Tan solo media hora más tarde Marcela y Mario regresaron de su reunión improvisada. Parecían complacidos, lo que lo hizo suponer que las cosas habían salido tal como esperaban.
—Ha sido un placer, hermosa dama —se despidió Mario y besó la mano de Marcela.
—Espero verte pronto en México. Tengo un par de trabajos que tal vez te interesen.
—Me encantaría. Por supuesto que te tomaré la palabra. —Luego se dio la vuelta hacia Max, quien sostenía la tercera copa de vino—. Qué estés muy bien, muchacho. Y sigue persiguiendo lo que quieres.
Sin duda el hombre era el tipo de compañero del que le encantaría aprender y conocer sus anécdotas. El interés que mostró por su jefa le hizo saber que ella le gustaba o hasta que en el pasado mantuvieron una relación amorosa, pero eso era algo que no tenía forma de comprobar.
—Gracias, señor —dijo con toda la cordialidad que pudo porque se sentía raro.
Mario se perdió entre la gente y los dejó solos.
Marcela ni siquiera volteó a verlo.
—Vámonos —le ordenó indiferente y avanzó hacia la puerta principal.
El transcurso de vuelta se tornó incómodo. Ninguno de los dos dijo una sola palabra. Su jefa parecía distinta, y por el retrovisor vio que esta vez no estaba usando su celular, solo miraba hacia el frente, como perdida en sus pensamientos.
Entraron a su hotel. Ella seguía sin hablar y Max pensó que tal vez estaba muy enojada por su indiscreción. Decidió que lo mejor sería pedirle una disculpa al día siguiente, pero, justo en el pasillo donde estaban sus habitaciones, ella lo detuvo de forma repentina antes de que pudiera abrir su puerta. Se le acercó tan desafiante que el aroma de su perfume cubrió su alrededor y después levantó una mano que lo apuntó.
—¿Sabes qué es lo que odio de los hombrecitos como tú? —le dijo con un tono de voz que causó que Max no supiera qué responderle, y presionó su dedo sobre su pecho para que no se moviera—. ¡Creen que pueden tener todo lo que quieren con su cara bonita! Pero lo que no saben es que son una copia de la copia. Sirven solo para entretener, y después ¡adiós! Quedan reemplazados con el que sigue. Que eso nunca se te olvide —lo último lo dijo alentando las palabras.
—Respeto su opinión, pero... —quiso defenderse, pero sintió que Marcela, ya con los ojos enrojecidos, le sujetó el brazo con fuerza para continuar.
—Seguro crees que solo con tu figurita de guapo vas a lograr destacar, que serás famoso. ¡Pobre de ti! —Mostró una media sonrisa de desprecio—. Se necesita más que eso para triunfar.
Si existía algo que le faltaba a Max era paciencia para lidiar con la gente insolente. Marcela cruzó la línea con tanta rapidez que hizo que se despertara en él esa parte de su temperamento que mantenía dormida.
—¡Escúcheme! —Sin que ella lo viera venir, la arrinconó entre él y la puerta y la sostuvo de sus hombros con ambas manos para que se vieran frente a frente—, solo lo diré por esta ocasión: trabajo para usted, pero merezco respeto. Si no está dispuesta a dármelo, será mejor que vaya buscando a alguien más. Necesito el empleo, pero también tengo dignidad.
Max quería gritarle por haberlo tratado de esa manera en la fiesta y después en el hotel, pero se tragó el coraje al caer en la cuenta de la locura que acababa de cometer. Tenía a su jefa como si fuera una presa y respiraba agitada, tal vez porque se sentía furiosa... o asustada.
Su corazón latió violento cuando reaccionó y pronto lo invadió la incertidumbre. Sabía que habría consecuencias, pero no reparó en ellas hasta que fue demasiado tarde.
—¡Eres un tonto! ¡Tonto e ingenuo! —le musitó con el rostro contraído. De un manotazo quitó las manos que la sujetaban y se dirigió a su habitación.
El sonoro golpe de la puerta le indicó que era casi seguro que ya estaba de nuevo desempleado.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...