Eran las ocho en punto y Max dio un último vistazo a su apariencia. El traje azul marino que escogió le sentaba excelente. Como le dijo el joven que se lo vendió, el corte slim fit sin duda era perfecto para él. Antes de ese viaje iba diario a un gimnasio donde el dueño era el padre de un compañero, y este le permitía usar los aparatos a cambio de trabajos escolares. Para ser tomado en cuenta en el mundo cinematográfico sabía que era indispensable cuidar con esmero su físico.
Hizo juego con una camisa azul cielo para no arriesgarse. Peinó para atrás su cabello negro que dejaba muy corto; pensaba que así hacía que su rostro llamara la atención. Se puso unas gotas de colonia y salió en busca de Marcela, quien para su sorpresa no se encontraba en el corredor.
Lo último que quería era ser inoportuno, aunque tampoco que su jefa lo considerara un impuntual. Las manecillas de su reloj avanzaban veloces y tuvo un momento de resolución. Luego de un minuto más, se atrevió a tocar su puerta.
—Disculpe —susurró un poco tenso—, ya son las ocho.
Ella no respondió a su llamado. Max pensó que tal vez terminaba de alistarse y esperó.
Pasaron otros dos minutos, hasta que la puerta se abrió de un tirón.
—¡Ay, no! ¡Es muy tarde! —se reclamó molesta. Sus ojos se mantenían fijos en su celular, pero después observó a Max—. Tu corbata es un desastre, ¡ven acá!
Él se le acercó desconcertado y ella comenzó a hacerle de nuevo el nudo. La acción le recordó a su madre cuando lo enviaba a la escuela. No le gustaban las corbatas, sentía que lo asfixiaban, pero se convenció de que era tiempo de acostumbrarse a ellas porque en esos eventos eran necesarias.
—¡Ya está! —Le dio una palmadita al terminar—. Es hora de irnos. ¡Andando! El auto que pedí ya está en el estacionamiento, así que vas a tener que manejar. Con el mapa del celular es muy fácil ubicarte.
Él solo se limitó a asentir y caminó detrás de ella. Conducir no era problema porque tenían automóvil en casa de sus papás y seguido le tocó usar la camioneta donde transportaban algunos de los productos de la finca.
Sin buscarlo, sus ojos fueron a dar a la llamativa figura que avanzaba delante. Marcela llevaba puesto un vestido largo plateado que se ceñía a sus curvas. Las lentejuelas y las aplicaciones de cristal brillaban con la luz de las lámparas. Max se mantuvo concentrado en cómo la tela cambiaba de tonalidad y los pliegues se hundían según el movimiento de su cuerpo. Sus altas zapatillas no eran impedimento para caminar como toda una dama que sabía presumir lo que tenía. Allí pensó que a su lado él solo sería visto como un simple asistente con demasiadas aspiraciones y nula experiencia.
El automóvil fue entregado. Su jefa eligió irse en la parte trasera y se mantuvo todo el trayecto en completo silencio, entretenida con su teléfono.
Llegaron a lugar del evento antes de las nueve y él pudo respirar de alivio. Se bajó del coche y se apresuró para abrirle la puerta a su jefa y le dio la mano. Ella aceptó su cortesía con una sonrisa que pintaba más a confusión que a agradecimiento.
Las luces intensas de la fachada hicieron parecer a Marcela como un ángel que resplandecía.
—Señor Arias —le dijo en voz baja cuando estuvo a su lado.
—Dígame —respondió sin mirarla porque no lograba evitar inspeccionarla.
—Este tipo de eventos no me gustan, prefiero cerrar tratos en mi oficina, pero por desgracia son necesarios. Ya te irás dando cuenta. Te aviso que voy a hacer mi trabajo lo más rápido que pueda. Tú puedes comer y tomar lo que quieras, solo mídete en el alcohol porque no estamos en México. En cuanto obtenga lo que vengo a buscar, nos iremos.
—Por supuesto. —Se sintió extrañado. Que ella le diera detalles de sus acciones le parecía una atención innecesaria.
—Perfecto. ¿Cómo me veo? ¿Quedaron bien las ondas? —Palpó con cuidado su cabello.
—Se ve usted excelente —fue lo único que le pudo decir, aunque en su cabeza la palabra "preciosa" retumbaba y por poco lo traiciona.
El bonito hotel donde se llevaba a cabo el evento presumía una interesante vista al Museo del Prado.
Subieron al piso correspondiente y se percataron de que ya se encontraba casi lleno. Una joven dama los llevó a su mesa y Max observó el lugar. El salón blanco contaba con grandes ventanales y un candelabro de cristales justo en medio. Aquella era una fiesta donde el derroche se notaba en cada detalle: meseros elegantes, un vasto buffet y copas de distintas bebidas.
A lo lejos un caballero vestido con un traje color gris oxford se percató de la presencia de Marcela y caminó con una amplia sonrisa hasta donde se encontraban.
—Levántate —le susurró ella a Max e hizo lo mismo.
Él obedeció.
—¡Marce! ¡Mi estimada Marce! —dijo el hombre cuando estuvo cerca y abrió los brazos.
—Mario, me da gusto verte. —Ella aceptó con gusto el abrazo.
Mario era un talentoso actor de doblaje, buen amigo de Marcela y era obvio que también fiel admirador. De baja estatura, corpulento y con una voz excepcional que lo hizo merecedor de varios reconocimientos. Su buen temperamento le proporcionaba excelentes amistades que lo mantenían vigente.
—Ha sido un largo tiempo, ¿verdad? ¿Vienes a ver a Illescas? Creo que te está esperando. Está muy interesado en trabajar en tu nuevo proyecto.
—¡Vaya!, las noticias llegan rápido. ¿Sabes dónde está? —Ella conocía bien la fuente que se encargó de que se supiera la oferta, pero se reservó añadirlo.
—Por supuesto. ¿Te llevo? —se ofreció cortés.
—Me encantaría. —Marcela dio media vuelta antes de irse—. Señor Arias —se dirigió a su acompañante que se mantenía en silencio a su lado—, siga mis recomendaciones. No voy a tardar. Por favor manténgase cerca de aquí. —Con su mirada le dio a entender que tenía que estar listo para emprender la ida una vez que ella saliera.
—Como usted diga.
Los violines se dejaron escuchar y los meseros aceleraron el paso con charolas llenas de copas, postres y demás.
—Quiero suponer que él es tu asistente —indagó Mario y le ofreció a Max la mano acompañada de una sonrisa, a pesar de que Marcela ya se había girado.
Él respondió el saludo de inmediato.
—Sí —intervino Marcela un tanto molesta por tener que volverse.
—Por un momento creí que era un actor. Tu nueva joven promesa mexicana.
—¡No!, es mi asistente.
—También soy actor —se atrevió a comentar por un impulso que no analizó.
—Es mi intérprete —ella lo interrumpió y le lanzó una mirada de disgusto. Después observó a Mario—. Ahora, vamos a ver a Illescas, por favor. —Se sujetó del brazo de su amigo y se lo llevó.
Maximiliano se quedó pasmado por lo ocurrido. Para él fue una humillación y se sintió lastimado. Por un instante contempló irse y dejarla allí. Él tenía las llaves del carro, pero cayó en la cuenta de los grandes inconvenientes de hacer tal cosa en un país desconocido. Un mesero le ofreció una copa de vino rosado y la aceptó para distraerse. En esos minutos de lucha interna se convenció de que lograría que su jefa lo reconociera como lo que en realidad era: un actor; uno que necesitaba que lo vieran y le dieran esa gran oportunidad que tanto anhelaba.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...