Capítulo 1

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—Majestad, el concejo ha confirmado su asistencia— dice el primer ministro, pone un folio dorado en el escritorio frente suyo

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—Majestad, el concejo ha confirmado su asistencia— dice el primer ministro, pone un folio dorado en el escritorio frente suyo.

—Perfecto. Puedes retirarte.

Pese a que es por mera formalidad, no quita el desagrado de hacerlo. El concejo en más de una ocasión ha demostrado creerse más que cualquier monarca, más que él, y eso es algo que nadie debe darse el lujo de fanfarronear, ni la reina consorte llegó a tal acto.

Ojea las hojas pasando de una a otra con rapidez, ríe sin gracia al leer la carta de agradecimiento que han mandado, si no fuera necesario no hubiera mandado invitación para cada uno de ellos cuando es sabido que la asistencia del concejo más que voluntaria es obligatoria, una obligación que aceptaron desde el primer momento en el que tomaron el título.

El sonido de las manecillas del reloj es lo único que se escucha en aquel espacioso lugar, ningún otro ruido es perceptible, demasiado silencio ayuda a sopesar lo que pasará en unos días, esta vez presiente que algo va diferente.

A veces cuestiona el por qué sus súbditos parecen ansiar que llegue aquel momento, incluso al tener minutos de haberlo presenciado, masoquismo, tal vez, piensan que con aquello podrán asegurar más tiempo de vida cuando en realidad nadie sabe qué tan efectivo puede llegar a ser, porque incluso él siendo rey sabe que morirá y no habrá forma de poder postergarlo, por ahora hace lo que está en sus manos para que su reinado se alargue lo más que pueda.

Suspira. Nunca nadie dijo que ser un monarca era fácil.

La reina consorte lo mira apoyada en un lado de la puerta entreabierta y dice: —¿Puedo pasar?

—Adelante.

—He estado supervisando los preparativos— avisa —. Todo va de maravilla, estará listo antes de tiempo.

La puerta es tocada, a lo que el rey da una afirmativa permitiendo el ingreso.

—Majestad— saluda el secretario privado del rey —. Consorte— dice tras hacer una segunda reverencia.

La consorte se despide, sabe que aquellos temas no le incumben en lo absoluto, por lo que lo más razonable es abandonar la estancia.

—¿Qué hace falta?— pregunta, empuja la silla hacia atrás.

—La confirmación del concejo— lee del papel que lleva en las manos —. La confirmación de los monarcas— hace una mueca antes de proseguir —.Y el tratado de paz aún no es redactado, esta vez el rey de Picante no ha enviado a su abogado.

—Siempre llevando la contraria— musita —. Usaremos el mismo— dice —. Tómalo como un borrador, en cuanto el abogado del rey de Menta de visto bueno deben enviarlo de regreso a su reino, no quiero malentendidos en tan poco tiempo.

—Entendido, majestad.

—Verifica que la residencia en la que se hospedarán nuestros invitados esté en las más óptimas condiciones.

Reino Amargo «Yoonmin»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora