—¿Estás listo? —le preguntó Sofía a Maximiliano en el aeropuerto mientras esperaban a Marcela, sentados en las frías bancas del lugar.
Eran las cuatro de la madrugada y a él le extrañó que ella se encontrara presente aunque no iba a viajar.
—Supongo que sí. Pero la verdad es que no le encuentro mucho sentido a ser un intérprete, e ir a un país donde hablan español. Yo pude haber llegado directo a Canadá.
Sofía hizo una mueca de desaprobación.
—No solo eres el traductor, también eres un apoyo. Además, prefiero que no viaje sola.
Para sorpresa de Max, vio que ella parecía inquieta, movía veloz los ojos, observaba la entrada y volvía al joven.
—¿Pasa algo? —la cuestionó al descubrirla masajeándose la mano.
Ella respiró y se acomodó el abrigo gris que la protegía del intenso frío.
—De hecho sí. Tengo una cosa importante que decirte... —habló casi susurrando y acercó su cabeza, como si fuera a hacerle una confesión importante—, pero quiero pedirte que seas muy discreto, por favor.
—Te escucho —dijo intrigado y cruzó los brazos porque su chamarra era ineficiente para calentarlo.
—Ella... —Se tomó un momento antes de proseguir. Necesitaba encontrar el discurso ideal para que a él le quedara claro su punto sin sentirse ofendido—. La licenciada, es una mujer... complicada.
—¿Complicada? —repitió sin comprender qué era lo que quería decirle.
—Verás, Marce ha tenido ya varios intérpretes, y siempre, después de un tiempo corto, o renuncian o tengo que despedirlos —las palabras salieron atropelladas porque al mismo tiempo vigilaba la entrada.
Max puso una mano sobre su hombro. Deseaba darle confianza y le brindó una media sonrisa.
—¿Puedes decírmelo directo? Es que creo que no te estoy entendiendo como quisiera.
Sofía tragó un poco de saliva para poder continuar. Luego de pensarlo bien, se recordó que era imprescindible advertirle que no cometiera el error en el que varios habían caído, y el que le costaba tremendos dolores de cabeza.
—¡Está bien! Lo diré directo: no vayas a interesarte por ella de una forma no laboral, ¿comprendes? Escucha, una mujer como ella puede tener muchas ventajas, eso lo han visto más de una vez y las cosas jamás terminan bien. Aunque creo que no eres su tipo, más vale que te avise.
La petición de Sofía fue tan descabellada que Max deseó poder soltar una carcajada, pero se la reservó para no incomodarla ni parecer grosero.
—Pues tengo que decirte que, aunque te parezca joven e inexperto, soy alguien profesional y se respetar. Si estoy aquí es por trabajo. No vengo a conquistar a nadie. Además, estoy a punto de comprometerme —le afirmó confiado. Todavía no tenía planeada una fecha para la proposición, ni sabía bien en dónde se llevaría a cabo, pero en definitiva tal evento se encontraba en su lista de prioridades.
—Solo ten en cuenta mi consejo. No quiero despedirte. Sé que necesitas el trabajo y yo te necesito a ti. Será un viaje largo, no sé... —musitó preocupada.
—Te aseguro que eso no pasará. Promesa —dijo con una mano levantada y sonrió con esa forma tan encantadora que lograba atrapar a quien se la dirigía.
—¡Marce! Llegaste. ¡Apúrate, que el avión saldrá en poco tiempo! —Sofía subió el tono de voz para que su acompañante supiera que la conversación había dado fin.
Max giró el rostro y reconoció a su jefa que entraba con un montón de maletas y una sombrilla empapada. Enseguida se levantó para ayudarla.
—Me disculpo, la lluvia vuelve locos a los conductores en esta ciudad. Debí pedirte que fueras por mí, pero no te hemos asignado un carro. —Parecía avergonzada y sopló aire frío cuando habló. En su cara fue evidente la confusión al ver a su amiga detrás de Max—. ¿Y tú qué haces aquí? Deberías estar en tu cama caliente descansando. ¿Te gusta que se te congele hasta el cabello?
—Es que te voy a extrañar, amiga, tenía que despedirme. ¡Pero ya me voy! Ustedes deben hacer check in. Señor Arias, cualquier cosa, este es mi número celular. —Se acercó a él y le dio una tarjeta—. Y por favor, sigue mi consejo.
—¿Cuál consejo? —indagó Marcela, quien se mantuvo a un lado, y los observó a ambos.
Max aprovechó que acomodaba las maletas e hizo oídos sordos.
—Que no olvide probar todos los postres que pueda en Madrid.
—¡Oh! En definitiva, apoyo ese consejo. Haré que no se los pierda. —Conmovida se acercó a Sofía y le dio un abrazo que demostraba la gran amistad que tenían—. Dale uno igual a Fany de mi parte.
—Lo haré. Y tú. —Apuntó directo a Maximiliano—, cuídala bien.
—Tranquila. Tal vez la que termine cuidándolo sea yo —intervino Marcela, y la comisura de sus labios se elevó al mismo tiempo que sus mejillas se pintaron de un lindo rosado.
Maximiliano contempló a su jefa cuando la escuchó. Una gota de agua resbaló de su cabello corto y fue a dar a su mentón. Era cierto, ella era atractiva, inteligente y con un puesto conveniente, pero de eso a desear cruzar la línea de lo laboral, ¡imposible! Antonella ocupaba su corazón y de ninguna manera otra mujer iba a colarse en ese espacio apartado. Sofía podía estar tranquila, nada lo haría desear ser algo más que un intérprete.
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El Intérprete ©
Roman d'amourLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...