Imprudencia

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Los trabajadores se sentían muy contentos por haber terminado las grabaciones con éxito y decidieron ir a festejar a un conocido bar de la ciudad. Maximiliano, aunque no era parte del equipo, se había inmiscuido bastante porque sus tareas como intérprete solo lo demandaban ciertos días, le gustaba contemplar las cámaras y se imaginaba allí plasmado, siendo el protagonista y el que robaba toda la atención. Por ese motivo fue invitado al festejo y convenció a su jefa de ir porque deseaba distraerse y que salieran todos juntos a convivir.

Al conocer Cali, supo que era una ciudad de la cual es muy fácil enamorarse. La mezcla de su clima y de su gente, junto con la pegajosa música, la convertían en la orgullosa capital de la salsa.

En cuanto llegaron al lugar se acomodaron en varias mesas y pidieron una ronda de bebidas, luego se fueron levantando poco a poco para bailar. Marcela amaba estar en su tierra y quiso olvidarse de las responsabilidades y los pendientes que nunca se terminaban. Sacó a Max a bailar y, como enamorados, disfrutaron del ritmo sugerente de las canciones. Evitó por tanto tiempo el ir a su país, que esa noche se convirtió en madrugada entre tragos y cansancio por el baile y el calor.

Él no la había visto tan desinhibida conviviendo con otros, y esa nueva faceta lo conquistó todavía más. Sin duda aprovecharon cada día que tuvieron en Colombia, buscando tiempo para conocerse, pasear y estar juntos, amándose a su manera.

Festejaron tanto que, cuando se dieron cuenta, ya era muy tarde. Se sentían demasiado mareados, por lo que el conductor designado los llevó hasta su hotel, donde lograron entrar luego de trastabillar unas cuantas veces. Las risas no faltaron y, justo en ese breve instante, él supo que era con ella con quien quería pasar la vida. Ya no le importaba lo que otros dijeran o todo lo que escondía su pasado, los diez años que los separaban eran ahora irrelevantes, su elección estaba hecha, ¡por fin lo estaba! ¡Era ella! Y se convenció de que era necesario pedirle que se quedara a su lado y formalizaran su relación en cuanto lo consideraran adecuado.

El amor que sentía hacia esa mujer no era ese tan afamado que nace de la chispa inequívoca de un primer vistazo; sino uno que va creándose poco a poco, sin tanto ruido ni estruendoso romance, ni candor predefinido. Sin duda era un sentimiento forjado sobre la mentira y las promesas rotas, pero un sentimiento genuino al final.

—Soy de Bogotá —tartamudeó ella mientras revolvía su bolsa en busca de la llave—, pero también adoro esta ciudad. Veníamos muy seguido por negocios de mis padres. Me parece tan mágica y... sensual. —Se mordió el labio inferior después de hablar y lo contempló de arriba a abajo. Lucía tan guapo despeinado y con esa barba que se dejó crecer, que sus ganas de tenerlo despertaron.

Su conexión sexual seguía siendo muy fuerte y pronto la atmósfera los invitó a dejarse llevar. Apenas cerró la puerta, Max la sujetó del brazo y la presión que ejercieron sus dedos en su codo y esa mirada fija que solo él tenía lograron que sus ansias llegaran. Tiraron una pequeña mesa junto con los adornos que tenía, pero ni eso los detuvo. Fue ella quien saltó a sus labios y su amante no tardó en responder, acercándola a su cuerpo y sintiendo el calor de su deseo.

Cuando ella se comportaba de ese modo sabía lo que le pedía. Al fin y al cabo, no había nada más deseable que verla provocarlo y desataba así su auténtica naturaleza. Sin detenerse a pensar se quitó la camisa y se recostaron sobre la alfombra de la sala, donde le desabrochó el vestido. Fue tocándola, dándole placer con todo lo que sabía. Varios suspiros se le escaparon cuando la recorrió con la pericia con la que el alfarero trabaja una bella pieza de porcelana. Atacó su cuello con pasión, provocándole un escalofrío electrizante que le recorrió la columna vertebral. Poco a poco, sus respiraciones se fueron sincronizando. Usando sus dedos con deliciosa habilidad la urgencia por unirse se volvió insoportable. En ese momento, ella se apartó un poco para poder quitarse el vestido, quedándose solo en ropa interior, y después le dio la señal para que continuaran. Quería sentirse invadida, plena. Se hincó para devolverle el favor de su boca y al terminar fue despojada de la poca ropa que le quedaba. Los pantalones cayeron al suelo junto con todo lo demás y él, con lujuriosa autoridad, le pidió que se pusiera boca abajo para empezar a poseerla. Así, se entregaron sin tapujos, hasta el amanecer.

La ruidosa alarma los despertó, pero ninguno recordaba con detalles todo lo que habían hecho. Seguían desnudos sobre la alfombra y solo sabían que el lugar lucía como si hubiera pasado un tornado.

Max decidió dar una revisada a su teléfono y descubrió que, conducido por el alcohol, había sido imprudente y envió a Antonella unos cuantos mensajes poco convenientes. En ellos le escribió cosas que ya no sentía. ¡Cometió un error grande, de eso no existía duda!, pero contaban con poco tiempo para hacer las maletas y salir, por lo que tomó la rápida elección de esperar a llegar a México para poder hablar con ella frente a frente y decirle, con toda honestidad, que estaba enamorado de alguien más.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora