Atrevimiento

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Ninguno de los dos comprendía bien lo que hacían, pero allá, alejados de todo y todos los que podían juzgarlos, se sentían libres. Los empleados que frecuentaban sabían que debían ver y callar. Canadá les brindaba la discreción que necesitaban para entregarse a su placer. Cada día que transcurría lo hacían con más soltura. El ansia no se iba y nunca era suficiente.

Maximiliano amaba a Antonella, pero con ella nunca sintió esa necesidad de poseerla como con Marcela. Tenía claro que con su jefa no iba a formalizar ninguna relación y eso le daba tranquilidad y confianza para poder jugar al seductor. Solo se encontraba disfrutando la oportunidad, aunque eso arrastrara una traición que por el momento no lastimaba a nadie. Cuando su novia lo llamaba él le respondía amoroso, juraba quererla y extrañarla. Pero al colgar su mente iba directo a planear cómo llevarse a su cama a su compañera de casa, como hacerla gemir más, como innovar y persuadirla de ceder a sus caprichos. Tenía claro que era un deshonesto, pero, en medio de todo el éxtasis, era lo último que le quitaba el sueño.

La semana después de su primer encuentro transcurrió de nuevo con mucho trabajo, pero todas las noches estuvieron juntos, sin excepción.

A él lo hacía feliz auxiliar a quien se lo pidiera, por ratos se metía tanto en el proceso que las horas parecían correr. Pero también todo eso le quitaba el tiempo para su jefa, por lo que se propuso darle buena utilidad al que tuvieran, sin importar dónde sucediera.

Esa tarde se iba convirtiendo en una fría noche y ellos todavía seguían en el set de grabación. Los actores ya se habían retirado y solo quedaban unos pocos empleados. El lugar contaba con varios tráilers estacionados y estaban a un lado de uno donde se guardaba la utilería y vestuario.

—¿Cómo vas? —le preguntó él, acercándose despacio por atrás y la aprisionó por la cintura.

Marcela se mantenía absorta en la pantalla de una cámara, revisando las tomas, y sintió cómo su cuerpo se erizó en cuanto fue alcanzada.

—Estoy terminando —le avisó sin poder seguir concentrada porque su cercanía la distraía.

Max examinó discreto el lugar. Ya solo quedaba un empleado que recogía cables, la iluminación era escasa y estaba lo bastante lejos como para prestarles atención. La puerta del tráiler se ubicaba a dos metros. Ella llevaba puesto un vestido corto de campana color negro y unas medias que la protegían del frío, junto con unos botines de aguja que hicieron que su mente fantaseara. Convencido, movió con suavidad su cabello a un lado y se acercó a su cuello.

—Hueles a cítricos —mencionó susurrante.

—Y tú hueles a pervertido —dijo entre dientes, riéndose nerviosa.

—¿Qué dices? —Sujetó un mechón de su cabello entre sus dedos con una ligera rudeza que fue provocadora—. Me levantas falsos. —Sus ojos oscuros le indicaban a ella que tenía que doblegarse.

Maximiliano era diez años menor, pero sabía imponerse cuando lo consideraba necesario o útil.

—Un movimiento bastante atrevido para alguien tan blando —quiso burlarse.

Marcela sabía que el juego iniciaba y, a pesar de su orgullo, le gustaba dejarse llevar.

—¡Blando! —se rio seductor—. No sabes nada de mí, ¡pero lo sabrás!

Él dio otro vistazo al lugar. ¡Al fin estaban solos! La sostuvo por las caderas y le dio la vuelta para besarla con más seguridad que las veces anteriores; ya tenía la confianza para hacerlo. Probó sus labios por largo rato y después de sentirse colmado de ellos la condujo hasta el tráiler.

—¡Estás loco! No podemos hacer nada aquí. —Pretendió detenerlo sin querer hacerlo en realidad.

Ya estaban al pie de las pequeñas escaleras.

Je suis fou de toi —se aventuró a decirle al oído, tocando con delicadeza sus pechos encima de la ropa.

—¿Qué quiere decir eso?

—Que sí, estoy loco, pero por ti. —Su aliento rozó su cuello y logró hacerla estremecer.

—¡Cállate ya! —Pensó en moverse de allí, pero él no se lo permitió.

—¿No te gusta que te diga lo que siento? ¿O acaso no lo estás sintiendo tú? —exclamó, sosteniendo su cuerpo contra el suyo.

Esa química que tenían era tan fuerte que lograba hacerlos abandonar la cordura y, cuando la sintió convencida, hizo que subiera. Cerró la puerta y estando dentro, en medio de tubos con un montón de prendas colgadas, comenzó a quitarle el vestido. Sus lunares lo excitaban por el contraste que causaban en su blanca piel. Luego de besarle los hombros, arrojó a un lado su ropa, dejándola solo con las medias y las botas puestas.

—Esas las prefiero puestas —le pidió e hizo que la excitación la hiciera obedecer—. Déjame mantenerte caliente, mi reina. —Con ambas manos aprisionó firme su espalda.

Mientras sus labios húmedos la recorrían, ella le desabrochó el pantalón. Al sentirlo explorar su cuerpo, un escalofrío la atacó y deseó con locura que se apresurara.

Estaban ardiendo a pesar del clima.

De un momento a otro, Max encontró una piel de oso que usaron para un comercial y lo colocó en el suelo. Allí la recostó. Fue degustando lento cada parte de su cuerpo, quería tenerla jadeando, rogando por su premio.

—¡Ya hazlo! —susurró ansiosa.

—¿Qué dijiste? —quería escucharla suplicar, y la expresión de urgencia que le dedicó lo convenció.

Soltó un respiro altivo y se quitó toda la ropa, se hincó frente a ella, la jaló por las caderas y levantó una de sus piernas. El tobillo quedó cerca de su boca y aprovechó para besárselo. Una vez cómodo, la poseyó. Primero lento y fue subiendo el ritmo.

Ese era el momento que llevaba planeando todo el día, echando un vistazo de vez en cuando al reloj, y cuando por fin llegó lo obtuvo con sus reglas.

Disfrutaron así uno del otro, en ese lugar clandestino, hasta que se sintieron satisfechos del placer que se brindaron.

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Traducción del francés: Estoy loco por ti.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora