El reloj marcó las cinco con cuarenta y cinco minutos y partieron hacia el lugar donde Illescas citó a Marcela.
Maximiliano se puso de nuevo un traje formal y su jefa salió con un conjunto azul oscuro más discreto de lo acostumbrado. Supuso que lo hizo para evitar propuestas indeseadas.
Por voz de Marcela, supo que Esteban Illescas era un productor y director español experto en propaganda de gobierno. Ella le confirmó que tenía que conseguir que trabajara para la importante campaña que les traería un jugoso contrato a la productora, así que le tocaba fungir como su guardaespaldas.
Entraron a la agradable cafetería donde se podía respirar el delicioso aroma del café. Un aroma que le recordó a sus padres. Ellos bebían café por las mañanas, antes de irse a sus respectivos trabajos. Por unos segundos volvió a verlos sentados en la mesa de la cocina, como si compartir esa taza fuera lo mejor del mundo.
Enseguida vieron al hombre que ya se encontraba esperando. Con solo el primer vistazo, Max dedujo que pasaba de los cincuenta años, y su barba canosa junto con una piel muy blanca y manchada lo hacían lucir viejo y desaliñado.
En el rostro de Esteban notó la sorpresa al ver llegar a Marcela acompañada por él, pero se sentó como si nada pasara.
El saludo de los tres fue breve y la charla inició y terminó siendo solo laboral. Durante menos de una hora se trataron puntos sobre el tiempo de trabajo, el pago y los resultados finales esperados.
Max confirmó que su jefa sabía bien lo que hacía porque consiguió la firma en el contrato que se propuso cerrar.
Illescas, por su parte, no pareció contento con la presencia de Maximiliano y lo ignoró durante toda la reunión. Antes de despedirse, Marcela pidió ir al tocador y, al levantarse y dar la vuelta, el productor la observó de pies a cabeza sin siquiera tener la intención de ocultar la lujuria que sentía.
La bella mujer se perdió entre las mesas y los dos caballeros se quedaron a solas.
—¿Así que eres su asistente? —lo interrogó Esteban por mera formalidad, y después le dio un sorbo a su bebida.
—Su intérprete —corrigió Max mientras propinaba pequeños golpecitos con los dedos sobre la mesa.
—Es lo mismo... —añadió con desprecio.
Maximiliano lo observó acechante y una tensión se sintió entre los dos hombres. Cuando se convenció de lo que planeó hacer, dejó de mover su mano y descansó ambos codos. Su postura lo decía todo.
—También soy responsable de su seguridad y tengo que dejar algunos puntos en claro antes de que nos vayamos de esta reunión. —Cambió el semblante por uno estoico.
—Pues dale —le dijo y pretendió parecer indiferente, aunque en realidad el desconcierto de que lo confrontaran lo traicionó.
Los dos se miraron directo hasta que Max lo señaló discreto.
—La próxima vez que nos volvamos a encontrar, porque es posible que eso pase, y se le ocurra proponerle a mi jefa algo que, es evidente, no quiere, voy a enseñarle cómo mandamos una segunda advertencia los mexicanos —sonó sombrío—. Espero que me haya dado a entender.
Esteban soltó una breve carcajada y mantuvo la sonrisa.
—¿Y si ella quiere? A las mujeres les gusta hacerse del rogar.
—¡A esta no! Y es la única vez que voy a decírselo sin borrarle esa sonrisita. —De un segundo a otro sus ojos se enrojecieron por la ira.
—Está bien, niño. No voy a cortejar a tu encanto de patrona. Me imagino que ya tiene quien le dé lo que necesita —le insinuó burlón.
Una comensal de la mesa continua los observaba atenta y Esteban lo notó, por eso dio marcha atrás con su defensa. Él era conocido en la ciudad y lo último que quería era crearse mala fama.
—Le aseguro que no le falta nada, mucho menos algo que un viejo pueda darle.
Maximiliano ni siquiera intentó desmentir la indirecta que el hombre le hizo, aunque deseó que no se hiciera un chismorreo con ello. Tal vez estaba yendo demasiado lejos, pero sentía que era su deber defenderla de tipos como él.
Illescas se quedó en silencio, con la garganta quemándole por las palabras que querían salir, pero el lugar era poco conveniente.
Marcela regresó y los dos hombres se despidieron como si no hubiera ocurrido nada extraordinario.
—Esto salió muy bien —le dijo ella a Max cuando llegaron a la puerta para esperar el coche.
—Mejor de lo que pensé.
Ambos compartieron una mirada rápida y sonrieron. Se sentían felices por haber cerrado sus respectivos acuerdos con gran éxito.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...