• Treinta y cuatro - Presente •

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Si algo podía apostar, era que su paciencia no era la misma que en su vida pasada. Henry Sant-Sayre tal vez hubiera aguantado a los niños que pasaban conjurando mal un hechizo -o tal vez no y por eso eligió enseñar Runas, pero no pensaría en eso-, pero Harry Potter estaba a unos segundos de mandar a volar a todos los que se encontraban en la Sala de los Menesteres.

Se sentó en la silla y tapó sus ojos.

—Tranquilo, Harry —se murmuró a sí mismo—. Hay personas que nacieron estúpidas, no es malo, es una discapacidad inevitable. Debes ser comprensible —susurraba para luego suspirar y levantar su mirada.

Los jóvenes se encontraban lanzándose uno que otro hechizo, haciendo un ligero duelo con sólo los hechizos que habían aprendido hasta ahora.

Harry no podía dar fe a la escasa creatividad que tenían sus compañeros al usar un hechizo.

Los que iban ganando se habían hecho bolita en la otra esquina de la habitación, viendo a los que seguían luchando. Daba mérito a eso, mínimo prestar atención a otras batallas les ayudaría a mejorar.

Sintió a alguien sentarse a su lado, llamando su atención lo suficientemente para dar un pequeño vistazo y regresar su mirada al duelo. Draco Malfoy se había hecho una constante en sus días, a veces compartían momentos de lectura, otros simplemente de silencio, otros tantos debatían sobre algo, pero, lo que más podía rescatar, era la creciente comodidad que comenzaba a sentir a su lado.

Sentía que podía expresarse como realmente era. El niño sabía de su cambio de bando, de su posición al lado de Voldemort y de sus papeles en esta guerra. Draco sabía más que todas las personas dentro de esa habitación, y no le hacía sentir ni una pizca de desconfianza.

Miró bien a la persona a su lado y sonrió. Un niño inocente arrastrado por su padre a una guerra segura, eso era Draco Malfoy... Y, aún con eso, Harry sólo podía encontrar admiración del joven que se estaba convirtiendo. Un chico valiente, pero astuto, dispuesto a todo por sus seres queridos, inteligente y firme.

—¿Por qué me miras tanto? —siseó Draco levantando una ceja. El chico se parecía mucho a Abraxas, aunque su antiguo amigo era un poco más serio— ¿Admirando mi belleza?

—Admirando tus cualidades —corrigió dándole una sonrisa antes de regresar la mirada a la única pareja que se encontraba en duelo hasta esos momentos—, y también las pocas diferencias que tienes con tu abuelo.

—¿Mi abuelo? —a estas alturas, Draco ya no estaba mirando a sus compañeros, sino sólo a Harry, quien parecía una persona diferente a lo que había sido antes— ¿Cuál de los dos? De todas maneras, ¿cómo sabrías algo de mi...?

—Abraxas siempre siguió los ideales de Tom con mucho gusto —susurró interrumpiendo al rubio, quien sólo lo miró confundido—. Tom creció gracias a personas como tu abuelo. Abraxas, Avery, Mulciber... siempre habían estado con él, dispuestos a hacer cumplir los ideales que compartían, hasta que se convirtieron en adultos. Tom se convirtió en el maravilloso Señor Oscuro que es y ellos se convirtieron en sus primeros mortífagos, los más cercanos y confiables...

—Falta uno —susurró Draco mirando de vuelta al frente—. Mi abuelo me contaba sobre Henry Sant-Sayre, parecía estar encantado con esa persona. Me contaba sobre las misiones que cumplían juntos, el cómo era la única persona en poder calmar al Lord. Hablaba de él como si fuera el amante del Señor Oscuro —dijo eso para luego reírse en voz baja—. Raro, ¿no?

Harry sólo sonrió.

—Henry Sant-Sayre fue el mejor amigo, novio y, posteriormente, esposo del Lord —informó, ganando otra mirada sorprendida de Draco—. Su cómplice desde que eran niños, su primer amigo y la persona que más fe ciega le tenía...

Sueños profundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora