Capítulo 4

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Llevo casi hora y media escuchando hablar al profesor de filosofía, aunque "escuchar" no es precisamente lo que estoy haciendo. Esta clase le hubiera encantado, estar aquí... desde niños lo quisimos.

Abro mi cuaderno en la última hoja y tomo un lápiz. Mis dedos guían al lápiz sin pensarlo, no tengo que hacer nada más que dejarlos moverse. Los trazos son suaves al inicio, pero conforme avanzo se van haciendo más marcados. Siento la mirada de Emilio sobre mí, lo ignoro, ya me acostumbré a que la gente me mire de esa manera: como si fuera alguien completamente desconocido. No me incomoda, al principio sí, pero ahora me da igual lo que los demás piensen.

Tápame...

Las flores en el cabello.

Amarilla.

Sí, esa flor amarilla. Tomo colores de la estuchera y los voy plasmando en el dibujo. Un velo que cae por la espalda.

Que no sea blanco.

No, nunca blanco. Labios...

Rojos...

...rojos.

Mejillas pálidas.

Hace frío, mucho frío...

La mirada vacía...

Muerta.

Sin vida.

No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que Emilio me sacude ligeramente. Me sobresalto un poco, todos están viéndome. Suelto el lápiz y miro el dibujo. Mi respiración se acelera y las lágrimas no se detienen. Meto los colores y la estuchera a mi mochila y me levanto, me golpeo la rodilla al hacerlo, tomo mis cosas y me voy, tomo todo menos ese estúpido dibujo.

-¡Diego!

No sé si el grito fue de Emilio o del profesor, no tengo idea y no me interesa saberlo, solo quiero salir de aquí. Abro la puerta de un empujón y la brisa me golpea la cara, me tambaleo un poco, pero consigo mantener el equilibrio. Empiezo a correr, bajo las escaleras, casi caigo de nuevo, pero eso no me detiene. Sigo corriendo, la gente me mira cuando paso a su lado. Llego a la salida de la escuela y acelero el paso.

-¡Diego! ¿Qué haces por aquí, cariño? ¿No deberías...?

No escucho lo último que me dicen, no volteo a ver de dónde proviene esa voz, solo hay una voz que quiero escuchar en este momento y sé dónde encontrarla. Choco con alguien en la entrada del panteón, esta vez sí toco el suelo.

-¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? -alguien se me acerca, pero evito que me toque.

-Lo siento -digo y me levanto.

-¿Te lastimaste?

-No, no, estoy bien. Perdón.

No digo más y reanudo mi marcha. Escucho los quejidos, se hacen más fuertes conforme me acerco. Veo el campo y acelero más. Me dejo caer de rodillas cuando llego al extremo del río, me duelen de inmediato, estoy seguro de que mañana tendré moretones y rasguños, pero por ahora no importa. No he dejado de llorar desde que salí de clase, estar aquí solo me produce más ganas de no parar. Bajo la cabeza y cierro los ojos con fuerza.



Tengo las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en mis pies. Me seco la última lágrima y suspiro.

-Con que aquí es donde te escondes.

Miro de reojo a tiempo para ver a Rosa sentarse junto a mí.

-Es muy bonito... -me enderezo y la miro -Olvidaste esto en el salón.

Del Otro Lado Del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora