MENSU

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Extrañamente, era una de las primeras noches en que la ciudad estaba tan tranquila. Hace más de una semana una de las mafias más poderosa de Los Santos había sido desmantelada y aquél éxito había sido logrado por los Inspectores Fred y Dan. O, como ahora volvía a llamarle la policía, Gustabo y Horacio. 

—Vamos, márcame algo. 

—¡Pero que no hay nada, Gustabo! Ya te lo he dicho. 

El nombrado refunfuñó por lo bajo dando una media vuelta con el Zeta en dirección en la playa. Si bien estaba yendo por el carril contrario, no había ningún coche que le causase problemas. 

—Horacio, ¿quieres poner música?

Esa noche parecía ser inusual por el silencio que los rodeaba, especialmente al tratarse de ellos dos. Normalmente estarían charlando sin parar, riendo y haciendo bromas por radio. Pero esa conexión parecía inexistente. 

—No, yo...quisiera contarte algo. 

Quisiera contarte algo. 

Esas tres palabras hicieron eco en la mente calculadora de Gustabo. Él lo sabía. Sabía que esa simple frase era de gran importancia, que no le iba a contar algo sobre sus mascotas, Pablito y Perla, algo sobre moda ni de un nuevo baile que aprendió. 

Horacio quería contarle algo, algo importante. Y él iba a escucharle con suma atención, como lo hizo los veintitantos años que estuvieron juntos. 

—Yo también quiero contarte algo. 

Lo soltó, con simples palabras como su hermano pero con el mismo peso. 

Nuevamente, el silencio invadió el Zeta. 

Gustabo siguió conduciendo con los nervios tratando de apoderarse completamente de su ser, pero mantuvo la compostura, como siempre lo hizo, y su rostro siguió apacible, como si nada le perturbase. Como si el remolino de pensamientos que tenía en ese momento no estuviese caotizando su estabilidad mental. 

¿Siquiera la tenía? 

—Llegamos —avisó como si no fuese obvio. 

Ninguno hizo amague de bajarse del vehículo, así que ambos se mantuvieron en su asiento. La imagen frente a ellos era hermosa. La marea removiéndose con furia por el viento del Invierno, el cielo, completamente despejado, mostraba un sinfín de manchas blancas y brillantes que ellos tantas veces habían visto. Sin un techo sobre sus cabezas, las estrellas fueron un gran refugio que duró muchos años. Un refugio que todavía se mantenía presente en sus vidas. 

La luna, completamente redonda, brillaba en complicidad. Ella lo había visto todo, y nunca dijo nada. 

—Bueno...¿quién empieza? 

—Habla tú, Horacio. 

—¿Por dónde comienzo? 

Gustabo no respondió, sabía que esa pregunta no iba dirigida a él. 

—¿Recuerdas el fin de semana pasado? 

—Sí, ¿qué pasa con eso? 

—Nosotros no nos volvimos juntos al departamento. 

Gustabo se mordió la lengua. Claro que no había vuelto al departamento que compartían, había estado tan ocupado con sus asuntos que ni siquiera había recordado que su hermano también había asistido a la fiesta y que debían regresar juntos a casa como siempre lo habían hecho.

Pero esa noche fue diferente. Especial. Caótica.

—Yo... —divagó Gustavo.

—Perdón, sé que debería haberme ido contigo, soy un mal amigo, tú estabas bastante borracho y...no sé ni como volviste. 

MENSU | Intenabo & VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora