Esperanza

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Los tres días pasaron como un destello y pronto llegó la despedida. Max se sentía afligido porque amaba estar con su familia. Antes de partir dio un último vistazo a la que fue su casa, abrazó a todos sus seres queridos deseándoles buena suerte en la reapertura de la finca y pidió a su padre que siguiera guardando reposo. Ya no sufrirían por el dinero, de eso se iban a encargar él y Dionisio.

Llegaron a la Ciudad de México de noche, llevó a su novia hasta su casa y se fue directo a dormir. Al día siguiente puso manos a la obra para buscar dónde mudarse. Con la ayuda de la asesora que le recomendó Sofía logró encontrar un pequeño departamento en la colonia San Pedro de los Pinos, el cual se ajustaba a su presupuesto y era mucho mejor que el cuarto donde vivía. Amueblarlo no sería tanto problema porque contaba solo con una recámara y los espacios para la sala, comedor y cocina eran reducidos; el tamaño perfecto para una persona que no exige demasiado. También había una pequeña terraza donde podía sentarse a relajar o tomarse un café por la mañana.

Mudarse fue muy sencillo y solo bastó con una vuelta en el coche de Antonella para llevar lo poco que tenía. Para pagar sus estudios en el último año tuvo que trabajar como mesero y apenas le alcanzaba para comer. Oficialmente empezaba de cero y eso le causaba una enorme satisfacción.

Pasó los siguientes días comprando algunas cosas para su nuevo hogar y aprovechó el tiempo libre para practicar su portugués, alemán y comenzó con el chino mandarín. Aprender idiomas era algo que se le facilitaba demasiado. Sus padres le pagaron clases privadas durante su infancia y adolescencia; incluso intentó estudiar la carrera pero no concluyó. Debido a su experiencia ya tenía la capacidad para ser autodidacta; con eso iba agregando habilidades para su actual empleo. No quería darle excusas a su jefa para despedirlo, por lo que optó por seguir perfeccionando sus acentos.

Los días pasaron volando entre compras, acomodos, estudio y ejercicio, y su descanso terminó más rápido de lo que imaginó. Ya casi era momento de volver.

Decidió que cortarse el cabello era algo necesario y asistió a la barbería que acostumbraba porque le agradaba el trato.

—¿Lo quieres como siempre? —preguntó el barbero que ya lo conocía, con las tijeras listas para comenzar.

Max vaciló, la idea de cambiar el estilo martilleaba en su cabeza.

—Aprovechando que creció, ¿podríamos probar con un corte español?... Pero sin que se vea exagerado.

—Una buena elección —le comentó porque le pareció que le iba muy bien—. Ya era hora de un cambio.

Cuando el corte terminó, se vio en el gran espejo que tenía enfrente y el barbero lo apoyó con un espejo pequeño extra por detrás. El resultado fue satisfactorio a pesar de que temía que no le gustara. «Ella tenía razón», pensó conmovido.

Lunes en la mañana y él sabía que lo más difícil sería verla, pero una vez superado el mal trago, pensaba que las cosas fluirían con más facilidad. Optó por ponerse un traje azul marino y tuvo el cuidado de esparcirse su nuevo perfume. Sin darse cuenta ponía un gran esmero en su apariencia para que la jefa lo notara y tal vez se arrepintiera de lo que dejó ir. Procuró llegar diez minutos antes y, al entrar, su cuerpo sufrió un escalofrío. La recepcionista lo saludó mostrando una gran sonrisa, sacándolo con eso de su letargo.

—Bienvenido, señor Arias —le dijo con coquetería.

—Gracias, señora Eva —respondió después de leer su nombre del gafete y le guiñó un ojo.

—La directora me pidió que lo llevara a su oficina.

—Se lo agradecería mucho. —Fue un alivio saber que ella no estaba por ahí.

Eva lo llevó hasta una oficina pequeña. Él supo que se ubicaba muy cerca de la de Marcela porque ya conocía dónde estaba. Una vez que la recepcionista se fue, se dispuso a inspeccionarla. Era algo sombría por las cortinas que permanecían cerradas y por los colores oscuros que la adornaban, pero nada que no pudiera arreglarse. No esperaba un lugar propio y reconoció la atención. A decir verdad, tenía dudas sobre lo que pasaría con su estancia allí.

Una misteriosa puerta de madera color café oscuro que estaba cerrada se situaba justo en medio de la pared del fondo. La tentación lo llevó a girar la perilla y, sin desearlo, la divisó del otro lado.

—Pasa —se alcanzó a escuchar.

Él aborreció su mala decisión.

¡Era su voz! Ahora lo sabía, sus oficinas se conectaban por esa puerta y una rara inquietud lo invadió. No comprendía bien qué lo atormentaba, pero ansiaba librarse de ello lo más pronto posible. Al cruzar la puerta su aroma lo golpeó justo en el rostro y lo transportó al momento en que la tuvo por primera vez.

La mujer se encontraba de pie cerca de su escritorio. Vestía una ajustada falda negra y una blusa de seda con escote en V color palo de rosa.

Max dio unos cuantos pasos, los suficientes para dialogar con una distancia pertinente.

—Licenciada Andaluz, le agradezco... por la oficina —comentó, volviendo a ser formal.

—De nada. Mientras no viajemos vas a ayudarme con papeleos, reuniones y eventos, ¿está bien? —al hablar se mostró indiferente. Leía unos documentos que tenía en las manos y apenas lo vio de reojo.

—Claro, lo que diga —respondió sin más. Sus manos le ardían por las ansias de abrazarla, pero sabía que no podía ni siquiera intentarlo.

—Te ves muy bien —le mencionó, señalando su cabello y cambió de pronto la postura.

Sin esperarlo, Marcela dejó las hojas sobre el escritorio y empezó a acercársele como una bestia al acecho.

—Gracias. —Ya la tenía tan cerca que solo bastaba un leve movimiento para poder alcanzarla y rogarle que siguieran con su affaire.

Ambos corazones latían a ritmos desiguales, pero latían con la misma intensidad y por el mismo motivo.

—No es necesario que me hables de usted —mientras lo decía, se acercó todavía más y arregló su corbata, buscando ponerlo nervioso.

Esa dama insolente lo volvía loco solo con un ligero roce de sus dedos.

—Yo creo que sí es necesario —pudo decir, intentando sonar seguro.

Marcela ladeó la cara y le habló con voz suave:

—Tu novia está en una reunión con el director del largometraje, ¿lo sabías? —Un atisbo de esperanza la envolvió y esperó su reacción con especial interés.

—Lo sabía. ¿Es todo? —respondió Max a secas.

Sus miradas se cruzaron y él notó la decepción de su jefa, pero eligió guardar silencio.

—Sí, por ahora. Sofía va a llevarte todo lo que debes estudiar y aprender. Si tienes alguna duda, ya sabes dónde encontrarme.

Permanecieron frente a frente por un instante que para ellos pareció más largo, pero ninguno dijo algo que los hiciera recapacitar. Todo lo que deseaban que sucediera se iba quedando en desdeñados anhelos.

Fue Maximiliano quien dio el primer paso, apartándosedel alcance de Marcela, para luego salir y dejarla sola. ¡Estaba hecho!Cualquier remota esperanza de que él le mostrara un poco de interés habíadesaparecido, y fue más doloroso de lo que creyó.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora