— Era pequeño, tan pequeño que cabía en la palma de mis manos.- Dijo mientras juntaba sus pequeñas manos, acunándolas como si sostuvieran de manera muy delicada y cariñosa, a un ser pequeñito que era invisible para él.- Su cabello era tan rojo como el atardecer más hermoso que he visto y sus ojos eran tan dorados que parecían contener el misterio más hermoso del universo entero.
Una suave sonrisa se formó en sus labios mientras llevaba sus palmas extendidas a su pecho, apretándolas fuertemente mientras su mirada se oscurecía con una evidente tristeza, con un sentimiento tan profundo de perdida que el mismo se sintió abrumado por un momento.
— Era muy hermoso... Es muy hermoso pero, yo no supe apreciarlo... Usted cree... ¿Qué él me odiara por haberlo abandonado de esa manera?
Sus casi siempre alegres ojos se cubrieron de una cristalina capa de lágrimas, contenidas con toda la fuerza que un niño de doce años de edad podía tener, apretando fuertemente sus labios para no soltar su sonoro llanto, para no verse débil ante aquel adulto que no hacía más que verlo con tristeza, con una curiosa impotencia recién nacida en él al no saber qué hacer por el menor.
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Hitoya había ingresado al hospital hacia casi medio mes, estando casi una semana entera en una especie de coma auto inducido, producto del exceso de trabajo que había tenido los últimos meses, por el estrés que había acumulado por un caso que llevaba en aquellos momentos, sintiéndose aliviado cuando logro resolverlo, dejando que todo el estrés y esfuerzo sobre humano que había hecho lo sobrepasara por fin, llevándolo a parar al hospital de aquella peligrosa manera y que por ende, terminara en aquella especie de coma.
Después de su casi semana completa de coma, dos días después de haber despertado de aquella inconsciencia auto impuesta por su propio cuerpo aquel pequeño y curioso niño apareció frente a él. Metiéndose en su cuarto como si nada, ignorando sus constantes ordenes de que se fuera y lo dejara solo, de que no le hiciera tantas preguntas, de que lo dejara descansar o de que dejara de subirse a su cama cada que tenía sueño y deseaba dormir.
Aquel niño había aparecido sin más, vestido de aquella curiosa manera que asemejaba el traje infantil de algún joven príncipe, siendo únicamente acompañado por un cerdito de peluche que se negaba a soltar, que abrazaba como si su vida dependiera de ello. Cuando Hitoya, ya harto de que el pequeño no se fuera e hiciera caso omiso a todas sus peticiones de guardar silencio o de que lo dejara descansar, le pregunto la historia de aquel rechoncho peluche aquel curioso niño simplemente sonrió, sosteniendo en alto a su bonito cerdito, orgulloso de este, mientras que con una enorme sonrisa y completamente alegre decía con una gran pero dulcemente, infantil voz:
— Es mi querida Amanda... ¡Mi boleto de regreso a mi mundo!
Logrando con ello que el mayor se cuestionara el por qué había preguntado eso, suspirando sin entender, dejando de lado aquellas palabras pues no estaba en su interés actual el saber el significado especifico de estas, en especial, por el hecho de que aquel niño insistía con bastante frecuencia, no pertenecer al mundo de Hitoya.
— ¡Lo juro, señor Hitoya! Yo no soy de su mundo. Yo vivía en un pequeño asteroide que para mí no era más que mi mundo entero. Era mi sitio en el universo. Pero lo deje atrás, muy, muy lejos de aquí. Llegue a este sitio después de cruzar el cielo, de viajar a través del universo, pasando por planetas tan curiosos como extraños, tan grandes como cien soles juntos, tan pequeños que a lado de mi asteroide, eran menos de la mitad de él. Seguí el caprichoso camino de las estrellas, recorriendo la bóveda celeste para finalmente llegar hasta aquí, mi última parada.
Y Hitoya, simplemente terminaba escuchando todo lo que aquel pequeño parlanchín decía, quejándose únicamente con los enfermeros cuando lo venían a ver a cada tanto, diciéndoles que se llevaran al niño, que ya no lo soportaba y se lo llevaran ya. Descubriendo con ello, que aquel pequeño periquito no era tonto. Siempre que un enfermero entraba a la habitación, el pequeño enano se escondía muy bien, aguantando su risita, escabulléndose de manera tan silenciosa que los enfermeros nunca lo veían salir o estar en la habitación de Hitoya, logrando con ello que siempre lo miraran raro, que se cuestionarán si quizás estaba recibiendo demasiados analgésicos o morfina, provocando la nada disimulada furia de Hitoya, quien terminaba lanzándole alguna almohada con toda su fuerza al menor cuando este volvía a ingresar a la habitación una vez los enfermeros estaban fuera, exigiendo que dejara de esconderse, que dejara de molestarlo y que se callara de una buena vez.
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Pequeño Viajero
FanfictionHitoya ingresa al hospital después de un colapso por estrés y exceso de trabajo, encontrándose dentro de este, a un pequeño niño que no hace mas que hablar y reír, un pequeño que habla de una flor abandonada, un lejano asteroide y atardeceres hermos...