Confianza

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Si había algo que Max procuraba evitar, era salir con sus compañeros de la universidad. Sus amistades apenas se contaban con los dedos y ninguna era entrañable, por lo que prefería alejarse lo más que pudiera. Para su mala suerte, Antonella era la reina de las reuniones y se veía forzado a ceder de vez en cuando para acompañarla. Desde que pidió su baja temporal no había visto a ninguno, pero su novia lo arrastró hasta una fiesta en pleno miércoles. Se llevaba a cabo en casa de uno de los amigos de ella y él planeó marcharse temprano con el pretexto de que al día siguiente tenía que trabajar.

Apenas habían llegado, cuando fueron abordados por un grupo de curiosos que querían saber del estudiante que fue contratado en una de las productoras más importantes del país.

—¿Y cómo se llama tu jefe? —le preguntó una de las chicas una vez que se sentaron en la salita lounge que la anfitriona alquiló.

—Creo que es jefa, ¿no es así? —añadió un joven que estaba muy atento a la conversación y parecía más informado—. Se llama Marcela Andaluz. Su padre es conocido por tener varias acciones en algunas productoras y ella por si sola es muy talentosa.

Hasta ese momento, Max no había reparado en que todavía no conocía en persona a los padres de Marcela y tampoco conocía su historia.

—Máximo, debe ser súper emocionante —exclamó una muchacha que se notaba entrada en copas.

De inmediato llegó la incomodidad, no le gustaba que lo cuestionaran por todo lo que representaba ser acorralado.

—No me llamo Máximo. Y sí, es bastante interesante. —Pensó que con esa respuesta y el tono de su voz que usó se daría por terminada la conversación, pero uno de los invitados sacó su teléfono.

—¡Está muy buena!

El hombre veía fotografías de Marcela y Max sintió cómo comenzó a correr el sudor por su frente.

—¡A ver! —pidió una de las amigas de Antonella, arrebatándole el teléfono al curioso y las demás mujeres la secundaron para ver las imágenes.

—Anto, ¿y no te dan celos? ¡Es que mírala! Yo que tú estaría de los nervios —inquirió una de ellas.

—No, para nada —habló con tranquilidad. Su novio no pudo evitar impresionarse de que no se sintiera intimidada ante una mujer con tantos atributos y ventajas—. La conozco en persona y es muy amable también, pero no es su tipo.

A Max le dio un poco de gracia porque había escuchado la misma frase de lado de su jefa y al parecer tal afirmación no impidió que se enredaran.

—¡Créeme, es el tipo de cualquiera! —se atrevió a afirmar otro de sus compañeros que también veía las fotos.

¡Era necesario pararlos porque su corazón latía más rápido de lo normal y odiaba la sensación!

—Debe tener esposo o al menos un novio —alegó Antonella sin perder la compostura—. Además es mayor.

De inmediato se escucharon algunas mofas con su última frase.

—Pues la edad es lo que menos importa. Yo sí me la conquistaba.

—Si yo fuera tú —habló otro joven dirigiéndose a Max, quien se mantenía en silencio con el rostro irritado—, la seduciría y aprovecharía para sacarle provecho, le pediría contratos en películas o comerciales...

—¡Eres un vividor! —se escuchó decir.

—Me considero alguien profesional —por fin comentó el interrogado, harto de escucharlos expresarse así de Marcela.

—Espera un momento, ya me acordé. Yo vi una foto donde salías, y la guardé para preguntarle a Anto porque te veías distinto. Debes pagarte muy bien, ese traje es un poco caro —soltó una de las amigas y todos se apresuraron a ver la pantalla de su teléfono—. Que por cierto parecen muy cercanos.

¡Pasó lo que más temía! La fotografía que les tomaron en el estreno al que fueron, y que se encargó de que quitaran, volvía a hacer acto de presencia, justo en el peor momento. Estaba listo para un reclamo, una discusión o hasta un golpe de parte de su novia.

—Ya sabes cómo son los medios. —Antonella ni siquiera se descompuso un poco—. Buscan la manera de desprestigiar. Yo sé que mi amorcito sería incapaz de engañarme, ¿verdad?

—Nunca lo haría —él intentó sonar seguro al hablar.

—Pues felicidades, Anto —la codeó una chica que tenía cerca—, ya no hay hombres así. No lo dejes ir. Otro ya se hubiera dado varios revolcones para conseguir favorcitos.

—Es que hay que saber con quién relacionarse. Confío en él y sé que nunca me lastimaría. —Luego de decirlo, le dio un pequeño beso en la mejilla y le sonrió con esa misma dulzura que lo conquistó cuando la conoció.

Maximiliano sintió como si un balde de agua fríacayera sobre sus hombros por la presión que la conversación ejerció y optó porescaparse, haciendo uso de su excusa. Se sentía agotado física y mentalmente. ¡Porpoco y lo descubren! El incidente le dejó presente que si continuaba por muchomás tiempo con su aventura todo terminaría en un embrollo, pero se creía lobastante inteligente como para darle fin antes de que se saliera de su control.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora