Prólogo

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Vala había sido la primera en percatarse de mi ausencia aquel día. Me lo dijo en secreto cuando todos los demás se habían ido a dormir. Ella era la única que comprendía lo que yo estaba sintiendo en ese momento. Mi amor por él, era lo más doloroso y traumatizante que había llegado a experimentar alguna vez, y hasta en eso, ella alcanzaba a comprenderme.

El sabor de la traición había transformado mis dulces sueños, -hacía poco más de 5 meses- en horrendas pesadillas, donde era descuartizada por  mi mejor amiga, que me enterraba un enorme puñal en la espalda mientras dormía, por ser lo que era: una traidora.

Esa noche Vala durmió a mi lado hasta que el sol se puso entre las nubes y el primer rayito de su luz tocó mis ojos, provocando que los abriera con exalto y apartara sus brazos de mi cintura para poder escabullirme y salir de allí, tomar el primer bus que viera, y huir tan lejos como fuese posible.

Un corazón destrozado nunca iba a ser un buen consejero para momentos donde lo que necesitabas era sensatez. Mi corazón gritaba muchas cosas ese día, pero mi mente exigía justicia por todo aquello que había tenido que soportar solo por migajas de algo que creía eterno, que creía hermoso; perfecto, indestructible...

Pero la bofetada con guante blanco que me dio la realidad, había sido agresiva, que la pude sentir remover cada parte de mí alma, y reacomodar todos aquellos pedacitos que había ignorado en el camino. Esos pedacitos que brillaban con una luz enceguecedora, así que, como pude, recogí cada parte de ellos, y los uní entre lágrimas y despecho esa noche, para que me hicieran ver todo aquello no había querido ver por el ingenuo amor que sentía hacia un ser repulsivo y asqueroso.

El destello de luz había abierto mis ojos, y era como renacer. Era lo único que necesitaba en ese momento para salir de allí en una pieza, y no en mil.

Corrí tan fuerte que mis piernas se comenzaron a sentir entumecidas en el camino. Podía escuchar la voz de Vala gritar mi nombre una y otra vez, pero yo escuchaba los sonidos lejanos, distantes, ajenos a mí. Solo podía pensar en correr, en salir de allí y escapar de la forma más cobarde que pudiese existir.

Entonces, en medio de mis jadeos temblorosos, de mis manos agitandose en el aire y mis cabellos sudados que se pegaban a mi rostro, pude ver a lo lejos las luces de un auto que se acercaba a gran velocidad hacia mi dirección. Mi corazón, acelerado a tal punto de ser doloroso, empezó a bombardear más rápido, más fuerte, más exigente. Estaba segura, de que si posaba un dedo sobre la piel de mis costillas, lo sentiría palpitar bajo mi tacto sin problema alguno.

Un nudo de precipitación se puso en la boca de mi estómago haciendo que la ganas de vomitar que envolvían mi sistema, se volvieran, hasta ese punto, aún más insoportables.

La pesadilla que había querido tapar con la tierra de mis propias mentiras, estaba viniendo hacia mí una vez más.

No había para donde esconderse. El mar de lágrimas que mojaba mis mejillas, comenzaba a empapar un poco mi pecho, cayendo a precipicio por mi barbilla, como una torrencial lluvia que no había manera de detener.

Mis manos se aferraron a mi vestido y lo único en lo que podía pensar sin control, era en correr con todas mis fuerzas; no importaba donde, qué más daba donde, era lo único que quería hacer hasta caer inconsciente en algún matorral que me hiciera invisible a sus ojos.

Y eso fue lo que intenté hacer, una vez más.

Pero su Chevrolet Silverado High Country,  fue más rápido que mis agotadas piernas, y, con un derrape perfecto, él terminó anteponiendo su camioneta justo frente mí, saboteando por completo mi intento de huida. Podía sentir cómo el color de mí piel desaparecía lentamente a medida que los movimientos del hombre dentro del vehiculo, se hacían cada vez más apresurados. Podía verlo quitar el cinturón de seguridad que evitaba que a él le sucediera algo, que cuidaba su asquerosa vida miserable. El temblor en sus manos volvían sus movimientos toscos y nerviosos.

Podía verlo abrir la puerta del auto con movimientos bruscos. Podía verlo enojado, torpe, furioso, con sus ojos rojos de rabia reprimida.

El traje que llevaba estaba deshecho. Su cabello rojizo era una pila de flechas apuntando en todas las direcciones. Quise correr en reversa, pero sabía que sus brazos me atraparían a la primera, así lo diera todo por última vez, así pusiera mi último aliento en ello; sabía que me alcanzaría, sus piernas eran dos veces más largas que las mías.

Nada ni nadie iba a detenerlo de lo que pretendía hacerme.

Nadie iba a salvarme de él.

Ni siquiera él mismo.

Mirando su cuerpo enorme frente a mi, con sus brazos a cada costado, sus puños cerrados y su mirada espeluznante, no podía dar crédito a la estupidez que había cometido al encadenar mi corazón a un poco hombre como él. Mi forma de verlo había cambiado totalmente en aquel momento. Ya no podía sentir su presencia como algo mágico y sobrenatural, la barrera de resentimiento y rencor, hacían que lo mirara con asco, con desprecio. Y él, tenaz, inescrupuloso, también sentía lo mismo hacia mi. Podía verlo en sus ojos fieros, que todo había cambiado entre él y yo, y lo que antes había sido hermoso, hoy estaba siendo la peor pesadilla para ambos.

- No debiste hacerlo... -Su voz... su voz era irreconocible.

Las palabras se me amotinaron en la garganta, queriendo salir todas al mismo tiempo. Pero, aún con el miedo y la adrenalina  en mi cuerpo, como pude, ordené mis ideas en tiempo récord, para poder expresarle lo que sentía, sin que mi voz se quebrara en el intento.

-Me voy de aquí. -dije sin más.

-¿A dónde vas? 

- N-no quiero estar aquí nunca más...

- ¿A dónde ibas? - presionó esta vez, con más insistencia y en una especie de grito que me puso la carne de gallina.

- Debes dejarme...

- Eso solo lo decido yo. -la firmeza en sus palabras me hizo sentir asqueada de mí misma por permitir que él me hablara de esa forma.

Pero no podía hacer nada.

-Deja que me vaya. -no pretendía sonar como una súplica, pero realmente era lo que quería hacer en ese momento: arrodillarme y suplicarle que me dejase marchar.

- No quiero. -en la distancia, pude ver como sus ojos se hacían más fieros, más rabiosos. Y el escalofrío que antecede al miedo, me hizo estremecer hasta erizar cada vello que cubría mi cuerpo. -Hiciste que perdiera todo. Hiciste que me perdiera a mí mismo, a mi familia, mi vida completa... me la arrebataste -entonces, sus pies comenzaron a moverse en pasos firmes hacia mi dirección. El corazón me dio un vuelco feroz en el pecho. Toda la sangre se me fue del cuerpo. Mis labios se entumecieron de repente. - Jugaste con todo aquello que te ofrecí, me engañaste, me mentiste, me usaste... - con cada palabra que decía, su tono de voz se llevaba aún más.

- D-dejame explicarte... -fue lo único que pude decir, al ver cómo su cuerpo cada vez estaba más cerca del mío.

Pero él, solo pudo reírse  con genuina amargura y decepción.

- Pero si eso es lo que siempre haces: explicarme todo a tu conveniencia. - se detuvo frente a mí, y tuve que alzar la barbilla para mirarlo a la cara. Pero el miedo me hizo bajar el rostro apenas sus ojos se encontraron con los míos -Te subestimé demasiado... Pero tienes un poder de convencer a las personas, que va más allá de mi entendimiento. Y mira cómo estoy ahora, ¿te parece justo lo que me hiciste hacer?, ¿no crees que abusaste demasiado del amor que te tengo e hiciste de mi vida lo que te salió de tus ovarios? -Sus dos manos capturaron mis mejillas y me hicieron levantar el rostro, para encontrarme con su mirada -Y ahora me ordenas que te deje ir... como si fuera tan fácil dejarte ir...

Sus manos comenzaron a bajar poco a poco, con lentitud, hasta posarse en mi cuello con premura, mientras él observaba sus propios movimientos.

El pánico, entonces, estalló en mi sistema y colapsó en mi cabeza encendiendo las alarmas de alerta roja por todo ser.

-Eso, te lo digo ahora que puedes escucharme fuerte y claro, no lo decides tú.

Entonces, sus dos manos se apretaron con fuerza al rededor de mi cuello.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2020 ⏰

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