Capítulo 2

9 3 0
                                    

Escucho mi despertador, sigo mojado y sin ganas de hacerlo callar. Me levanto y entro a mi habitación, hoy empiezan los preparativos para el Día de Muertos, las calles van a estar repletas de gente cargando flores y arreglos para las casas, pero no hasta tarde... ahora todo el mundo sabe que salir en las noches una vez empezado octubre es peligroso, puedes terminar haciéndole compañía a los muertos desde su lado del río.

Apago la alarma y me quedo de pie junto a la cama. Toda la noche estuvimos llorando, ya ha callado, yo no puedo llorar más. Tomo mi celular y lo enciendo, se me rompe un poco más el corazón al ver la imagen del fondo: somos nosotros hace tres años, un día antes de que muriera, sé que ya debería quitar esa fotografía, pero es imposible.

Ven al río... ¿Por qué, Dios mío?

Camino hacia el baño y abro la llave de la regadera, el primer contacto es frío, el agua comienza a calentarse conforme me quito la ropa. Entro y cierro los ojos. El agua está caliente, lo sé, se siente en el aire, pero mi piel la siente helada...

El río es más frío en invierno.

Todavía no es invierno, estamos en otoño. Estoy temblando, pero no es por el baño frío, la siento cerca, aunque nunca lo suficiente como para que me toque.

Una punzada en las manos me saca de mis pensamientos, las miro y veo las marcas rojas que dejaron mis uñas en las palmas, sale un poco de sangre. Hago más presión y un ligero movimiento hacia arriba, siento que se abren más y la sangre comienza a caer al suelo, se mezcla con el agua y se va por la cañería. Me quedo así solo un momento, ahora pongo las manos debajo de la corriente del agua, las froto suavemente y las pego a mi pecho. No me lastimé lo suficiente para que no dejen de sangrar, solo están irritadas y con unas pequeñas marcas abiertas.

<< -Las flores lucen hermosas este año.

-Dices lo mismo todos los años.

-Porque es verdad, iluminarán perfectamente... >>

-Pero no iluminaron tu camino -las flores se las lleva el río. Lloro una vez más.

Cierro la llave y me envuelvo con una toalla. Regreso a mi habitación y tomo ropa limpia, antes odiaba la ropa negra, pensaba que era el color de la muerte y el luto, ahora es el único color del que visto, estoy de luto desde hace mucho tiempo.

Termino de vestirme y tomo mi mochila del suelo, los fantasmas no son pretexto para faltar a la escuela. Bajo a la cocina. Dejo la mochila en el suelo y tomo una manzana.

-¿Qué tal la noche? ¿Pudiste dormir? -me sobresalto un poco al oír a mi abuela, pero solo un momento.

-Ya comenzó.

-Como los años pasados -pone su mano en mi hombro.

-¿Por qué sigue aquí? -mi voz es casi un susurro.

-Algo le impide descansar.

-Y ella me lo impide a mí.

-Por más que trato, no consigo hablar con ella, ni siquiera puedo verla.

-Yo tampoco puedo verla, pero supongo que no es lo mismo... tú sí deberías poder.

-Pero no puedo.

-¿Por qué yo, abuela? -volteo a verla y vuelvo a llorar -¿Por qué me persigue a mí?

-Tenía una conexión muy fuerte contigo, su amor la une a ti -me abraza.

-¿Crees que... que yo... sea la razón de que siga aquí?

-No, corazón. Estoy segura de que debe ser por otra cosa... pero hasta que no logre hablar con ella... -se encoge de hombros, me suelto de sus brazos y recojo mi mochila.

-Tengo clases.

-Irás, ¿verdad?

Asiento y me voy. Camino en silencio, viendo cómo el pueblo va despertando, cómo se preparan para recibirlos. Lo normal es que lleguen en noviembre, pero mi vieja amiga siempre se adelanta.

Las clases empiezan en una hora, estoy acostumbrado a no dormir bien, así que levantarme en la madrugada para ir a la universidad no me resulta difícil. Me levanto una hora más temprano para poder ir al cementerio, estar ahí calma los gritos.

