Carta uno

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Lo lamento mucho.

De verdad.

Pero odiarte no fue casualidad.

Me vi en ti o tal vez te vi a ti en mí. Es tan confuso. Éramos más similares de lo que me gusta admitir. Quizá por eso te quiero salvar. ¿Cómo lo llamaste?

«Rescatar cachorros de la lluvia».

Lamento tener que decírtelo, pero afuera no hay una simple lluvia. Hay una tormenta. ¿Por qué no lo quieres ver?

Nos ahogaremos.

Nos tomará un tiempo, es cierto, porque nos programaron para resistir de manera sonriente los embates de la naturaleza, pero nos ahogaremos. Las sonrisas no son suficientes. Obedecer no es suficiente. Ser un ejemplo a seguir no es suficiente. No importa lo que hagamos, no somos suficiente... No para ellos.

Supongo que por eso me traicionaste. Después de todo, solo una puede ser verdaderamente buena.

«¡Qué gane la mejor!»

¿Eso te dijeron?

Da igual.

La verdad es que no eres mejor que yo.

Eres lo que ellos esperan que seas.

Esa parte que aborrezco de ti no tiene relación contigo, sino con lo que representas. Esa idea tan aberrante e impuesta. Sé que no es tu culpa, pero te aferras a ella más que cualquiera. Amas esa idea más de lo que te amas a ti misma y te compadezco.

«Hago lo mejor que puedo».

Lo sé. Porque yo hacía lo mismo hasta que simplemente ya no pude más. Supongo que por eso ruedo los ojos cada vez que te veo repitiendo lo que otros te dicen que es correcto. ¿No tienes criterio propio? ¿O necesitas esas palmaditas en la espalda con desesperación?

Yo puedo darte un par.

Y quizá te sirvan para despertar de esa fantasía nefasta que te implantaron.

La verdad es que, aunque me gustaría sacudirte hasta el cansancio, eres tú la que tiene que darse cuenta de esa ilusión en la que sigues viviendo. Yo desperté demasiado tarde.

Ya no era un cachorro en la lluvia. Me había convertido en un perro adulto, con sarna y en los huesos, un animal que fracasó y no obtuvo las felicitaciones por las que se sacrificó día y noche. Fue una misión horrenda, pero la amaba. Era lo único que era. Era lo único que quería: ser perfecta. El precio fue bastante alto y los perros no tienen cuentas bancarias. 

Sé que ahora represento aquello que te señalaron durante tanto tiempo, eso en lo que te advirtieron que no debías convertirte porque entonces habrías fracasado. Y tú no puedes fracasar. Eso no es para ti. Lo sé, porque tampoco lo fue para mí... Hasta que el fracaso fue lo único que tuve, aquello en lo que me convertí.

Una buena chica debería limitarse a obedecer, agradecer y complacer. Para eso nos inventaron, ¿no? Para ser dóciles. Si quisiera algo más, algo complejo, entonces se fijarían en los chicos. Ningún chico bueno es tan criticado como nosotras. Ellos son opcionales. Nosotras somos obligaciones. Y aun así, nos apuñalamos las unas a las otras. 

Porque, aunque sea efímera y de mentira, por un momento, la palmada en la espalda es cálida y basta para llenar el hueco que nos han dejado donde debería estar el corazón.

Te odio, es verdad, pero ¿de qué servirá?

Ninguna de nosotras ganará.

Once cartas de odio y una de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora