Arribaron a Madrid a las tres con veintisiete minutos. Hacía calor, pero el saberse extranjero lo maravilló tanto que ignoró el mal clima. Algunas mujeres que pasaban a su lado lo observaban con evidente interés. Tal vez por sus rasgos latinos, o esa piel morena tan lozana, o su misma presencia... Fuera lo que fuera, lo hacía sentirse orgulloso e intimidado al mismo tiempo.
Salieron del aeropuerto y abordaron el servicio de traslado que los llevaría hasta el hotel que se situaba a pocos minutos. Él quiso cargar la maleta de Marcela, pero esta se negó, alegando que era capaz de arrastrarla. En el transcurso del camino su jefa se dispuso a responder el montón de mensajes que se acumularon en su celular mientras estuvo sin señal, y no le prestó atención hasta que el taxi se detuvo, lo que sirvió para que él admirara por la ventana la hermosa ciudad. La sensación de estar lejos de su país y su familia lo mareó y luchó para no quedar en evidencia.
—No es que me gusten este tipo de lujos —dijo Marcela después de traspasar la pulcra puerta de cristal de la entrada del hotel—. Yo preferiría hospedarme de una manera más sencilla, pero Sofía es insistente con estas cosas. Las siguientes paradas no serán así. Haré unos cambios en cuanto esté en mi habitación. —Se dibujó en su rostro una mueca de agobio porque en cada viaje que hacía le pedía a su amiga que escogiera lugares más económicos, pero ella la ignoraba.
—Por mí no hay problema, me ajusto a lo que usted indique. —Max sabía adaptarse rápido y fingir que no estaba impresionado por la opulencia. Muy en el fondo pensaba igual que su jefa: esos lujos no eran su prioridad. Sus padres siempre evitaron gastos innecesarios porque, a pesar de que toda su infancia y adolescencia tuvieron buena solvencia económica, vivían del campo y existían los riesgos de tener malos años. Por eso pensaba que podían usar el dinero en cosas más importantes que en un hotel en el que solo iban a dormir.
Un educado botones se llevó sus equipajes, luego pasaron a la recepción y en poco tiempo la encargada les entregó las tarjetas llave.
Las habitaciones asignadas estaban una a lado de la otra. Ambos subieron al ascensor y Marcela pasó de ser una compañera de viaje a una jefa activa.
—Iremos a comer en cuanto nos pongamos más cómodos. —Lo miró solo un momento y después continuó con tono serio—: Después te dejaré descansar, pero te quiero listo a las ocho. ¡A las ocho en punto!, ¿está claro? De ahí nos iremos a la cena que te mencioné. Será en un salón que está a quince minutos, según me marca la aplicación, por lo que estaremos ahí antes de las nueve.
—Lo que usted diga —aceptó él sin más.
Pronto se encontraron frente a sus puertas, ella le pidió que se diera prisa y luego desapareció al cerrar la suya.
Maximiliano entró a la habitación y comprobó que era agradable, con su combinación de muebles negros, paredes blancas y piso de duela, incluso tenía un amplio balcón. El edredón de la cama se veía tan blanco que no quería ni siquiera acercarse para evitar mancharlo, y la ducha parecía salida de un comercial de decoraciones. Sin duda podía acostumbrarse a esa vida de hoteles bonitos y cenas en traje, pero no le convencía del todo. Sus padres lo habían educado para ser alguien de gustos simples.
La única maleta que llevó ya estaba allí, esperando a ser desempacada, pero sentía tanta hambre, a pesar de que comió muy bien en el avión, que dejó para después el acomodar la ropa que compró gracias al dinero que Sofía le adelantó. Para el vuelo decidió ponerse ropa cómoda, así que debía cambiarse y eligió una camiseta azul oscuro y un pantalón de mezclilla. Después de perfumarse, salió en busca de su jefa. Al abrir la puerta la encontró esperándolo. Ella también se había cambiado de ropa. Esta vez llevaba un vestido color azul claro que le llegaba debajo de las rodillas y tenía un bonito escote de corazón. A Max le pareció que se veía muy distinta a como la vio en la oficina.
—No pensé que salieras tan pronto —mencionó Marcela con su vista clavada en el celular.
—¿Vamos al restaurante del hotel? —le preguntó directo porque no le gustaba la sensación que persistía en su estómago.
—Sí.
Marcela se le adelantó con su peculiar contoneo de caderas.
Entraron al lugar y ella le ayudó a escoger del menú porque desconocía los platillos listados.
Ambos comieron en silencio.
Max no sabía cómo iniciar una conversación con su jefa. En el avión fue cordial con él, pero sentía que cambiaba de personalidad de un momento a otro y temía importunarla. Lo mejor era ser discreto lo más que pudiera.
Después de que el mesero retiró los platos, solo cruzaron un par de palabras y se levantaron.
Al volver a su habitación, Max se dejó caer sobre la cama porque debía tener energía suficiente por si la fiesta se alargaba. Contaba con un par de horas para descansar y planeó aprovecharlas.
Como de costumbre en él, en cuanto sus ojos se cerraron, empezó a soñar.
En su proyección regresó a su niñez. Se encontraba en el jardín de niños, justo en la tradicional pastorela donde le tocó ser José. Su madre había dedicado horas de desvelo fabricando el disfraz y se sentía orgulloso. Cuando los aplausos de los padres llegaron, llegó también su más perseguido anhelo. Fue a esa corta edad donde decidió que quería dedicarse a la actuación.
Hubo un salto en el tiempo y se vio así mismo justo como tanto soñaba: de protagonista en la película más esperada del año. Un triunfador en toda la palabra. ¡Su imagen estaba plasmada en los anuncios publicitarios! El hombre que muchas mujeres deseaban. Se encontraba grabando, cuando de pronto una mujer apareció en la escena cumbre; esa por la que ensayó tanto. Ella entró confiada y lo tomó de un brazo para darle un violento y apasionado beso. «¿Quién era la mujer que buscaba arruinar el mejor de sus trabajos? ¿Por qué no lo evitaba? ¿Por qué no reaccionaba?». Cuando se liberó de sus labios, le preguntó su nombre porque no lograba ver bien su rostro gracias a una intensa luz que se interponía. La mujer permaneció sin responder, hasta que su boca se fue abriendo lento para hablar. Pero, antes de que ella pudiera soltar una palabra, el molesto sonido de la alarma lo despertó.
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El Intérprete ©
RomansLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...