Vuelo

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El sonido de los motores del avión se dejó escuchar. Maximiliano se quedó en silencio después de acomodarse varias veces el cinturón de seguridad. Sentía que el aire le faltaba cuando el despegue dio inicio, y rogó porque el sudor no recorriera su frente.

—¿Sucede algo? —le preguntó Marcela al verlo bajar la mirada y entrelazar las manos que tenían un ligero temblor.

Ella ocupaba el asiento de al lado y para su mala fortuna le tocó la ventanilla.

—Lo que pasa... es que... esta es la primera vez que me subo a un avión —le confesó apenado. Lo último que quería era importunarla porque su seriedad con la que se mantenía le indicó que quería guardar distancia con él.

—¡Oh! —Se quedó pensativa un par de segundos, como si tomara una decisión sobre los planes que tenía para el viaje; al final respiró profundo y le hizo un gesto amigable a Max—. No lo sabía. Pero puedes estar tranquilo, es una aerolínea muy segura. Si quieres podemos ver películas en estos monitores, o escuchar música. Eso te va a ayudar a calmar los nervios. —Señaló las dos pantallas que tenían enfrente.

—¡Sí! Me parece buena idea —aceptó, pero en el fondo se reprendió por el momento tan embarazoso.

A pesar de que viajaban en primera clase, con esos asientos tan cómodos y los detalles modernos y elegantes, él se sentía angustiado. Su familia viajaba solo una vez al año para las vacaciones y siempre lo hicieron en automóvil. Salir al extranjero no era parte de sus destinos porque preferían conocer los distintos estados de la República.

—Está bien. De todos modos iba a descansar —le mintió. El smartphone en el bolsillo de su pantalón estaba lleno de pendientes y tenía su computadora suspendida y lista para seguir con el trabajo, pero el muchacho se veía de verdad afectado.

Max se inclinó hacia el monitor de su lado y comenzó a revisar las opciones.

—¿Qué le gustaría ver? Aunque no creo que aquí esté una película que usted no haya visto.

Marcela ladeó la cabeza y bajó la mirada.

—Te equivocas. Casi no veo películas. Es más, tiene años que no voy al cine por gusto. Asisto a los preestrenos a los que tengo que ir, pero de ahí en fuera mi vida está muy alejada de la gran pantalla... Es gracioso porque antes era lo que más amaba hacer en la vida. —Sus últimas palabras parecieron un lamentable recordatorio de todo lo que dejó de hacer.

—Pero ¿por qué no va? —le preguntó, más interesado en la lista de opciones que en su conversación.

—Hay cosas que de pronto dejamos en pausa, así, sin que nos demos cuenta. Y se quedan como un bello recuerdo, como una secuencia perfecta que puedes ver y ver sin cansarte, y que te recuerda la belleza de lo que dura poco —hizo el comentario para sí y luego regresó al presente—. ¡En fin! Dime qué ves de bueno, solo que no sea de amor.

—¿No le gusta el romance? Yo prefiero el drama y el terror psicológico. Aunque como actor sí me gustaría ser el protagonista de un romance cursi y ridículo con final feliz —al mismo tiempo que lo decía, dirigió su vista hacia su jefa, atraído por fin por la conversación.

—Lo amo, pero odio cómo lo han reducido a ridículas escenas repetitivas. ¿Me entiendes? —resopló y su voz subió de tono—. Como esa de la persecución final para declararse cuando ya la otra persona está a punto de irse lejos o es el día de su boda... Ahí van, corriendo detrás como queriendo alcanzar la chuleta que no apreciaron a tiempo. La soporté las primeras cien veces que lo vi, pero en ese tiempo era una enamoradiza, ahora no me lo trago.

—Pero es bonito, ¿no? —intervino porque siempre había creído que a las mujeres les gustaba esa intensidad en el amor—. Que te sigan hasta donde sea necesario con tal de estar juntos.

Marcela le negó con la cabeza.

—¿Para qué detenerte cuando ya has decidido? Y peor aún, cuando fuiste una abrupta elección en medio de la indecisión. ¡No! —se río un poco—. Si eso me llegara a pasar, que lo dudo, me reiría y subiría bailando al avión, o apuraría la ceremonia de la boda que acepté consciente. O te quieren bien o mejor que te dejen ir.

—Entonces ¿cuál es el tipo de romance que sí le gusta? —Sin querer, esbozó una media sonrisa al cuestionarla porque le pareció gracioso su argumento.

—Un buen ejemplo sería Orgullo y prejuicio, ¿no crees? Recuerdo que cada que podía veía con... una persona muy querida la serie que hicieron en el noventa y cinco. ¡Amaba esa adaptación! —En ese momento sus ojos brillaron por la emoción—. Elizabeth se atrevió a rechazar al millonario y antepuso sus deseos. Los nuevos creadores de historias deberían copiar un poco de esa dignidad.

—Por eso es un clásico —señaló Max.

—Así es. —Soltó un rápido suspiro—. Pues pon cualquier cosa, de todos modos son diez horas de viaje... —De pronto la seriedad volvió a su rostro porque quería darle instrucciones. Le gustaba incluso ordenar los pasos a seguir de su día a día—: Vamos a llegar a Madrid aproximadamente a las tres y media de la tarde. Nos da tiempo para ir al hotel, registrarnos, desempacar, comer, relajarnos un poco, pero tenemos un evento a las nueve de la noche, así que debemos ser puntuales. Ahí estará la persona que estoy buscando y de ninguna manera debo perderme la oportunidad.

—No se preocupe, estaré puntual —confirmó mientras daba un nuevo vistazo a la pantalla—. Esta es una pregunta importante, ¿prefiere Marvel o DC? —Los nervios que sentía se iban, pero en su lugar afloró la soltura que no deseaba tener con su jefa.

—No lo sé, Marvel... creo.

—¿Qué le parece Avengers? Es la primera, pero solo la vi una vez, y sé que no tiene romance.

Al escuchar el título, Marcela le sonrió, y él supo que la idea no le pareció tan descabellada.

—Está bien. Ponla en ambas pantallas, por favor.

Maximiliano se ruborizó al escucharla acceder porque creyó que se negaría a ver una película comercial de ese estilo, pero decidió que un poco de acción ayudaría a hacer llevadero el viaje.

Ambos se pusieron sus auriculares, reclinaron sus asientos y la película inició.

Con esa convivencia inesperada, él comprobó que Marcela era del tipo de persona que, al igual que él, veía los filmes en completo silencio. Aunque una vez que terminó, un largo debate sobre la trama fue inevitable.

En realidad, su compañía no era tan incómoda como imaginó, como sería con una jefa a la que los empleados miraban apenas de reojo. Lo cierto es que su compañía le agradó, ¡sí!, le agradó de verdad.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora