Capítulo 7

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Flores en el cabello.

Amarilla.

Sí, esa flor amarilla. Un velo que cae por la espalda.

Que no sea blanco.

No, nunca blanco. Labios...

Rojos...

...rojos.

Mejillas pálidas.

Hace frío, mucho frío...

La mirada vacía...

Muerta.

Sin vida.

Cuando despierto todo sigue oscuro, no percibo ningún ruido. Me siento poco a poco en la orilla de la cama, paso mis manos por mis ojos y los froto. Volteo hacia donde dejé todos mis archivos y no están. Me levanto y abro el armario, tampoco están ahí.

Bajo las escaleras y entro en la cocina.

-¿Viste las cosas que estaban en el suelo de mi habitación?

-Ya despertaste.

-¿Dónde están?

-¿Por qué sigues teniendo esas cosas? Solo te hacen daño.

-¿Sabes qué me hace daño en realidad? No saber dónde están mis cosas -estoy empezando a irritarme.

-Nunca quisiste hablar de eso -es como si no estuviera hablando conmigo, ni siquiera me mira.

-¿Dónde están?

-Pregunté las veces que creí pertinentes y dejé de hacerlo cuando entendí que debías ser tú el que quisiera hablar.

-No quiero hablar, quiero mis cosas -me paro frente a ella.

-No dejabas de llorar y no podía hacer nada para ayudarte. Intenté mil veces hablar con ella.

-No la menciones, ahora no. Solo dime dónde están...

-Te dolía, pensé que tanto sufrimiento te llevaría a su lado -no digo nada -Sabía que estabas pensando en eso, solo rezaba para que no lo hicieras, para que vieras todas las cosas que sigues teniendo en este mundo...

-¡No me queda nada...! -estallo -¡Sin Renata no tengo nada! ¡Me la quitaron de la forma más cobarde que puede existir! Nadie quiso escuchar, y no insistí para que lo hicieran.

-Tenía tanto miedo -sigue como si no me hubiera escuchado -Te escucho en las noches, no solo en las de octubre, aunque intentes no hacerlo... Siento tu corazón rompiéndose más cada día, igual que tu voluntad... Tu madre dijo que estarías bien, pero...

-¿Hablaste con mamá? -sigo alterado, pero eso no me lo había mencionado antes.

-Sí, dijo que estarías bien, pero no lo sé. Ella sí está descansando, no está sufriendo como Renata.

-Mis cosas -vuelvo al tema inicial sin prestarle más atención a lo que está diciendo ahora.

-Algo no está bien, lo sentí al tocar el álbum. Hay algo malo ahí.

-Solo son fotografías, pero son mías y las quiero de vuelta.

-Corre por tus venas, envenenada, turbia y fría.

-¿De qué estás...? -me sujeta con fuerza de los brazos. Sus ojos están blancos y abiertos de par en par. Intento soltarme, pero tiene más fuerza que yo.

-El río es más frío en invierno, cariño.

-No es invierno -todo mi enojo se esfuma, el miedo toma su lugar.

Doy un fuerte tirón hacia atrás y logro soltarme de una de sus manos. Me deja rasguños por todo el brazo, pero no me duele... No hay dolor...

-Dijiste que te quedarías en casa... ¡¿Por qué no cumpliste?!

Me pego a la pared, extiendo los brazos hacia ambos lados, intento encontrar una salida... no hay dolor... Las marcas de los rasguños desaparecieron. Estoy soñando... es una pesadilla...

-Tenía tanto miedo del velo blanco... te harías daño... mamá lo dijo...

Esa no es mi abuela, pero ver su forma de esa manera me aterra. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. Quiero despertar, intento hacerlo... No puedo. De nuevo, inténtalo.

-¿Te gustaría ver mi lado del río?

Estoy temblando, la habitación está helada. Abro los ojos para encontrarme con un rostro deforme a unos centímetros del mío. Abre la boca y saca una lengua de serpiente, escurre saliva a montones.

-Hace frío, ¿no es cierto? ¿Ahora puedes sentirlo? Todos en algún momento vemos algo que no debimos...

Siento su lengua sobre mi mejilla, deja un rastro baboso de mi barbilla hasta mi frente. Me sujeta los brazos con unas enormes garras.

-¿Lo sientes?

Mi piel comienza a abrirse, veo la sangre escurrir por entre sus garras, el dolor que antes no sentía ahora es desgarrador. Grito, pero eso solo parece hacerlo feliz. Acerca su cara a las heridas abiertas de mi brazo izquierdo y pasa su lengua suavemente sobre ellas.

-Sabía que estaba en tus venas. Mi precioso río... ya no estás frío...

Entierra sus dientes y muerde con fuerza. Intento luchar, soltarme, despertar. Siento cada centímetro de piel desgarrándose, desprendiéndose. Oigo algo crujir, miro hacia dónde está y veo mi brazo entre sus garras, pero ya no está unido a mi cuerpo. El dolor invade cada poro de mi piel, me siento mareado, no puedo sostener mi propio peso, me dejo caer de rodillas.

-Tan cálido...

Del Otro Lado Del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora