Su tercer aniversario de noviazgo llegó y quiso darle a Antonella un regalo especial para limpiar la culpa que por ratos sentía. Por suerte la fecha era en fin de semana y con eso tenían tiempo para festejar. Ahora contaba con más presupuesto para agasajarla, así que eligió ir a una joyería y comprarle algo allí. El mostrador presumía distintos accesorios para obsequiar, pero al llegar al apartado de anillos de compromiso vaciló por un momento. Ya se había cuestionado en varias ocasiones si era buena idea dar el siguiente paso. De todos modos planeaba hacerlo tarde o temprano y qué mejor que sorprenderla de esa manera en una fecha así de especial. Titubeó por largo rato; ya no se sentía tan seguro como antes y la petición de sus padres retumbaba en su cabeza. Antonella era perfecta para él, pero ahora había alguien más que lo llenaba de maneras que ella no lograba. Lo pensó durante unos minutos, meses antes no lo habría dudado, pero al final decidió que el anillo iba a tener que esperar.
La señorita que atendía le sugirió opciones y unos discretos pendientes de granate y oro llamaron su atención. Preguntó por el precio y luego siguió revisando otras alternativas.
—Si es para un aniversario le recomiendo el collar grabado. Le puede poner la fecha y podemos incrustarle un pequeño diamante natural en la punta —comentó la encargada, mostrándole collares que tenían una barrita de oro donde podía llevar algo escrito.
Observó más de una vez uno que le gustó. Sabía que a Antonella iba a encantarle porque amaba la joyería y ese tipo de detalles. Consultó el precio y luego hizo algunas cuentas.
—¿Cuánto cuesta sin el diamante? —interrogó interesado.
La señorita le mostró la etiqueta con el precio y Max decidió comprar el collar y los pendientes que vio al principio. Salió satisfecho por su elección y se fue directo a su casa para prepararse. Eligió vestirse casual con un pantalón de mezclilla y una camisa negra; así se sentía más cómodo y sabía bien que a su novia no tenía que complacerla vistiendo elegante. Pasó a comprar un gran ramo de rosas rojas y luego se dirigió a verla.
Llegó en menos tiempo del que creyó y ella lo recibió con enorme algarabía. Estaba reluciente con un vestido lleno de flores y su cabello suelto que ya era castaño. Le entregó las flores y luego le dio un fuerte abrazo y un tierno beso. Al soltarse sacó de su bolsillo la pequeña cajita y se la entregó. Antonella saltó de gusto al ver el collar que tenía grabada la fecha de ese día junto con las iniciales de los dos.
—Muchas gracias, mi amor, ¡es perfecto! —dijo conmovida y le pidió que se lo pusiera para presumírselo a su familia.
—Qué bueno que te gustó —exclamó complacido.
—Yo también te tengo un regalo. —Se notaba emocionada y le pidió que se sentara en la mesa del patio que se encontraba más adornada de lo normal. Entró veloz a la casa y volvió con un sobre blanco entre las manos—. Toma.
—¿Qué es? —le preguntó mientras lo abría.
Dentro del sobre encontró el recibo de un paquete de sala y comedor que ella misma escogió.
—No te debiste molestar. —Su atención lo sorprendió de verdad.
—Para ti nada es molestia. Sabes que te amo —le dijo dándole una caricia que lo desarmó.
—Pero...
—Pero nada. Hice una venta de garaje con cosas que no ocupaba, así que fue muy fácil comprarlo.
Su novia no merecía que la engañara, ella era buena con él, siempre lo cuidaba y ayudaba cuando lo necesitaba; pero el deseo que sentía por Marcela era casi demencial. Tan solo con tener cerca a esa otra mujer bastaba para hacer que se olvidara de los remordimientos y de todas las promesas que le hizo cuando iniciaron su noviazgo.
Pasó a su lado todo el día, llenándola de atenciones y halagos, hasta que llegó la noche y se marchó a su departamento sintiendo cómo la culpa oprimía su espalda.
El fin de semana transcurrió demasiado rápido y las ansias de ver a su amante crecían con velocidad. Procuraba no escribirle nada relacionado con su idilio desde su teléfono, pero se volvía urgente resolver ese inconveniente.
El calendario marcó por fin el lunes y decidió invitar a Marcela a comer, dejándole una nota sobre su computadora; algo que se volvía usual entre ellos y, aunque la veía muy ocupada porque Sofía salía más seguido de lo normal debido a que iba a casarse con Stephanie y tenía que organizar su evento, creyó que le sería revitalizador olvidarse de todo.
Maximiliano se dedicó tiempo extra por la mañana porque deseaba lucir impecable. Usó un traje gris que ella le alagó en alguna ocasión y cuidó con esmero cada detalle. Todo era tan distinto con cada una.
Al terminar la jornada se encontraron en un discreto pero elegante restaurante donde él reservó, pidiendo de manera expresa una mesa alejada de la demás concurrencia.
—¿Y a qué se debe este honor? —le preguntó interesada Marcela cuando por fin se sentaron, porque él no solía hacer ese tipo de cosas; no con ella.
Él se inclinó un poco hacia su acompañante, contemplándola con devoción para comenzar a hablar. Se veía tan relajada y cómoda. La vela que brillaba entre los dos le brindó un resplandor especial, y el pesar que lo atacó el fin de semana desapareció de inmediato.
—Es que hoy se cumple un mes desde que... No sé cómo llamarlo, pero desde que empezamos con esto. —Le costaba recordar fechas importantes, pero esa en especial la tenía muy presente.
Llevaban un mes en donde sus encuentros habían sido escasos y complicados de concretarse, pero ambos ponían todo el esfuerzo para lograrlos, gastando su poco tiempo libre en estar juntos.
—Ya un mes. El tiempo vuela —suspiró al decirlo.
Su intérprete lucía impaciente, pero respiró hondo y, con un movimiento rápido, sacó del bolsillo del saco una cajita blanca y la puso frente a ella.
—Para ti —musitó animado.
Marcela fue sorprendida. Ni en sus sueños imaginó un detalle similar de su parte.
—¡Oh!, no pensé que teníamos que regalarnos algo. Me siento algo apenada.
—No tenemos. Solo quiero ver cómo se te ve algo. Ábrelo.
Verla conmoverse con su obsequio lo hizo sentir complacido.
—Bueno, pues, muchas gracias.
Marcela abrió la cajita con una radiante sonrisa, y descubrió dentro un par de pendientes de oro con piedras rojas junto con una nota que tenía una frase en portugués: "Você é a razão dessa minha loucura".
—Lo entiendo a medias. ¿Qué dice? —señaló la nota.
—Eres la causa de mi locura —le tradujo con esa voz que usaba para seducirla, aunque en esta ocasión no era la intención; se hallaban en un momento para conocerse de otra manera—. Espero que te gusten. Para mi petirrojo.
—¡Son hermosos! —Sus ojos brillaron de emoción.
—Como tú. Hermosos como tú —le dijo, rozando sus dedos sobre la mesa. Moría de ganas de unir sus labios con los de ella, pero sabía que no se encontraban a salvo de los fisgones y se limitaron a hablar y a mirarse como solo ellos lo hacían: con entera complicidad.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...