Aún no hay gente aquí, el cementerio siempre es lo último que preparan. Las lápidas están perfectamente alineadas y en cada una se puede leer el nombre de quién alberga. El césped está recién podado y luce un verde intenso que resalta los colores de las flores que hay frente a cada tumba. Más allá inicia el campo de flores de cempasúchil, la gente del pueblo dice que este es un lugar especial, las flores no se marchitan en ninguna estación del año, ni con el invierno más frío. Dicen que cada flor es un par de almas enamoradas, por eso resisten todas las tempestades, un símbolo de amor que no se acaba ni con la muerte. Es un lindo cuento, pero no me lo compro. Justo donde termina el campo, está uno de los extremos del río, nuestro lado.

Sigo caminando hasta que llego a mi primera parada.

-Hola, mamá... papá -las flores están marchitas, hace un año que no vengo, este lugar no me gusta, solo vengo para calmar su voz -¿Qué tal todo allá arriba? -me arrodillo frente a sus tumbas, están tan juntas que comparten la inscripción: Amanda García y Rogelio Mendoza, amados hijos y padres, que Dios ilumine su camino.

No recuerdo mucho de ellos, murieron en un accidente de carretera cuando yo tenía dos años, conductor ebrio. Un imbécil que tomó de más me arrebató a mis padres, mi abuela tiene cientos de fotos de ellos, pero mi favorita descansa sobre mi buró: mi madre me está cargando y papá la abraza por la cintura, pero no están viendo a la cámara, me miran a mí, miran al bebé recién nacido que duerme sin preocupaciones en los brazos de su madre. Espero no estarlos decepcionando.

-Perdonen si no vengo con la abuela a visitarlos, este sitio me pone triste. Es difícil... yo... -mis ojos se llenan de lágrimas -...los extraño todos los días. Cuando empieza octubre no paro de pensar en reunirme con ustedes, pero no podría hacerle eso a la abuela... además de que no tengo las agallas... Ella sigue aquí... está sufriendo y no puedo ayudarla... Me encantaría que me abrazaran y me ayudaran a superar esto, a aguantarlo... No puedo verla fuera de aquí y no entiendo por qué la abuela tampoco, dice que no era su destino morir joven... quizá por eso no se ha ido... No sé, no sé. Tengo que ir al río, mañana les traeré flores, lo prometo.

Me levanto y sigo caminando, no puedo decir nada más. Sigo llorando, pero no me detengo hasta que llego casi al borde del campo. Miro hacia la izquierda y me inclino un poco.

-No estás aquí.

Continúo avanzando y cruzo el campo, me detengo junto al río y me siento a la sombra del enorme árbol que está ahí. Me quito la mochila y la dejo de lado. Me inclino hasta que veo mi reflejo en el agua.

Veniste...

-Sabías que lo haría, me obligas a venir -mi rostro ya no es el que está en el agua, es el de ella. Me sonríe con tristeza -Ya deberías irte, ¿por qué sigues aquí?

Deja de sonreír.

Hace frío.

-Todavía no es invierno.

¿Sabes por qué me vuelve loca el inicio de octubre?

-Porque noviembre está a treinta y un días.

Su sonrisa es de alegría. Cierra los ojos y desaparece.

Me quedo mirando el agua unos minutos más. Me recargo en el árbol, suspiro y miro las flores. Todas son de un naranja intenso, todas, menos una que está a escasos centímetros de mí, esa es amarilla. Resalta entre todas, pero solo por el color, es más pequeña y no está abierta como las demás.

"Cada una espera a su otra mitad para poder abrirse del todo", eso me dijo mi abuela cuando era un niño. Miro con mucha atención a la flor amarilla, me acerco a ella y toco con delicadeza sus pétalos. Quito mi dedo y está mojado, llovió casi toda la noche, tiene sentido, el pasto también está mojado y ahora mi pantalón igual.

Me levanto y voy por mi mochila, me la cuelgo al hombro y cruzo el campo de vuelta al pueblo.

Casi son las siete de la mañana, no hay muchas personas en las calles, pero eso no va a tardar en cambiar. El aire es fresco, el pavimento está mojado y... el día por fin está aquí, igual que octubre.

Del Otro Lado Del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora