Que dices tarado? — Es imposible que te gane esta mujer.

—¿Puedo usarlo todo?

—Sí claro idiota, solo no pierdas.

Miguel empezó a gritar y puso toda su fuerza. Suyan no podía contra eso, su brazo cada vez se doblegaba más. Quiso poner más peso para ganar fuerza, pero de la nada su brazo se aligeró.

Miguel había dejado de poner fuerza y más bien retrocedió su brazo, y como una ola en el mar que retrocede para ganar más fuerza. De un solo tirón empujó con todo haciendo que la mano de Suyan no solo toque la mesa, si no que la rompiera de paso.

—¡Mi mesa! — gritó Mario.

—¡Gane! — gritó Miguel.

Suyan estaba tendida en el suelo, junto con trozos de la mesa rota. Se sienta, se ríe y con una sonrisa dice:

—Perdí, ten lo que acordamos— mientras le entrega el collar.

Mario ya había agarrado una pata rota de la mesa para golpear a Miguel cuando vio el collar de Suyan y dirigió su atención al collar.

—Jajaja, gracias. Sí, un trato es un trato.

Suyan se levanta, se sacude la tierra de la ropa y se marcha.

—Fue divertido— Dijo emocionada.

A lo lejos ve a su padre sentado esperándola. Corre hacia él y ambos regresan a casa juntos.

Cae la noche.

Don Ricardo no puede concebir el sueño, al salir del municipio recuerda que unos padres llorando pedían por favor que busquen a su hija perdida, que la dejaron cerca del rio y nunca más volvió.

—¿Será obra de ellos? Incluso niños, que maldad tan grande puede existir en el mundo que los haga hacer esto. ¡¿Y si llegan a lastimar a mi hija?!— Pensaba en la oscuridad de la noche.

El día acordado había llegado, según el plan de Don Quique. Exploradores tendrían que investigar todas las cuevas cercanas en los cerros. Si en caso no se encontrara ningún indicio de que haya personas viviendo en una de esas cuevas o alrededor. La expedición fallaría y todo sería cancelado hasta nuevo aviso.

Don Ricardo sale de su casa a altas horas de la noche, se despide de su esposa. En la entrada lo esperaban dos de sus amigos de confianza. El ajetreo despierta a Suyan quien por su ventana ve a su padre partiendo con dirección desconocida.

Baja por las escaleras y ve a su madre en la entrada llorando. Esta la abraza y le dice:

—Volvamos a la cama hijita mía.

—¿A dónde fue papá?

—A protegernos.

—¿Protegernos?,¿De quién?

—¿Recuerdas esa vieja historia que te conté? Es antigua, y es usada para asustar a los hombres a no irse de fiestas a altas horas. Supuestamente lo inventamos nosotras las mujeres, queríamos que nuestros esposos regresaran a casa temprano y a salvo.

Trataba de hombres fuera del pueblo. Gente de otros países, muy blancos, pelo rubio. A simple vista inofensivos y amables en todo aspecto. Pero en realidad eran asesinos. Personas que traficaban con órganos de incautos viajeros o personas que caminaban solos por la noche.

Esas y muchas historias creamos, ¿Gran imaginación la nuestra verdad? Pero esa historia también me la contó mi madre, y en algún punto me pregunté.

¿En verdad todas esas historias fueron creadas por ese motivo?

Suyan la mira con desconcierto. "¿Qué está tratando de decir?" — Se preguntó.






SuyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora