Capítulo 11

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Su voz me acompaña en la canción, es difícil enterrarla si me sigue a todas partes.
Hemos cantado esta canción juntos desde que éramos niños, su padre me enseñó a tocar la guitarra y ella me regaló la que ahora estoy tocando. Tenerla en casa era imposible, en las noches las cuerdas tocaban solas esta melodía, de haberla dejado ahí me hubiera vuelto loco desde hace mucho, aunque tal vez ya lo esté un poco.

Me meto más en la canción hasta que dejo de escuchar su voz. A través de mis ojos cerrados puedo ver el festival de hace dos años. Cuando subí al escenario todo el mundo guardó silencio, la primera y última vez que todos me escucharon... Me quedé de pie en el centro, no llevaba maquillaje como los demás años, me colgué al cuello la guitarra, mis dedos recorrieron las cuerdas un par de veces, mi cabeza me pedía que bajara de ahí, mi corazón lo exigía. Suspiré y...

-¡No! ¡¿Qué quieres?!

Abro los ojos de golpe y dejo la guitarra a un lado. Corro hacia la puerta, esa era la voz de Rosa. Salgo y la veo pegada a la pared, temblando de pies a cabeza, Emilio la está sujetando de los brazos. Me acerco y lo aparto.

-¿Qué pasa? -mira hacia la puerta detrás de mí por un par de segundos, comienza a llorar y se cubre el rostro.

La acerco a mí y la abrazo, sus brazos me rodean con desesperación. Volteo a ver a Emilio buscando respuestas, pero él solo se encoge de hombros.


-¿Estás mejor? -le pongo un vaso con agua en las manos, mientras lo bebe yo me siento.

-Eso creo -deja el vaso vacío sobre la mesa y baja la mirada -Solo quería ver qué harías.

-No te pido explicaciones, está bien -me mira y yo le sonrío -De igual forma ibas a verme en un mes haciéndolo frente a todos -pongo mi mano sobre las suyas, está helada.

-Yo...

-¿Qué pasó? -Emilio está pálido, se inclina hacia adelante y sigue hablando -Estabas bien un segundo y al otro...

-No lo sé... cuando me di cuenta Diego ya estaba frente a mí, no sé qué pasó antes -no digo nada, siento que está mintiendo, reconozco esa expresión de pánico, la he visto en mi espejo infinidad de veces, pero no la pienso presionar.

-No importa, lo bueno es que ya pasó -toco las pequeñas cicatrices de mis manos, siento un hormigueo extraño -Tengo que ir a acomodar las cosas del salón de música, los veo en unos minutos.

Me levanto y camino hacia el pasillo. Mi mente está en blanco, sigo tocando las marcas en mis manos.

-¿Puedo acompañarte? -me toma del brazo, me detengo y la miro desconcertado, parpadeo un par de veces y noto que es Rosa.

-Claro.

Caminamos en silencio hasta llegar al salón, entramos, ella se queda en la puerta y yo voy al lugar donde dejé la guitarra. La llevaré a casa, tenerla aquí es una muestra de que no podré superarla, mejor que esté conmigo, así le demostraré a Renata que esto va en serio.

-Nadie murió ayer -cuando volteo está justo detrás de mí, en sus ojos hay algo que no puedo descifrar.

-No -me cuelgo la guitarra y tomo el cuaderno que cayó al suelo cuando salí corriendo.

-No seguirá así por mucho, ¿verdad?

-No lo sé, supongo que no... Tú solo quédate en casa -camino hacia la salida, pero ella me detiene.

-Quiero respuestas.

-Te di todas las que tenía.

-Lo sé, y también sé que tú quieres más -ahora lo reconozco, eso en su mirada era lo mismo que tenían los ojos de Renata: coraje, valor.

-Rosa...

-Ayúdame, creo que es justo para todos, sobre todo para las chicas que murieron... para Renata.

Escuchar su nombre en voz de alguien que nunca la conoció es raro.

-¿Qué quieres conseguir con esto?

-No lo sé -suelta mi brazo -Justicia, tal vez. Quizás sea seguridad, certeza de que nadie más va a morir de esta forma.

-¿Qué viste hace rato?

-Ya te lo dije -desvía la mirada, una clara prueba de que está mintiendo.

-Te diré lo que yo creo: estás mintiendo. No pienso presionarte para que me lo digas, pero tampoco pienso ayudarte. Estoy cansado, ya no puedo con esto. Necesito seguir con mi vida, perdí más que a Renata... perdí todo. Tal vez creas que somos muy jóvenes para poder hablar del amor, para creer que ya encontramos a nuestra alma gemela, pero no es así... Renata era el amor de mi vida, no hacía falta pensar en eso, lo supe desde el primer momento. No he superado que ya no esté aquí, pero quiero intentar seguir adelante, no es justo y eso lo sé, pero yo no soy nadie para cambiar lo que pasó... El dolor está acabando conmigo...

-¿Las respuestas que buscaste por tanto tiempo no te ayudarían a parar ese dolor? ¿A sacártelo del corazón?

-Ya nada podría sacarlo. Siempre he sido un cobarde -las lágrimas corren por mis mejillas -No tuve el valor de descubrir lo que realmente había pasado y ahora no lo tengo para seguir soportando esto.

-Diego...

-No -intenta acercarse, pero no se lo permito -No.

Salgo del salón, esta vez no me detiene, tampoco viene detrás de mí. Voy al jardín principal de la escuela y me siento bajo un árbol, miro la pantalla del celular, en cinco minutos empieza mi clase.

Mi mente regresa dos años en el pasado. Suspiré y comencé a tocar, el aire estaba helado, mis dedos congelados, pero nada de eso importó. La voz salió de mi garganta desgarrada, alguien más me acompañó a cantar... Renata. Estaba sentada en el banco junto a mí. Conforme la canción avanzaba el escenario bajo sus pies comenzó a llenarse de agua, mis mejillas ardían igual que ahora y cuando canté el último verso todo desapareció.

Me limpio la cara con la manga de mi sudadera y me pongo de pie. Dejo el cuaderno en el casillero y tomo todo lo demás, la guitarra sigue en mi espalda.

Entro al salón, Rosa y yo cruzamos miradas, soy yo el primero en desviarla. Me siento donde siempre y me quedo en silencio, hoy no es un buen día para charlar.

Del Otro Lado Del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora