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1830

Las patas de un caballo negro golpeaban la tierra de un campo grande. En su lomo, Damon abrazaba con fuerza la delgada cintura de la mujer que se aferraba a las riendas del animal para controlar el trote.

Era casi media noche. Adeline había tomado, sin permiso alguno, uno de los caballos de su padre, y junto a Matilde logró entrar a una de las propiedades del mismo para llevar a cabo su plan maestro.

Su amiga era buena haciendo travesuras, que le preguntaran a su prometido si no creían en esa afirmación, porque el hombre diría, con las manos temblorosas, que no había conocido jamás a una dama con el ingenio tan amargo como para poner un sapo en su ropa interior.

Conociendo eso, las dos jóvenes se las ingeniaron para llenar de velas la propiedad del marqués. Solas, y completamente a escondidas, robaron comida de la cocina para poder preparar algo rico. Hicieron ensalada rústica y cordero en su jugo, cocieron patatas y quemaron unos cuantos vegetales. Y aún así, con todo eso, Damon pudo asegurar que fue la mejor noche de su vida.

No podía creer cómo había sido tan afortunado para que todo le fuera así de bien. Tenía el trabajo que siempre había anhelado, ese que le daba dinero y poder, ese que lo ponía en un puesto donde jamás se imaginó llegar a estar. Se había rodeado de amigos leales, porque ese era el mejor adjetivo para denominar a Hunter y León. Ellos eran fieles y solidarios, y con su ayuda, una noche estrellada, tuvo la fortuna de conocer a la dama que llevaba en brazos, esa que suspiraba cada que su pecho le golpeaba la espalda rítmicamente.

Creía estarse enamorando, aún cuando no supiera con certeza de que iba ese sentimiento, pero daba por hecho que era la única palabra que le venía a la mente cuando el cuerpo se le encendía en llamas al ver los pequeños ojos color cielo de esa dama.

Lady Adeline era lo mejor que le había pasado en la vida, y vaya que se lo agradecía a Dios, porque de él venía la bendición de llevarla en brazos.

Después de cenar se decidieron por dar un paseo furtivo, subieron al caballo en el que habían acudido a la propiedad y cabalgaron hasta llegar al muelle. En el cielo la luna se reflejaba en el agua y las olas golpeaban la arena que se adhería en sus pies ahora descalzos.

Andaban como un par de chiquillos enamorados, que aprovechaban la oscuridad de la noche para no ser reconocidos. Caminaban con las manos entrelazadas y el alma perdida, porque cuando estaban juntos, no existía nada más.

Damon la volteó a ver, tenía la nariz pequeña y respingada, la piel de leche y los ojos de un zafiro. En sus labios rosados cabían mil besos y en sus manos delgadas podía cargar el corazón que estaba dispuesto a darle.

-Mi padre anunciará mi compromiso dentro de unos días-dijo de un momento al otro, destruyéndole las esperanzas que estaba haciendo.

-¿Qué?

La boca se le secó.

Los ojos de lady Adeline soltaron la arena para verle el rostro.

-Está completamente encaprichado, y no desistirá hasta que me case con el marqués-entre sus palabras se colaron unas cuantas notas de pena.

-Eso es una tontería. Te dije que hablaría con él para pedir tu mano.

La dama asintió, comenzando a sentir el ardor que le recorría el pecho cada que le daba vueltas al tema.

La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora