15 de noviembre de 2008

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Irene se acurrucó contra el pecho de Marcus, desde que habían empezado a salir dormían juntos casi todas las noches. Aún faltaba un rato para que los primeros rayos de sol entrasen por la ventana y despertasen a quien tanto quería.

Llevaban casi dos meses juntos y no había vuelto a insistir con lo de ir más allá que unos besos, lo cual alegraba a Irene por todo el miedo que había recibido por parte de su padre.

Cerró los ojos de nuevo al pensar en ello, su padre no había sido un mal hombre, pero tampoco había sido el padre del año. Murió antes de que ella cumpliera los ocho años, pero para entonces ya le había hablado de cientos de cosas que debían aterrarle. Desde cosas que verdaderamente podían pasarle hasta cosas extintas hacía tiempo o que siquiera eran del continente.

Recordaba como cada noche le hablaba de monstruos feos, hiedra venenosa, caníbales que saldrían de debajo de la cama, o viudas negras que le picarían mientras se duchaba. Mientras todos los padres contaban a sus hijas cosas sobre el hombre del saco para asustarlas y que se fueran a dormir, Irene escuchaba de boca de su padre como un día le asaltaría algún ladrón, como todos los chicos querrían aprovecharse de ella para desecharla una vez se hubiesen aburrido.

Se sentía mala hija cada vez que, después de recordar que su padre estaba muerto, se sentía reconfortada por saber que no volvería a oír nada más de su boca, pero no podía evitarlo.

Desde el fallecimiento de su padre, su madre le había ido demostrándole que nada de lo que su padre le había dicho era real, pero había ciertas cosas con las que su madre no podía, siempre temía que le robaran o que las intenciones de Marcus fueran únicamente las de divertirse con ella.

—Buenos día, mi vida... —La voz adormilada de Marcus sacó a Irene de sus pensamientos y el beso que le dio en la frente la tranquilizó —. ¿Llevas mucho despierta? —Irene simplemente asintió mientras sentía cómo la abrazaban más fuerte —. ¿Otra vez pesadillas con tu padre?

—Más o menos... ¿Te cansarás pronto de mi?

—Me cansaré de ti el día en que me muera, ¿A qué viene esa pregunta?

—Perdona que lo pregunte pero como no te dejé ir más allá de los besos y tampoco he hecho nada por hacerte ver si me interesa o no... —Las mejillas de Irene se iban tiñendo de rojo según hablaba, queriendo desaparecer entre las sábanas.

Marcus acarició la mejilla de Irene con el dorso de su mano, queriendo hacerla sonreír.

—Me gusta el sexo, y creo que si lo probases también los disfrutarías, pero no es algo indispensable en mi vida, así que no te pre- —No pudo terminar la frase, los labios de Irene estaban contra los suyos.

Sentía todo el cuerpo de Irene pegado al suyo, mientras procesaba lo que pasaba las finas manos de Irene se paseaban por todo su cuerpo. La respiración de Marcus iba acelerando poco a poco mientras él mismo intentaba controlarse para no sobrepasarse, acababa de decirle que no necesitaba acostarse con ella para quererla, no iba a romper lo dicho, y menos ahora.

Irene, en cambio, había decidido confiar en las palabras que acababa de escuchar al punto de confiar en que, si se acostaban, no la abandonaría después de un par de días. Era por eso que lo acariciaba lentamente, explorando cada una de sus marcas, sabiendo que no debía preguntar por las heridas para que Marcus no entrase en un pequeño trance de melancolía, esperaría pacientemente a que él quisiera tener esa conversación.

—Creo que es buena idea... que pasemos a... ya sabes... —Marcus la besó con una sonrisa.

—No vas a caer envenenada por decir sexo o follar, ¿Lo sabes? —Irene escondió la cara entre las manos por la vergüenza al darse cuenta de que aún no lo había pronunciado en voz alta jamás.

Antes de quitarse las manos de la cara sintió como la agarraban de la cintura y la puso contra la cama mientras empezaba a besarle el cuello.

Las manos de Marcus acariciaron con cuidado el cuerpo de su novia, no había querido obligarla a nada jamás y no quería perder el control como lo había hecho con muchas chicas antes de empezar a salir con ella, y por eso se obligaba a controlarse, deteniendo sus manos o sus besos cada vez que sentía que iba a perder el control de lo que hacía.

Irene empezó a sentirse segura entre los brazos de Marcus, relajándose para poder disfrutar de sus cálidas manos.

La ropa se deslizaba lejos del cuerpo de ambos mientras Marcus convertía en besos todos sus impulsos de morderle la boca a Irene. No eran perfectos, más bien eran polos opuestos, pero él la amaba con fuerza aunque ella lo odiase a momentos.

La magia se rompió por un momento mientras Marcus se alejaba unos segundos a coger el preservativo de la cartera, quería que todo fuese seguro y lo menos doloroso posible para Irene, así que el lubricante del condón ayudaría en ello.

Los primeros quejidos de Irene hicieron que Marcus se bloquease de golpe, centrándose en no perder el control, pero cuando notó los labios de su amada en su cuello se relajó de golpe y siguió a lo suyo, susurrándole a Irene que podía parar si ella quería, mientras esta simplemente negaba, sin decir nada, mordiéndose el labio para soportar el poco dolor que sentía con ello.

Cuando por fin se fundieron en uno no pudieron retener las ganas de sentirse más cerca del otro, ansiando sentir los labios del otro contra los suyos propios para poder ahogar los gemidos que el placer les provocaba.

Las piernas de Irene comenzaron a temblar de placer mientras Marcus aceleraba el ritmo poco a poco, no pudiendo decirle no al placer que sentía cada vez que la sentía acercarse más.

Pronto escuchó como Irene se derretía de placer bajo su cuerpo y no pudo evitar querer llegar al orgasmo él también, quería sentir el mismo placer que acababa de provocarle a la chica de la que estaba locamente enamorado. El corazón empezó a acelerársele y la mente a nublársele, perdía el control por querer sentir por fin el placer que tanto anhelaba.

Irene empezó a quejarse de dolor, suplicándole a Marcus que parase, sin mencionar su nombre, intentando evitar que siguiera haciéndole daño, pero no lo conseguía, al menos no hasta que susurró su nombre mientras gemía de dolor para que parase.

Al oír su nombre paró en seco, sintiéndose culpable de haber hecho daño a Irene, pero esta solo le suplicó que tuviera cuidado, sin que parase, ella también quería que Marcus llegase al orgasmo.

Marcus volvió a tener cuidado mientras oía los suspiros de placer de la chica a la que quería, deshaciéndose en caricias hacia ella, hasta que por fin no pudo más.

Cayó derrumbado junto a Irene, dispuesto a pasar el próximo rato abrazando a su novia, lo cual esta aceptó sin tener que pedirlo, acurrucándose como un gato, igual que habían estado toda la noche, desnudos después de quererse el uno al otro de otra manera mas, Marcus castigándose por haber perdido el control durante unos segundos, Irene sonriendo por lo sucedido, pero pidiendo que nada cambiase por esto, no quería que su padre hubiese tenido razón en nada.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora