Dueño

225 42 6
                                    

Su teléfono no dejaba de sonar. Sofía lo buscaba con insistencia y no tenía la menor intención de atenderla. Se sentía en serio furioso con ella. Maximiliano planeó pasar el domingo ejercitándose porque con sus horarios de trabajo no podía hacerlo tan seguido como acostumbraba y comenzaba a perder todo su esfuerzo de años por mantenerse en forma. Llamadas y mensajes no paraban de llegar hasta que optó por apagar el aparato.

Desayunó a prisa en su departamento, se puso ropa deportiva, salió en dirección al gimnasio y ¡allí estaba! Justo frente a su edificio Sofía esperaba acompañada de Stephanie en su automóvil rojo. En cuanto lo vio salió disparada para alcanzarlo, pero él la ignoró de forma deliberada.

—Si supiera el número interior habría entrado desde hace un buen rato. ¿Por qué no respondes mis llamadas? —le reclamó persiguiéndolo.

—No pienso hablar contigo, si es del trabajo espera a que nos encontremos en la oficina —dijo sin detenerse.

La mujer era obstinada y continuó caminando detrás de él.

—Para eso va a pasar mucho tiempo. Me voy de luna de miel hoy en la tarde y cuando vuelva ustedes estarán en Colombia... Su viaje dura tres semanas.

Max no sabía cuántos días estarían allá, lejos de todo, y le alegró saber que eran suficientes para disfrutar de su amorío.

—Pues entonces mándame un correo.

—¡Detente, por favor! —le suplicó porque las zapatillas ya estaban lastimándola—. Solo escúchame esta vez y prometo no volver a intervenir en nada que tenga que ver contigo.

Él se giró de golpe gracias a sus palabras. Terminar con su irritante intervención era necesario y optó por darle una última oportunidad.

—¡Soy todo oídos! —exclamó con evidente fastidio.

—Sé bien que no debí meterme —comenzó a hablar, observándolo avergonzada—, y también sé que seguro me odias, pero si lo hice fue por ayudar... ayudarte a ti.

—¿Qué parte no has entendido? —interrogó dando un intimidante paso hacia adelante y usando un tono de voz más alto y sombrío—. ¿Quieres saber si estamos teniendo sexo? ¡Sí! Estamos cogiendo como locos. Y ¿sabes qué?, la hago muy feliz con eso. Ella no me va a dejar. ¿Satisfecha? —Por fin lo reconocía, rompiendo una regla que seguro le traería problemas con Marcela, pero había sido suficiente.

A Sofía no la desconcertó saberlo porque conocía de sobra cuando su amiga se metía en relaciones inestables.

—¡Nunca va a amarte! —soltó sin más y él la miró con desprecio.

—¡Tú no sabes nada! —Dio otro paso hacia adelante y la hizo retroceder.

—¡Sí sé! Su corazón tiene dueño desde hace muchos años y ningún hombre ha podido cambiar eso; ni siquiera Ádam que, créeme, ha hecho de todo por lograrlo.

La confesión fue inesperada, pero ya no creía en sus palabras.

—No tengo la necesidad de decírtelo, pero tenemos un acuerdo. Estamos conscientes de los límites... Y de todos modos si llegara a querer algo más, ¿a ti qué?

—Yo... —titubeó al hablar porque sabía que podía meterse en verdaderos problemas, incluso hasta causar su despido si seguía yendo por ese rumbo—, no puedo decirte los detalles, pero... debes saber que ella estuvo una vez internada en un centro psiquiátrico; dos años para ser exactos.

Lo que decía parecía no tener sentido ni encajar en el presente.

—¿Por qué? —preguntó vacilante, aunque sabía que esa mujer era capaz de mentir para lograr su objetivo.

—Si quieres saberlo debe salir de su boca. Pregúntale por lo que pasó en las cataratas, has que te lo cuente y vas a entenderme... —Tenía el presentimiento de que Max estaba sintiendo algo más por su jefa y no era algo que lo beneficiara en nada—. No fue mi intención ponerte en situaciones incómodas ni que me aborrecieras. Lo siento. —Sus disculpas sonaron reales, pero no eran suficientes para hacerlo ceder—. Que tengan un buen viaje —le deseó, dándose la vuelta. Por dentro rogaba porque su insistencia rindiera frutos.

Sofía se retiró sabiendo que había hecho todo lo que pudo para evitar que ambos salieran lastimados. Si bien su amiga ya no estaba necesitando de sus pastillas para mantenerse tranquila, se sentía casi segura de que cuando todo eso terminara habría una recaída, y no sabía si iba a ser capaz de recuperarse.

—Igualmente —respondió con frialdad y siguió su camino.

Su acosadora había sembrado de nuevo la incertidumbre. Max ahora quería conocer el pasado de Marcela; ese que no permitía que él supiera pero que tampoco había atraído su interés como para indagar. Sin duda Colombia sería el escenario perfecto para persuadirla de contarle todo, solo debía tener paciencia. Pronto volverían a tener esa intimidad que tuvieron en Canadá y esta vez la usaría para obtener respuestas.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora