Domingo por la mañana y se sentía raro estando de nuevo allí. El cuarto que rentaba era muy pequeño y su estrechez lo devolvió a la realidad. Allí no había lujos, restaurantes y tampoco la tenía a ella.
Mientras estuvo de viaje no tuvo oportunidad para ejercitarse como acostumbraba porque el tiempo libre era poco y lo usaba para otros fines, así que decidió ir directo al gimnasio para luego dirigirse a casa de su novia. A pesar de no verla por semanas, no se sentía tan impaciente por ir a buscarla, pero sabía que era necesario hacerlo. Ella vivía en Polanco, en una casa antigua que les habían heredado sus abuelos paternos. Aunque su familia ya no era considerada de clase alta, podían darse una vida bastante holgada. Sus padres eran tan amables con él que se les podía considerar como los suegros predilectos, tan pacíficos y amigables, justo como su hija más pequeña. La oferta de quedarse a vivir allí si se casaban fue dada en alguna ocasión mientras convivían en un desayuno. La casa tenía tres pisos espaciosos y un amplio patio al frente en el que sus futuros hijos podían recrearse.
Al llegar tocó el timbre y esperó a que atendieran.
—¡No sabes cuánto te extrañé! —se escuchó gritar a los dos minutos.
Esa dulce voz le gustaba a Max porque parecía un suave resonar de campanilla que lo regresaba de cualquier recoveco oscuro en el que su mente lo atrapara.
Antonella abrió la puerta y salió para abrazarlo con alegría. Se veía muy bella, con su cabello suelto y largo y su palazzo color rosa que resaltaba su esbelta figura. Él, por su parte, dejó los trajes en el armario y se vistió con unos vaqueros sencillos y una camiseta de fútbol. La mochila que llevaba su ropa deportiva colgaba de su hombro.
—¡Yo también! —le dijo Max y le dio un beso que sabía diferente.
—Tengo que darte una noticia, pero primero pasa.
Antonella era una mujer que poseía un carisma auténtico que encantaba a quien la conocía, y ese era uno de los motivos que lo hicieron enamorarse de la chica linda que se sentaba a tres butacas de él.
Ambos entraron a la casa y se sentaron en la mesa blanca de hierro del jardín. La joven entrelazó sus dedos con los suyos y lo contempló enternecida, como si con eso le dijera que todo iba a cambiar para bien. La urgencia de hablar la hizo soltar la noticia.
—¡Me contrataron en la productora donde trabajas! Acabo de saberlo hace una hora. ¡Voy a trabajar como actriz! —festejó con una enorme sonrisa.
Max recordó entonces que fue la misma Marcela quien la invitó a una audición antes de su viaje, y lo lastimó saber que a pesar de todo lo que vivieron la había contratado. Era más que obvio que ella buscaba poner todos los obstáculos posibles para que no la volviera a hacer caer.
—¡Felicidades, amor! Vas a hacerlo muy bien —le dijo y la abrazó fingiendo felicidad porque lo que sentía le robaba la calma.
—¡Es que no puedo creerlo! —se emocionó al punto de lagrimear—. Todavía no me gradúo y ya tengo un protagónico. Mi familia tampoco me creía y tuve que enseñarles el mensaje. Pienso que es un sueño. Valió la pena esperar dos años para elegir mi carrera. Sé bien que será un largometraje sin tanto presupuesto ni expectativas, pero es mucho más de lo que imaginé.
La celebración improvisada dio inicio después de que le dieran las buenas nuevas. Los familiares que llegaron se reunieron con ellos en el jardín, sacaron más mesas, compraron whisky, tequila y algunas cervezas, y hablaron por largo rato sobre lo mucho que les impresionaba su golpe de suerte y todo lo que venía para la pareja... A Max ya lo veían como un integrante más y le tenían estima real.
En ese momento, en medio de la algarabía y un par de cervezas después, él tomó decisiones apresuradas, dirigido más por el enfado que crecía en su interior. Era urgente darle fin a los celos irracionales que sentía por el nuevo trabajo de su novia y así poder continuar con los planes de comprometerse como se debía, así que resolvió dar el primer paso lo más pronto posible.
Discreto, le pidió a su novia que le regalara unos minutos a solas y caminaron hasta la entrada de la casa para tener privacidad. De pie, la sujetó de las dos manos y habló con voz más baja:
—Mañana iré a visitar a mi familia y... me gustaría que me acompañaras. Sirve que les das la gran noticia tú misma.
A pesar de todos sus amoríos del pasado, él respetaba a sus padres y no había llevado a su casa a ninguna mujer. Ellos sabrían enseguida que con Antonella las cosas iban en serio y se precipitó sin antes reflexionar lo que haría.
—¿Qué? —se sorprendió al escucharlo y dio un saltito por la felicidad—. ¡Pero claro que sí! Mi vida no puede ser mejor. Tengo mi primera oportunidad y tengo un novio maravilloso. ¡Que nadie me despierte! —Lo jaló del brazo para estrecharlo y le dio un dulce beso.
Se podía notar que ella ya se sentía "la señora de Arias". Max sabía que le fascinaba la idea de tenerlo a su lado como esposo y que esperaba ansiosa que lo hicieran formal para poder iniciar con los preparativos de su enlace.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...