LA CASA DE LOS ABUELOS

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Las familias Rossi y Matterazi por décadas fueron sinónimo de amistad, el abuelo de Nicolás; Alessandro Matterazi creció junto a Bastian Rossi como hermanos, y al ser estos, hijos únicos de dos mejores amigos de toda la vida; crecieron como hermanos. Tan grande era la unión formada entre de ambas familias, que al ellos al crecer y a bautizar a sus primogénitos vieron, el uno en el otro al padrino más idóneo, ambos vieron en su mejor amigo al hombre que actuaría como un segundo padre, si es que el verdadero llegase a faltar.

Así fue como Athan Matterazi y Giovanni Rossi poco después de nacer ya estaban destinados a reforzar aquella amistad.

Pasaron miles de momentos juntos, desdé su primer día en la escuela, hasta su último día en la universidad; luego también su dura pero placentera incursión en la Abogacía y sus matrimonios.

Crecieron juntos como hermanos y luego juntos heredaron el denominado negocio familiar.

Luego de la muerte de sus padres se convirtieron en socios a partes iguales de una exitosa firma de abogados y aunque ambos hubieran querido que sus hijos siguieran con su legado, como ellos lo hicieron con sus padres, Athan sorprendió a todos.

Él estudio arquitectura y poco después de su graduación fundo su propia constructora, y entonces solo quedo Geovanni a cargo de aquel bufete, tomando el puesto de su padre y de su padrino como presidente de la firma, y pese a que la decisión de Athan rompió lazos con su padre, hasta el día de su muerte, la amistad de Geovanni nunca titubeo.

Siempre lo apoyo, ellos habían crecido desde pequeños apoyándose el uno al otro, como amigos y como familia.

Y poco después al tener ellos hijos propios—Nicolás y Alonzo procuraron que esa amistad, que había convertido a esas a dos familias diferentes en una sola ya desde las épocas de sus abuelos, continuara igual o más fuerte en futuras generaciones.

...

A Ana le gustaba la casa de los abuelos. Era alejada de la ciudad, en el centro de cien acres de bosque de castaños, sephoras y tilos, y se accedía a ella solo por una enorme puerta donde se encontraban cuatro vigilantes, día y noche.

— ¿Los Rossi también vendrán hoy?—preguntó Gabrielle, al notar los autos tanto de Alonzo como de su tío Antoni, lo que realmente quería saber era si Raimondo iría.

Dante sonrío pedante y dijo—Hoy jugaremos en el póker— algunas veces cuando todos los Rossi y Matterazi estaba reunidos jugaban al póker y el ganador siempre era Dante.

A quien el juego ni siquiera le parecía entretenido, lo creía demasiado fácil; todo era cuestión de lógica, de saber escoger la posición y el orden de las cartas adecuadas; para obtener una royal flush y terminar la partida.

Pero cuando venían los Rossi, en especial Adriano Rossi, él póker comenzaba a interesarle mucho. Adriano siempre perdía contra él, pese a que era considerado como un jugador extraordinario; no podía superar ni una sola vez a Dante y eso lo frustraba tanto que lo llevaba al borde de la furia y a Dante aquello le parecía sumamente entretenido.

Ana fue la primera en entrar a la casa, los abuelos estaban esperando junto a la puerta; Mariza lucia emocionada y, Nicolás, junto a ella, lucia impaciente.

—Mis niños— dijo Mariza en voz alta, estirando sus brazos como buscando lograr abrazar a su hijo y nietos al mismo tiempo.

Su abuelo sin moverse del lugar donde estaba, solo sonrió. Ana veía mucho de Nicolás en Dante, incluso mucho más que en sus dos tíos, y es que nada más hacía falta ver sus ojos; porque donde los ojos de Carlo y Rogelio expresaba despreocupación, los de Nicolás y Dante expresaban severidad y astucia.

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