Compromiso

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Marcela lo invitó para que fueran a festejar al restaurante del hotel, que era igual de elegante, y pidió una botella de vino espumoso para brindar.

—¡Por nuestro primer triunfo! —exclamó ella, acercando su copa y regalándole una sonrisa coqueta.

—¡Por nuestro primer triunfo! —respondió Maximiliano, chocando la suya.

—¡Ah! Tenía ganas de uno de estos —refiriéndose al vino—. Es mi gusto culposo. ¿Cuál es el tuyo?

Max no pudo responderle con la velocidad que deseó porque su mirada puesta en él lo hizo sentirse rebasado. La comida llegó en ese momento para su buena suerte. Su jefa había elegido el menú otra vez y empezaba a gustarle esa atención. Para él una lasaña de cordero y ella eligió las berenjenas gratinadas con pollo.

—Está de verdad delicioso —le comentó él cuando probó su platillo.

—Gracias. Solo quiero que pruebes lo mejor —coqueteó de nuevo, diciéndolo con una sensualidad que no planeó.

Comieron en silencio unos minutos y él volvió a entablar la conversación:

—¿Puedo preguntarle algo?

—Adelante, te escucho.

—¿Alguna vez tuvo una intención de casarse? —dijo sin más.

Ella se quedó muda un momento y la sonrisa se le borró de los labios.

—Nunca fue una de mis prioridades —respondió átona, queriendo parecer indiferente.

—Escogió el trabajo en lugar del amor —añadió y llevó la cuchara a su boca.

Marcela permaneció con los pensamientos perdidos en algún viejo recuerdo, hasta que volvió a estar consciente del presente.

—¡No! Yo hubiera elegido siempre al amor, pero el problema fue que él no me eligió a mí —su voz parecía estar a punto de quebrarse.

Él supo enseguida que había sido imprudente, así que decidió hacer una confesión.

—He estado pensando en comprometerme... pronto. —La idea le parecía perfecta, su novia era una mujer fácil de tratar y su vida a su lado sería una llena de paz y romance.

—¡Oh! —Se sorprendió al escucharlo, y un pequeño sentimiento de urgencia floreció—. Te felicito... De verdad, ¡felicidades! Es un paso muy importante en la vida.

—Todavía no compro un anillo, ni siquiera tengo una fecha para la pedida, pero quisiera hacerlo al volver a México... Aunque me da un poco de miedo que me diga que no. —Con su última frase vio que su compañera de mesa soltó una suave carcajada y llevó su copa a sus labios sin dejar de sonreír—. ¿Qué fue eso?

Su risa había sido encantadora, como el dulce canto de un ave en primavera, y pronto lo contagió.

—¿Quién podría decirte que no? —pronunció sin analizar sus palabras. Al darse cuenta de lo que dijo, supo que se había equivocado.

—¿A qué se refiere? —la cuestionó sonrojado.

—¡Está bien, lo dije, lo siento! —Lucía arrepentida pero divertida y quiso ser honesta—. Pienso que eres un hombre inteligente, atractivo y también creo que hacen una bonita pareja. Te dirá que sí enseguida —reafirmó, creyendo que con eso arreglaría su indiscreción.

—Eso es lo que más quiero.

Llevaba meses meditando cómo comprometerse con Antonella, quería sorprenderla y darle un buen anillo y, ahora que iba a tener el dinero suficiente para ello, tenía que dar inicio con dichos planes.

—¡Pues salud por la futura unión! —Levantó su copa para volver a brindar.

De pronto su rostro se encontró con el de su jefa. Esa rubia fascinante, que por ratos lo hacía enfadar, pero que también lograba que sus piernas temblaran al oler su perfume, estaba metiéndose en él de una forma lenta y casi imperceptible; como si aleteara en su hombro y lo encantara con el ruido de su delicado vuelo. Su tarea desde ese momento era recordarse a sí mismo que no tenía que cruzar la línea. En ese punto ya comprendía bien a Sofía y su extraña petición del aeropuerto. Marcela era el tipo de mujer que seducía de manera natural, sin siquiera esforzarse, y él comenzaba a sentirse hechizado.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora