Dedicó horas en la privacidad de su departamento imaginando cómo la pasaría Marcela con el famoso Ádam. Pronto Max se encontró observándose en el espejo, cuestionándose si ese desconocido podía ser mejor que él; al menos lo suficiente para lograr que ella lo hiciera a un lado.
La información que encontró en internet era repetitiva, pero pudo confirmar que el hombre gozaba de una buena fortuna, aunque confiaba que su jefa no podía impresionarse por eso. Averiguó también que tenía cuarenta y cinco años y dos matrimonios fallidos. Cuatro hijos, dos con su primer matrimonio y dos con el segundo. Al ver sus fotografías más actuales supo que se encontraba descuidado porque estaba algo pasado de peso. Ahora comprendía por qué Sofía le dijo alguna vez que él no era del tipo de su amiga. Sus facciones se veían un poco toscas y se tranquilizó al saber que, si hablaban de atractivos físicos, no encontraba en Ádam a un buen competidor. Los veinte años que los separaban le brindaban la lozanía que el otro carecía.
No se volvió a mencionar el asunto ni con Marcela ni con Sofía, pero esta última le había declarado la guerra en silencio invitando a su boda a Antonella. Sin duda estaba excediéndose en su intervención y deseó poder vengarse.
La fecha del enlace llegó y, aunque intentó negarse a asistir porque no quería que se encontrara en medio de sus dos mujeres ni ver a su amante del brazo de otro hombre, no logró evitar la emoción de su novia y se vio orillado a aceptar.
Max sentía la necesidad de destacar, por lo que fue a gastar una cantidad considerable de dinero en un traje. Eligió uno color gris oscuro e hizo juego con una camisa negra, una combinación que le sentaba excelente. Sabía que Sofía y Stephanie se lucirían en la celebración de su unión y no quería que el otro lo opacara. Antonella optó por un vestido color azul rey de dos piezas hecho de encaje en la parte de arriba, y gracias a su delgada figura lo portó con elegancia.
Los nervios lo atacaron cuando llegaron al salón. No quería ver a Marcela en esa situación. La ceremonia se llevaría a cabo en el jardín y respiró profundo antes de entrar. Por nada del mundo iba a permitir que lo notaran tenso.
Para su buena suerte, su jefa todavía no se hallaba entre los invitados y se ahorró con eso el que ella los observara entrar juntos. Hasta ese día no había permitido que lo viera con Antonella porque sabía que sería una situación muy incómoda. ¡Sofía iba a pagarlo con creces!
Se encontraba sentado bebiendo una copa cuando por fin la divisó a lo lejos. Su novia convivía con algunos colegas y pudo darse el lujo de mantenerse apartado porque no sentía ánimos para hablar con personas que no le terminaban de agradar. Fue fácil reconocerla. ¡Ahí estaba ese ángel que ahora no iba de su brazo! Llevaba puesto un bello vestido de lentejuelas color vino, de corte sirena con escote en V y la espalda iba descubierta de forma atrevida; la mujer sobresalía por su belleza y porte. Sus temores crecieron y odió el tener que compartirla; o tal vez ya ni eso. En cuanto se toparon de frente solo pudieron sonreírse como dos simples conocidos y seguir cada quien su camino. El tiempo corrió tan lento cuando sus miradas se cruzaron que pudo notar cada facción que dibujaba; no parecía estar incómoda. Sin presentaciones, sin atenciones más que un vistazo que guardaba reservas, sin ser él su pareja.
Después de ese difícil momento, Max supo por fin que había equivocado sus acciones desde el principio. Marcela era una mujer que merecía más que unas noches a escondidas, oculta en un teléfono que apagaba. Merecía ser vista, presumida y amada, y no terminaba de comprender por qué no tomó la decisión de atreverse a conquistarla como ameritaba. Gracias a ese incómodo encuentro su corazón se dividió por completo y una lucha interna comenzó a desatarse, dejándolo perturbado.
La ceremonia inició. Las novias eligieron usar los tradicionales vestidos blancos y, a pesar de todo, reconoció que se veían hermosas, cada una con su estilo. Todo el lugar estaba repleto de personas conmovidas, pero él solo podía ver de reojo a su amante, que sonreía con coquetería a su flamante acompañante.
No acostumbraba fumar, pero consiguió un cigarrillo y, cuando los invitados pasaron al salón, salió hasta un balcón alejado para no molestar con el humo, aprovechando que su novia se distraía con una actriz a quien admiraba y le pedía consejos. Tenía tantas cosas en qué pensar y no resultaba sencillo seguir allí, viéndola estar con alguien más.
Prendió el cigarro y se recargó en el barandal. El aire fresco que llegaba logró hacer que se tranquilizara un poco y clareó su mente.
—No deberías fumar, causa cáncer —escuchó decir y su rostro se iluminó. Marcela lo había seguido y se encontraba justo detrás de él; la forma de cómo sus pasos sonaban sobre el suelo se lo confirmó.
—Es solo cuando lo necesito —le dijo girándose y envolviéndola de inmediato en sus brazos a pesar de que era un pésimo lugar para hacerlo.
—¿Tan aburrida te parece la fiesta? —Intentó zafarse con delicadeza, pero él la sostenía con fuerza y logró darle un beso rápido a pesar de su renuencia.
—¿Por qué has venido con él? —susurró con una pena extraña en la voz.
—Porque has venido con ella —respondió mirándolo a los ojos; unos ojos que le decían que ya no se sentía tan fuerte como debería.
—¿Vas a dejarme? —Tenía que saberlo y, aunque era un mal momento, sus impulsos lo llevaron a preguntar.
La brisa y la oscuridad de la noche le dieron un encanto todavía mayor a esa mujer que tanto lo provocaba, haciendo que tuviera ganas de llevársela lejos para que nadie se le acercara.
—¿Tienes miedo? —se burló ella, sonriéndole para luego acariciar su barbilla. Amó sentir el aroma de su perfume tan cerca y amó todavía más el verlo tan afectado por la situación—. Sabes que no lo haré.
Escucharla provocó que contemplara su rostro para saber si decía la verdad.
—¿Me lo juras? —Necesitaba estar seguro.
—No tenemos ningún compromiso y no tengo por qué jurarte nada.
—Si de verdad creyeras eso no estarías aquí, persiguiéndome —la acercó a su cuerpo con descaro al decirlo—. Dime de una vez si estás dudando. ¡Quiero saberlo!
La urgencia crecía en su interior y se volvió necesario que pararan porque podían descubrirlos.
—Es mejor que lo hablemos en otra ocasión. —Dio un vistazo rápido para cerciorarse de que no estuviera ningún fisgón cerca y continuó—: Vine a darte una noticia. Me acaban de confirmar que tenemos un viaje dentro de ocho días. No estaba programado, pero el cliente cambió de productora en el último minuto y debemos ir a Colombia.
—¿Colombia? —El saber que se irían fuera de México le renovó los ánimos y no ocultó su alegría—. ¿Solo tú y yo? —Esa era su oportunidad para alejarla del tal Ádam y se convenció de que lo lograría—. ¿Segura que me necesitas?
—Siempre te necesito. Solo nosotros dos, mi querido Max. Tendremos tiempo de sobra. —Le dio un pequeño beso y quitó con suavidad la mano que la detenía—. Por ahora disfruta de la fiesta... y claro, de la compañía —mencionó con sarcasmo antes de irse.
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El Intérprete ©
Storie d'amoreLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...