Petirrojo

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Antonella caminaba por completo emocionada. Su infidelidad sí que la lastimó, pero ahora que sabía que él también entraba en el medio, pensó que sería una buena oportunidad para arreglarlo todo e intentarlo de nuevo. Deseaba verlo pronto, pero fue abordada en varias ocasiones antes de que pudiera llegar al lugar donde creía que Max la había citado.

Al abrir la puerta lo encontró. Permanecía sentado sobre el sillón con la mirada perdida. Su saco se hallaba en el suelo, la corbata la tenía suelta y sostenía una copa a punto de terminarse entre los dedos.

—Hola —le dijo con alegría porque pensaba que estaban a punto de reconciliarse.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él con voz seria sin dirigir su rostro hacia ella.

La joven no entendía lo que sucedía.

La puerta corrediza que daba al jardín se encontraba abierta y las cortinas revoloteaban en el aire, dándole a la escena un toque de nostalgia. Él las contemplaba con atención y con una pena evidente.

—Vine por... —quiso hablar, pero se vio interrumpida por Max cuando se puso de pie y dejó la copa sobre la mesita para enfrentarla.

—¡Lo siento, Antonella!, pero no vamos a hacer esto. Tú y yo terminamos y debes saber que no hay una posibilidad de regresar. Es lo mejor para ti. —Era muy tarde para hacer las cosas de forma correcta, pero al menos empezaría con eso. Ella no se merecía más aflicción.

—Entonces —intentó comprender—, ¿por qué me buscaste? —Le mostró la nota que era para otra mujer y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Ha sido un error que no se va a repetir. —Al verla descomponerse optó por suavizar sus palabras porque, después de todo, la seguía queriendo por todo lo que compartió a su lado—. Seguro encontrarás a alguien que sepa amarte y quiera darte todo lo bueno de sí desde el primer minuto; pero yo ya no soy esa persona.

—¿Por qué te burlas así de mí? —soltó alzando la voz que evitaba quebrarse—. Solo tenías de decir: "ya no te amo, ahora amo a alguien más" y yo lo hubiera entendido. Me habría dolido, ¡sí!, pero no como me dolió. ¿Sabes la humillación que fue? Tuve que explicarles a todos nuestros conocidos y tragarme la vergüenza de haber dicho que estábamos a punto de comprometernos.

—Lo siento mucho —dijo él, hablando con una autenticidad que logró hacerla entender que se sentía arrepentido de verdad—. Perdóname —susurró.

Ya no había nada más qué decir. Antonella era lo bastante pacifica como para usar la diplomacia en los peores momentos. Solo pudo acercársele para abrazarlo y otorgarle su perdón.

—Cuídate mucho. Este ambiente tiene tentaciones que desconocíamos, ojalá puedas evitarlas. De todo corazón deseo que tengas éxito en tus proyectos. —Su popularidad iba en picada y, gracias a que conoció con desencanto las partes corrompidas del medio, ya se sentía de nuevo con los pies sobre la tierra.

—Lo mismo para ti.

Se estrecharon las manos y ella se marchó sabiendo que ponía punto final a su historia que, a pesar de todo, guardaría como un bonito capítulo de su vida.

Afuera, en el rocío de la noche, Marcela caminaba en la oscuridad. Ambos se habían regalado el placer de tenerse, de besarse y decirse adiós; su última vez y nunca más. No olvidaría a su intérprete, a su mejor amante y a ese amor que la sostuvo cuando más lo necesitó. Viviría agradecida por lo que le dio y por lo que le permitió volver a sentir.

La carta que le dejó era leía en silencio y decía:

Durante mucho tiempo me aferré a un recuerdo que dolía tanto que logró causar una herida enorme, y ese recuerdo no me dejó ver lo que tenía frente a mí. Hoy me toca despedirme de ti y esta vez es definitivo. Me equivoqué no una, sino muchas veces. Tú también te equivocaste bastante. Le hicimos mal a quien no lo merecía y me aborrezco por eso. Tal vez fue el brillo de tu sola presencia el que me deslumbró y no pensé con claridad, solo me dejé llevar como un barco sin velas, pero el barco naufragó y ha caído en desgracia. Te confieso que han sido noches en vela deseando el placer de tu presencia y la calidez de tu voz, una voz que no fue capaz de declararme su amor cuando era el momento justo, y ya es tarde para eso. Es tarde para nosotros, es tarde para arreglar este desastre. Serás siempre el recuerdo que busque cuando me sienta sola o cuando quiera sonreír como una loca. Te dejo ir porque no tengo forma de sostenerte y para ser sincera no quiero hacerlo; nada a la fuerza es bueno.

Tienes que saber que fue hasta el final que supe que eres un artista, un auténtico artista que va a saborear las mieles de sus frutos, y yo estaré ahí para aplaudirte, a lo lejos, pero lo estaré.

Siempre que las palomas de la catedral se atraviesen en mi camino pensaré en ti y sé que serán los momentos más bellos de mi día.

Gracias por haber estado en mi vida.

M. A.

La romántica canción que tocaban afuera se encarnó en Maximiliano. El papel quemaba entre sus manos. Si tan solo ella hubiera dicho una palabra que lo hiciera saber sus deseos, o al menos sospechar... Pero ya nada importaba, no podía volver el tiempo atrás para cambiar lo que pasó. ¿Y si la perseguía? Corriendo de forma dramática, buscándola para pedirle, suplicarle, que le diera la oportunidad de estar a su lado. No, no serviría de nada. Ahora era momento de continuar. Siempre la recordaría, llegaría a él en sus ratos más íntimos; aquellos donde volcaría su mente en el pasado y se regalaría el tiempo de evocarla.

Así permaneció en silencio, pensando, soltando tal y como ella le enseñó; dejando volar a su amado petirrojo, para siempre.

FIN

Algunas personas están destinadas a amarse, pero no a estar juntas.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora