Recuerdo que estábamos sentados en uno de los bancos del parque que con frecuencia visitábamos. Hablábamos de cosas triviales, hasta que cerca de ella, voló una mariposa. Entonces, sus ojos adquirieron un brillo intenso y luego con una voz dulce me dijo:
—Las mariposas siempre me han gustado. Son tan bellas y tienen tanto en común con nosotros.
—¿Qué podemos tener en común con ellas? —extrañado le pregunté.
Lo que me contestó nunca lo he olvidado y quizás jamás lo haga. Ya que sus palabras aún hacen eco en mi memoria.
—Has visto una oruga —inquirió, mientras me miraba a los ojos—. Son seres fríos, arrugados, de andar lento y sin gracia. Mas luego se envuelven en un capullo de seda, para sufrir la metamorfosis. Entonces, resurgen siendo unas criaturas bellas, provistas de alas esplendidas que les permiten volar alegremente de flor en flor. En cambio; nosotros cuando niños somos tiernos, frágiles, alegres, y con nuestra imaginación e inocencia volamos como mariposas, por los prados de la infancia. Más tarde, poco a poco, la vida nos envuelve con hilos de frustraciones, sueños fallidos, decepciones y experiencias negativas. Hasta que sin darnos cuenta sufrimos una metamorfosis inversa. Dejamos de ser niños, para convertirnos en unos viejos de pieles arrugadas por fuera y amargados por dentro. Que se arrastran como gusanos en lo más hondo de su amargura.
Recuerdo que también me explicó, que para ese entonces, se sentía más como una oruga que como una mariposa. Lamentablemente, la conocí tarde, ya la vida le había quitado en una forma muy cruel su ternura de niña, la inocencia con la que todos nacemos.
Me hizo daño, aunque no creo que fuera su intención. Más bien, pienso que fue como la fiera herida que ataca a todo aquel que se cruza en su camino.
Hace tiempo que la he perdonado. Mas esta no es mi historia, es la de Karen y de tantas otras, que al igual que ella, van por el mundo siendo más orugas que mariposas.
*****
Solo los fríos barrotes de la única y pequeña ventana, permitían recordar que aquella habitación pertenecía a una prisión. No había más indicativos de esto. Ni en las paredes peladas, ni en el piso agrietado y gastado. Mucho menos en el viejo techo manchado por el correr de los años. Aquel ambiente tétrico parecía haberse congelado en el tiempo. De no ser por la destartalada lámpara oxidada de luz blanca que pendía del techo. Esa escena hubiera correspondido más a una mazmorra de la edad media, que a una celda de una prisión de la época moderna. Casi todo el espacio de aquel lugar era ocupado por una mesa cuadrada y dos sillas metálicas, que de lo rencas que estaban casi no permanecían en pie.
El silencio que reinaba entre esas cuatro paredes, solo era interrumpido por el sonido arrastrado que hacían los intranquilos pasos que daba Karen Rodríguez, que iba de un extremo al otro de la habitación. La figura femenina solo se detenía, por breves momentos, para acercarse a la ventana y mirar hacia el exterior, luego de observar unos segundos el cielo, volvía a caminar hacia la pared opuesta y otra vez empezaba su ritual de regreso. Fue en uno de esos instantes de intranquilidad que el chirrido metálico que hizo la puerta al abrirse, le llamó la atención.
—¡Buenas tardes!
La voz masculina chocó en las paredes de la habitación, mientras dos hombres entraban en ella.
Los sensuales ojos negros de Karen, se clavaron en los recién llegados. Era claro, por el uniforme que llevaba uno de ellos, que se trataba de un custodio de la prisión. El otro; vestía un elegante traje azul de lino.
—Soy Nicolás Castro... —dijo el hombre del traje, mientras se acercaba a Karen—. Seré su abogado —añadió, al tiempo que le extendía la mano derecha.
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Callar y Fingir. Las cadenas ocultas de las mujeres
General Fiction¿Son libres las mujeres?, en una sociedad machista. Esta novela inspirada en hechos de la vida real, narra la historia de Karen Rodríguez. Una joven mujer que como tantas otras se enfrenta a tener que vivir en una sociedad hecha por y para los hombr...