4. Dúo Cómico. El concurso

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La cafetería del centro de estudiantes era una sala con un mostrador y algunas sillas y mesitas en un espacio que parecía demasiado pequeño durante los recambios de clases, cuando los estudiantes llegaban en mareas. Pero a las diez de la mañana, luego de entregar el parcial de antropología, Franco la encontró prácticamente vacía.

Una chica estaba barriendo la basura hacia el patio. El perezoso sonido de la escoba contra el suelo era lo único que se oía en la estancia iluminada por una suave luz matinal.

Martín estaba sentado frente a una mesita, dándole la espalda. Miraba en dirección a la puerta abierta, al cielo azul y muy claro.

Afuera las ramas desnudas se sacudían de vez en cuando, como transmitiendo un mensaje silencioso. Franco imaginó que tenía que ver con la paz, porque eso fue lo que sintió cuando el aire frío lo alcanzó con la misma amabilidad con la que movía el pelo de su compañero.

Sintiendo una repentina ola de afecto, le tocó la espalda mientras rodeaba la mesa para sentarse frente a él.

Martín siguió sus movimientos con una sonrisa.

—El cumpleañero. ¿Y el parcial? ¿Humillando como siempre?

—La verdad... no tengo idea.

Soltó una risita de compromiso, desanimada. Esperó que Martín no notara la manera en que evitó sus ojos.

Lo dicho era cierto: ya no tenía una certeza de nada. Franco en verdad sobresalía en cuestiones académicas, se esforzaba para que fuera así, y eso le había asegurado buenas notas toda su vida. Pero las cosas fueron distintas esa mañana. Se había encontrado durante veinte minutos en un silencioso estado de pánico, que era el peor, sin saber cómo empezar una vez tuvo las preguntas delante.

¿Y si fallo? Y si ni siquiera puedo recuperar el control de este pedazo de mi vida? Esas preguntas no dejaron de parpadear en su cabeza mientras intentaba encontrarle sentido a su parcial y se ponía a escribir.

—Fran...

—¿Sí?

— ¿Querés hablar de algo?

El tono de Martín era suave, como el que se utiliza frente a un animal herido. En más de una oportunidad Franco pensaba su relación en esos términos: el encuentro entre un amable cuidador y una criatura paralizada, temerosa de morder la única mano que le había ofrecido una caricia si esta se acercaba demasiado.

Sonrió, esperando que ese gesto no se notara tan antinatural como lo sentía.

—Estoy bien. En serio. No tengo ningún problema del que hablar.

—No dije que lo tuvieras.

—¿Entonces de qué estamos hablando?

Un arañazo salido de la oscuridad, como una advertencia sobredimensionada y automática en su desesperación.

Franco buscó los ojos de Martín en un parpadeo avergonzado.

Su mirada seguía siendo la misma de siempre; amable, ausente del profundo odio que sentía hacia sí mismo en esos momentos. Había otras cosas en sus ojos también. Una comprensión demasiado grande, incluso para un chico de veintidós años. Franco a veces tenía que recordarse eso. Lo joven que era a pesar de ser el mayor del grupo. Pero era fácil olvidarlo cuando parecía transitar la vida como si fuera un libro que había leído mil veces. Entendiéndolo mejor cada vez.

—De lo que te tiene tan preocupando... o de lo que quieras. Creo que no estás pasando un buen momento. ¿Hay algo que pueda hacer?

Franco apretó los labios, su boca formando una línea que se curvaba hacia la derecha. Un gesto miserable, que hablaba de represión, de palabras que no quería decir. De lo no que no hablaba era de lo conmovido que se sentía, incluso enfrentado a esa vulnerabilidad insoportable, de tener al menos una persona que parecía verlo de verdad.

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⏰ Última actualización: Sep 19, 2020 ⏰

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El chico del yesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora