Ich vermisse dich / Aš tavęs pasiilgau

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Desde que en 1947 Prusia había dejado de ser un estado como tal, Gilbert Beilschmidt no había vuelto a ser el mismo. Aquel golpe, que él consideraba una vil traición por parte de su hermano menor, le había dejado tocado de por vida.

Ya no gustaba de molestar a los demás en las reuniones, o de vacilarlos sólo como él sabía hacerlo y que tantas peleas se terminaba buscando por su actitud traviesa. Desde entonces, desde que era consciente de que ya no le quedaba nada, sus ojos habían perdido todo el brillo que algún día tuvieron. Trataba de mantener la fachada, pero sabía que no era lo mismo. Y también sabía que desde la pérdida de su gran amigo Federico, nada había sido lo mismo. Pero no había estado dispuesto a entenderlo o a hacerle más caso del necesario. Se sentía con la obligación de seguir su legado y seguir manteniendo a Prusia en el mapa como una de las naciones más grandes y fuertes del panorama europeo. ¡Tan sólo si su hermano no hubiese metido el hocico...! Gilbert entendía el resentimiento después del Tratado de Versalles, pero, ¿realmente era necesario involucrarlo a él? De esa manera, al menos. Para colmo se tuvo que quedar el ruso odioso el último trozo de su nación, en un territorio completamente incomunicado con el resto del país. Dantesco. Sin duda alguna, Prusia no merecía aquello y siempre permanecería en Gilbert como una pequeña espina clavada.

Aquel 17 de agosto no era diferente. Lo único que lo hacía destacable es que se había dignado a salir de Potsdam por primera vez en años. Después del trágico incidente se encerró en su casa, evitando todo contacto a no ser que fuese estrictamente necesario. Hasta Arthur hacía más viajes a Alemania de los que podía justificar para poder pasar tiempo con su pareja. 

Ese año se armó de valor y se encaminó a Klaipėda, en la actual Lituania. Su simple orgullo le impedía moverse a Königsberg por el desprecio que le tenía a todo lo que tenía que ver con Rusia. Odiaba a Iván y a todo lo que había hecho justificándose en un trauma, incluidas las consecuencias. Sólo viajó con un maletín que contenía su flauta. Un año más, se celebraba la muerte de su amigo y quería honrarle como se merecía; con cánticos, alegría y buenos deseos. Aunque hubiese tenido que renunciar a llevarle flores. Aún se le hacía complicado no llamarla Memel, tal y como él la conoció, pero suponía que se debía al cambio de gobierno. Los lituanos tampoco eran simpatizantes de todo lo que tuviera que ver con Alemania, incluyendo el idioma, así que imaginaba que por esa razón le cambiaron el nombre.

Le seguía sorprendiendo que hubiesen accedido a quedarse al menos con aquella ciudad, rechazando el resto del territorio. Aunque, pensándolo bien, era normal teniendo en cuenta que antes de la contienda Lituania carecía de salida al mar.

Pensaba en todo aquello mientras recorría las calles de la población dirigiéndose, precisamente, al puerto. Estaba atardeciendo, lo que le daba aún más un aire melancólico al día señalado. Tuvo suerte y no se estaba especialmente mal, a pesar de ser agosto el calor parecía estar remitiendo. Se sentó al final del muelle, dejando caer sus piernas al vacío y centrando su vista en el horizonte, donde el cielo y el mar finalmente parecen tener un reencuentro. Sonrió ante tal bella imagen y reflexionó sobre si podría ser una metáfora ante un posible encuentro con su amigo Federico. Cerró los ojos para dejarse llevar por el sonido de las olas, tratando de relajarse dejando llevar su mente.


Unos minutos después, unos pies hicieron crujir la madera del muelle. Unos pasos se acercaban al muchacho albino que trataba de despejar su mente de tantísimos pensamientos malos, aunque él no pareció darse cuenta de ello. A su vez, la propietaria de aquellos ruidos se aproximaba cada vez más lento, tratando de discernir si efectivamente era aquel muchacho y si estaba dormido. Ante el límite del camino, se sentó muy cuidadosamente al lado del chico parándose en observarlo aún sin atreverse a abrir la boca. La relación entre ellos no había sido nunca la mejor, pues habían crecido a base de palizas e insultos sin cesar. Sin embargo, ambos eran conocedores de las penurias que les habían llevado a ese puerto.

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