Invitación

392 61 22
                                    

Al día siguiente se presentaron en la locación donde grababan. Se trataba de un espacio abierto bastante amplio donde el sol intenso daba buena iluminación, aunque el clima se sentía muy frío por ratos.

Enseguida Max se dio cuenta de que existía una desorganización que a Marcela le causó dolor de cabeza.

Filmaban una campaña de promocionales de perfumes y todo iba tan atrasado que debían poner mayor empeño si querían entregar a tiempo. Él iba a tener que hacer más que solo el trabajo de intérprete, aunque le pareció agradable poder ser parte del equipo.

Toda la siguiente semana fue bastante agotadora. Idas y venidas entre reuniones con extranjeros donde comprendió el valor de su trabajo. Allí se percató, desde la primera junta a la que asistió, que había quienes pretendían hacer pasar a su jefa un ridículo o confundirla, pero para eso estaba él, sentado a su lado para susurrarle cualquier detalle que percibiera como negativo.

El resto del tiempo se vieron inmersos entre ensayos y grabaciones hasta la madrugada. Marcela era incansable y trabajaba en exceso cuando ameritaba. No le importaba reprender hasta al mismo director.

Max, por su parte, se sentía agradecido de tener otras actividades, hasta fungió como extra en varias ocasiones. Pero las ansias crecían cada día, y con cada acercamiento deseaba a Marcela todavía más. Incluso se permitió descararse un poco y cuando estaban a solas no escondía su gusto por ella. Su jefa desconocía que él era famoso en su ciudad natal por ser un conquistador que dejó un montón de corazones rotos tras su partida. Él sabía que esta mujer no era una jovencita inexperta y crédula; necesitaba ser más listo que nunca para poder atraer su atención.

Cuando el fin de semana llegó, estaban tan agotados que Marcela decidió tomarse libre el domingo. Descansó a Eloísa y planeó irse a su recámara para no levantarse por horas. Para su sorpresa, no había necesitado de las pastillas como creyó que pasaría. Su amiga sospechaba ya que aquello era gracias a su compañero de viaje.

Sofía no sabía si ese presentimiento la hacía feliz o la ponía nerviosa al suponer que se dejaba llevar con alguien como Maximiliano. Si todo terminaba mal, sin duda se sentiría culpable por ambos, así que se propuso averiguar lo que pasaba.

—Si estás de acuerdo voy a quedarme a descansar —le dijo Marcela a Max cuando lo encontró en la sala sentado viendo la televisión—. Puedes salir a pasear, aprovechar el día. Usa el coche para que te sea más fácil.

—Prefiero quedarme también —respondió animado.

Parecía distinto, mucho más confiado, y su seductora sonrisa logró causarle a ella una sensación electrizante que la desarmó. Esos ojos oscuros la recorrieron de pies a cabeza, haciendo que tragara saliva para poder ignorarlos.

—Perfecto. Yo me...

—¿Y si vemos una película y bebemos algo? —le interrumpió su huida.

Ella titubeó. En realidad deseaba dormir, aunque su propuesta le pareció una forma interesante de gastar el tiempo.

—Solo si vas a la cava enfriadora por un chardonnay —cedió y luego se encaminó a su habitación para cambiarse. Se había puesto ropa cómoda siguiendo su plan inicial, pero sintió la urgencia de verse mejor.

Rebuscó en su guardarropa y eligió un vestido casual de manga corta con rayas blancas y negras que le llegaba arriba de las rodillas. Recogió su cabello en un molote y puso un poco de brillo en sus labios. Viéndose al espejo se sorprendió de que estuviera preparándose para estar con Maximiliano. No había experimentado esa necesidad de compañía en mucho tiempo y eso la volvía vulnerable.

Cuando salió, él ya estaba esperándola con dos copas llenas en la mano. El hombre le gustaba y mucho. Su cabello estaba un poco despeinado a pesar de ser corto y pensó que eso le brindaba un toque todavía más atrayente.

Al verla, le sonrió de nuevo, observándola asombrado por su cambio y le ofreció una copa.

—Te ves hermosa —le comentó atrevido cuando entró a la sala.

Ella se sentía como una adolescente maravillada a la que han invitado a bailar.

A pesar de ser mayor, en ese momento parecía que era él quien dirigía la situación.

—Gracias. —Aceptó la copa y una vez más sus dedos rozaron. Entonces advirtió un rubor y supo que Max lo notó enseguida—. ¿Por qué brindamos? —lo cuestionó rápido para distraerlo.

—Por lo afortunado que soy de estar trabajando con alguien como tú —habló con voz baja y, dando un paso lento hacia ella, logró sentir el calor de su cuerpo que vibraba por todas las emociones que experimentaba.

—Un brindis adulador, pero ¡salud!

Chocaron sus copas y se contemplaron cual cómplices. Sabían lo que anhelaban y fue él quien dio inicio con la cacería, permaneciendo justo frente a su presa, quien medía menos y quedó eclipsada por su acecho.

—¿Te han dicho que tus ojos cambian de color? —Con cada palabra que decía con ese tono seductor, acortaba descarado su distancia, imponiendo su presencia—. A veces son cafés, a veces verdes, a veces ambos. Y son tan expresivos.

Cuando estuvo lo bastante cerca, le quitó su copa y dejó las dos sobre una mesita, luego colocó la mano sobre su tersa mejilla. No sentía temor de un rechazo. Tenía el control y eso lo excitaba todavía más.

—¿Qué expresan ahora? —indagó nerviosa al sentir su toque. Fue como una descarga de calor sobre ella; una que no había sentido en mucho tiempo.

—Que les gusta lo que ven —se atrevió a mencionar, acariciando su rostro.

Marcela se encontraba ahora envuelta en sus redes y la tenía justo como quería, solo faltaba que ella diera la señal.

—Me gusta... y mucho —confirmó, lanzando una mirada de consentimiento.

¡Estaba hecho! Maximiliano se abalanzó sobre ella y unieron sus labios por primera vez.

La besó con ferocidad, no había la menor resistencia.

En medio del éxtasis la llevó hasta el sillón, donde se sentó y luego la subió a sus piernas, quedando frente a frente. El vestido era bastante amplio y lo dejaba explorar a su placer. Coló su mano por la tela, por fin podía atreverse a apretar sus piernas, estrujarlas pintándolas de un leve rojizo. Allí se permitió besarla hasta el cansancio y luego, con total seguridad, la llevó hasta su habitación.

Esa mujer lo enloquecía de una manera única y solo pensaba en explorar su cuerpo.

Estando de pie y con la luz apagada le acarició la espalda mientras la desnudaba con una ligera urgencia. Cuando la tuvo libre acarició sus muslos mientras ella le quitaba la camiseta; luego comenzó a probar su cuello y degustó su hombro hasta llegar a sus clavículas, las cuales recorrió con los labios.

Marcela se sentía fascinada y decidió irse a la cama. Recostada fue alcanzada por ese hombre sediento de piel, y sus manos abrieron sus piernas, surcando hasta su vientre. Con su lengua se encargó de nublar su vista. Su cuerpo se contraía y sus gemidos lo encendían todavía más.

Cuando por fin la supo colmada de ese placer, se levantó, relamió sus labios y se quitó los pantalones para seguir investigando hasta dónde estaba dispuesta a dejarlo llegar.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora