12. Compartir nocturno.

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La noche era tan oscura que a penas sí se podía ver las estrellas

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La noche era tan oscura que a penas sí se podía ver las estrellas.

La nítida luz de la luna resaltaba con penuria en la noche, la miré sintiendo el frío viento recorrer mí piel, llevaba un camisón blanco, de manga corta, mí pijama de princesa era mí favorita, ya que era una de las poquísimas prendas que podíamos usar sin miedo de mostrar los brazos, me abrace a mí misma intentando frenar el frío en mí piel, pero había una sensación desagradable, demasiado para mí y esa era la de mis brazos.
Odiaba ver mis brazos vacíos, quería un hijo, debo tener un hijo.

Al menos uno nuevo.

Recordar las manos de papá en mí piel y luego con esa brusquedad, su boca moviéndose pero sin emitir palabra alguna y ellos tomando ese pequeño cuerpecito. Recordaba estar tan perturbaba que no podía escuchar nada, uno de los síntomas de la hipotermia, había dicho después el doctor.
Miré hacía el jardín, específicamente mí parte, en toda mí sección solo había una flor real y era un rosal que alguna vez fue blanco pero ahora estaba pintado de rojo, aún se podía ver la pequeña diferencia en la nivelación de la tierra. La ventana del segundo piso de la casa de Gyula se iluminó, dejando ver su silueta en la oscuridad, pero él no estaba solo, una silueta más baja que él lo seguía muy de cerca, ¿Acaso ya tendrá una esposa? Me pregunté notando la obviedad de la situación, aunque era poco probable, me hubiera enterado, las bodas eran casi un evento nacional aquí. Las luces se apagaron y vi la puerta trasera abrirse, ambas siluetas de las que supuse una era Gyula y la otra cuya identidad todavía era un misterio se abrazaron y se despidieron.

Luego la silueta de Gyula giro hacía mí, con delicadeza cerró la puerta trasera y se acercó tranquilamente por el callejón que unía a nuestras casas, no podía saber qué es lo que se ocultaba en esas espesas sombras, ni que era lo que querían, si dañarme o ayudarme, pero alguna razón no tenía miedo, no está vez.

A lo largo de mis 17 años, próximamente 18, había vivido un sin fin de situaciones nada agradables, dichas situaciones me habían insensibilizado hasta cierto punto. Casi podía sentir una sonrisa a través de las sombras, sin darme cuenta él surgió de allí y con una facilidad que me dió miedo trepó el muro del primer piso hasta que quedó frente a mí ventana, él recostó sus músculosos brazos en el marco de la ventana, sus ojos inspeccuonandomé con curiosidad.

Su cabello era de un rubio dorado, como una clase de oro que ha pasado muchísimo tiempo bajo las sombras y una espesa oscuridad, sus ojos eran perfectos, quizás en ocasiones anteriores me habían parecido claros, incluso azules, pero ahora que lo observaba con detenimiento podía ver la oscuridad y la claridad en ellos, la luz y las sombras, sus ojos eran de un negro grisáceo, era como ver el cielo en un día lluvioso, era ver ese tormento, casi podía ver los rayos eléctricos traspasar sus ojos de uno a otro. Sus labios aunque delgados sabían cómo deleitar a una mujer y como si leyera mis pensamientos inclinó su cabeza hacía adelante, uniendo sus oscuros labios con los paganos que yo poseía.

¡Corre, Conejo, Corre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora