Capítulo tres: Por un libro.

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Cuando me desperté, lo primero que noté fue que habían pasado ya varias horas. De hecho, había oscurecido y eso no era nada bueno. Rápidamente salí escopetado y me precipité a las puertas traseras sin importarme nada más. No había ni una sola alma a la vista y el perturbador silencio no auguraba nada bueno. Estaba seguro que alguno de los amos ya estaría inspeccionando que sus órdenes se hayan acatado al pie de la letra y esperaba que nosotros estuviésemos en fila esperándolo como fieles perros adiestrados en la puerta principal, solo que yo no estaba allí.

Por dios, que estúpido fui, este error me costará la vida. ¿En qué estaba pensando cuando decidí irrumpir en la habitación de mi dueña? 

Ella podía estar pasando por una pérdida, pero eso no ablandaría un ápice su temperamento caprichoso y estricto. Me iban a ahorcar, me azotarían y crucificarían como a una de mis hermanas. Pasaría por el camino de la vergüenza completamente desnudo y me apedrearían hasta que ya no pudiese caminar, hasta que tuvieran que arrastrarme a la cruz y clavarme en esa estaca en plena vía pública. 

Desangrándome cual animal degollado y contemplando impotente como los cuervos irían acumulándose en las ramas de los árboles cercanos, esperando pacientemente por sacarme los ojos, y los perros salvajes, ocultos tras el abrigo de la noche, irían arrancándome pedazos de carne de las piernas o cercenarían directamente el par de dedos más desprotegidos.

Lo peor de todo es que no tenía idea de lo que le había sucedido al libro. Desapareció al segundo de haberlo tocado y era obvio a quien iban a culpar si algo en la casa había desaparecido. ¿Quién sino al esclavo que no estaba formado?

Cuando finalmente llegué al piso donde se hallaban los demás y divisé en la puerta de entrada la fila de esclavos, corrí sin pensar en nada. No llegué muy lejos antes de ser derribado por uno de los guardias que se encargaba de vigilarnos y que solo ahora pareciera querer cumplir bien su trabajo.

– Señor, atrapé a este saliendo de la zona prohibida. – me dejé arrastrar con facilidad, a pesar de la obvia diferencia de altura entre el bajito guardia y mi metro ochenta. – Debió haber estado haciendo algo porque venía corriendo. – me sentenció a muerte.

El amo en frente no era otro sino Albedo, el viejo que ayer no pudo darme los veinte azotes que me correspondían. Este estaba algo irritado, supongo que no quería tener nada que ver conmigo luego del desagradable encuentro con Lance ayer. Estaba de más decir que ya iban dos días seguidos cometiendo errores dignos de una paliza.

– Revisa si falta algo. – le ordenó a otro guardia mientras le hacia una seña al que me estaba reteniendo y él inmediatamente me empujó al suelo con fuerza. Miré a mi amo desde mi incómoda posición hacia arriba y lo que vi no me gustó. Habían pocas cosas que me gustaran. – Creo que Lance es muy indulgente contigo, debí darte el castigo que te correspondía en lugar de dejarte salirte con la tuya. – lo decía mientras apretaba con ira su alargado y grueso látigo.

El día anterior, después del castigo de Lance, éste me dijo que desapareciera de su vista porque me veía demasiado repugnante para que alguien tan noble como él tuviera que quemarse la vista con una lacra como yo. No lo había pensado dos veces antes de apresurarme a la parte trasera del edificio en construcción, lejos de los demás, pero aún con un guardia cerca por si acaso. Necesité de un tiempo para reponerme debidamente.

En cuanto vi al apresurado guardia llegar junto a las dos mujeres supe con certeza que ya no podía hacer nada, aunque ya lo hubiese sabido desde antes, esto solo erradicaba de un plumón las últimas esperanzas que me quedaban puestas en que ellas no notaran la falta del libro.

– Señor, falta un objeto de la preciada colección del señor Prymer. – me miró de soslayo. – Un libro.

– Un libro, ¿Para que iba a querer un libro un esclavo que ni leer puede? – intervino, extrañamente, la hermana de mi nueva dueña. – Es ilógico, si a leguas se nota que nunca ha visto un lápiz en su vida.

The crack: Mi sistema fracturado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora