El garaje de aquel bloque de edificios era un espacio frío y húmedo y la iluminación era muy triste. Seguí a Vítor junto a Alan ya que era él quien llevaba la llave y sabía a qué coche pertenecían. Iba delante de nosotros en silencio, caminando con decisión hacia una zona del aparcamiento entre el número veintitrés y veintisiete pintado en cada zona del muro. Ignoré las miradas de reojo de Alan y me fijé de entre esa hilera de cinco coches, en uno de un azul cian que destacaba entre los demás de carrocería oscura. Plaza veinticinco, Skoda Fabia Spirit de tres puertas. Sus luces parpadearon para mi sorpresa cuando Vítor presionó el pequeño botón del mando a distancia, no parecía ser el estilo de Zira pues la chica me había dado una primera impresión más seria que la sensación que despedía aquel coche a simple vista. Me monté en la parte de atrás dejando a Alan como copiloto, y me coloqué en el asiento central situado justo detrás de la palanca de cambios entre ambos. No me preocupé de abrocharme el cinturón.
Reconocí el barrio de Bloomsbury en cuánto salimos del parking. Aún recordaba cuando a los cinco años mi padre me llevó a “Judd”, mi primera tienda de libros, y me perdí. Estábamos en vísperas de Navidad y la tienda estaba atestada de gente rebuscando estanterías, pidiendo los libros que anteriormente habían encargado, preguntando por títulos de algunas novelas o como yo, admirando cada rincón a cada paso que daban deseando que si alguna vez tuviera que perderme en un lugar, fuera allí. Mi deseo se concedió. Según mi padre estuve desaparecida durante quince minutos. Me había separado de él, que conversaba con el dueño con el que hacía tiempo no se encontraba, y me abrí camino entre tanta gente siguiendo un sendero paralelo a sus altas estanterías que se había formado en mi imaginativa e infantil cabeza y que me llevaron a una segunda planta. Me tropecé con un libro en el suelo y me apresuré a recogerlo para que nadie lo pisara. Era un ejemplar de “El principito”, mi primer libro aunque no el más especial. Encontré un pequeño hueco en una esquina entre dos estanterías y me senté en el suelo disponiéndome a leerlo; En ningún momento tuve la sensación de estar perdida, al contrario, ya tan niña sentí que mi sitio estaba entre esa infinidad de letras y que viajaría toda mi vida a través de ellas, encontrando en cada página una afición que me marcaría y que cada aventura definiría la persona en quién me convertiría.
Cuando vi el inmenso atasco que se extendía delante de nosotros, decidí apoyarme en el respaldo y observar por la ventana de mi izquierda a las personas que transitaban la acera con el rostro oculto bajo su paraguas. Me gustaban los días lluviosos pero para permanecer en casa pues la carretera y las calles se obstruían de una forma exasperante. Había comenzado a morderme la uña de mi pulgar diestro, totalmente concentrada en esa nueva distracción, cuando la melodía de un teléfono me hizo levantar la mirada y dejar caer rápidamente la mano en mi regazo al darme cuenta de lo qué estaba haciendo. Mi madre y Maya me regañarían, bueno, Maya ya no… pero cuando estaba conmigo se pasaba las horas evitando que hiciera mis dos incontrolables manías. La segunda se trataba de tirar con los dientes del delicado pellejo de los labios hasta causarme una herida y hacérmela sangrar. Esa era la peor; Fruncí el ceño y me incliné hacia delante viendo cómo Alan sostenía el móvil en sus manos mirando y dejándolo sonar, la melodía era una de esas que había por defecto en el teléfono sin pertenecer a ninguna canción en concreto. Me dio un amargo pinchazo en el corazón al leer el nombre de Donna en la pantalla, sabiendo por qué razón o más bien decir, necesidad, se quería poner en contacto con él. Agradecí egoístamente en mi interior, echándome de nuevo hacia atrás, que Alan lo pusiera en silencio y no lo descolgara, no quería estar presente en una conversación que tuviera algo que ver con el reciente accidente y por consiguiente en la muerte de mi mejor amiga. Vítor no se interesó por la persona que se había quedado al otro lado de la línea sino que continuó callado y con la vista fija en la carretera con el único objetivo de llegar a casa de Nathan.
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Prohibidos: Esclavos del tiempo.
Fantasy:: AVISO A NAVEGANTES: Esta novela está registrada en SafeCreative por lo tanto absténganse de copiarla o adaptarla de algún modo. :: Sinopsis Nathan y Doia, amigos desde la infancia, empiezan a sentirse intensamente atraídos mutuamente a raíz de un...