Casting

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—Esta vez no me dieron el trabajo, pero en alguno me van a aceptar. ¡Tranquilízate, por favor! —le decía Maximiliano a su madre por el teléfono celular mientras caminaba molesto al salir del casting número nueve, en el cual tampoco tuvo éxito.

Su madre vivía mortificada por él desde que tomó la repentina decisión de irse de su casa para estudiar actuación en la Ciudad de México. Para mala fortuna, ella se había quedado desempleada de un momento a otro, y ya no podía ayudarlo con sus gastos porque sus ahorros que se terminaban apenas alcanzaban para lo básico.

Su padre seguía delicado de salud y todavía faltaba tiempo para que se recuperara de la operación que le realizaron del cáncer que por poco lo mata.

Max necesitaba con urgencia un empleo para poder terminar el último semestre de la carrera. ¡De ninguna manera iba a volver derrotado a su ciudad! Estaba encaprichado con la idea de entrar en el medio cinematográfico, pero por desgracia lo más cerca que pudo estar de él fue vendiendo en la dulcería de un cine pequeño cuando era más joven.

Eran las dos de la tarde, hacía frío y el rocío que caía le mojó el cabello. El clima era ideal para ambientar lo que sentía por dentro: frustración, coraje y sobre todo miedo. Miedo a decepcionar a aquellos que pusieron sus esperanzas en él.

—Lo sé, mamá, pero nadie contrata a un estudia... —Antes de que pudiera evitarlo, una mujer que cruzaba la calle se impactó contra él; o mejor dicho, él impactó contra ella al caminar y hablar por teléfono.

—¡Ey! ¡Fíjate por dónde vas! —gritó molesta. Llevaba en las manos un plato desechable con hot dogs y las salsas se le derramaron encima del pantalón.

—Lo siento mucho. ¡Qué pena! Déjame ayudarte, por favor —dijo él de inmediato, pero se percató de que a su pantalón negro no se le podía ayudar demasiado.

La mujer se quitó las manchas lo mejor que pudo con ayuda de una servilleta y después se llevó una mano a la frente gracias al enfado.

—¡Ya! ¡Está bien! ¡Voy a respirar! De todos modos era una pésima comida, aunque en serio muero de hambre, y ahora debo volver por más de estas cosas empalagosas. —Señaló severa los hot dogs que seguían en el suelo.

—Permite que pague lo que tiré —se ofreció a pesar de saber que no llevaba mucho en los bolsillos. Luego tuvo una idea mejor—. O puedo invitarte a un lugar donde sirven comida de verdad. Está cerca de aquí y yo también muero de hambre.

—No es necesario —dijo, pero su expresión mostró que titubeaba. La invitación era agradable, pero el hombre era un desconocido.

Max enfocó la vista en el gafete que ella llevaba puesto y reconoció el logo.

—¡Oh!, vengo del casting —Con un dedo apuntó hacia la productora y mostró una sonrisa de vergüenza porque le pidieron retirarse apenas terminó su presentación—. Puedes revisar mis papeles si es que todavía no los tiran a la basura.

La mujer dio dos pasos hacia adelante para irse, pero regresó porque recordó que sí lo vio en la fila de candidatos.

—Está bien. —Se le acercó un poco más. Gracias a su altura y a los tacones de aguja pudo quedar cara a cara con él—. Pero tengo que decirte que sé jiu jitsu, por si se te llega a ocurrir pasarte de listo. —Mencionó su habilidad que en realidad ya no practicaba porque el tiempo libre cada vez era más escaso—. Anda, vamos en mi carro porque si no me apresuro voy a morder lo primero que vea.

Ambos regresaron a la productora como si fueran conocidos. Lo primero que había al cruzar el portón era un amplio estacionamiento donde los empleados y candidatos podían dejar sus carros. Hasta el fondo se encontraba el edificio principal y a un costado los sets de grabaciones, conectados por un bonito pasillo techado de vidrio.

Ella desactivó la alarma antes de llegar a su Mazda rojo que brillaba por lo impecable que lo mantenía, y lo invitó a subirse.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora