25. Están aquí

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Un aire de pesadez se instaló en el cuarto

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Un aire de pesadez se instaló en el cuarto. En medio de aquel silencio, me mantuve alerta a los pequeños sonidos, como las pisadas cuidadosas que se escucharon fuera, en el pasillo. Sentí un escalofrío sin razón aparente. Algo no andaba bien; lo notaba en el ambiente, lo sentía en el pecho.

—He esperado mucho para estar a solas contigo, espero que valgas la pena. Si no es así, me enojaré —dijo una voz grave desde el otro lado de la puerta.

Retrocedí tanto como pude mientras mis ojos seguían buscando el collar. No quería estar sin él, me sentía desnuda.

—¿Hola?

«Sí, Valentine, seguro que el demonio te devuelve el saludo».

—¿Hace falta que me presente? —La risa que siguió a esa pregunta extrajo todo el aire de mis pulmones.

—¿Tú sabes dónde están los chicos?

—Atendiendo una falsa alarma lejos de aquí. Muy muy lejos.

Era la primera vez desde que habían llegado a mi vida que no me respondían, ni siquiera dentro de mi cabeza. Eso no podía significar nada bueno; estaba preocupada por lo que les pudiera haber pasado.

—¿Cómo de lejos? —cuestioné.

—Digamos que están en un lugar algo caluroso, perdidos.

No tenía manera de defenderme. Supuse que mi supervivencia dependía del veneno que pudiera soltar mi lengua; de mí misma, como siempre. Había que ser valiente, pensé. Después de todo, a lo largo de tu vida solo podías contar contigo mismo realmente.

Mentira, estaba a punto de desmayarme.

—¿As? —pregunté.

La puerta se abrió de golpe, pero no vislumbré ninguna silueta. Sin embargo, sabía que el demonio estaba acercándose; el sonido de su risa se aproximaba cada vez más, haciendo que me quedara paralizada en el sitio.

—¿Quién te crees para llamarme así? No somos colegas, niña. Para ti soy Asmodeo, príncipe del infierno, el señor de la lujuria —declaró, enfatizando la última palabra.

«Lujuria. ¿Es el demonio de follar? ¡¿Por qué siempre me tocan los peores?! Debería haber prestado más atención a lo que leíamos en el convento».

—Bien por ti.

No tuve ocasión de prepararme; sus afiladas garras se clavaron en la parte inferior de mi espalda y me obligaron a cambiar de posición, atrayéndome más hacia su masa invisible. Levanté la vista y comprobé que empezaba a materializarse en una sombra negra de forma humanoide, con unos ojos de color rojo neón.

¿Dónde estaba Agus?

Estaría lejos, sin duda; me decepcionó, pero no me sorprendió. Una vez más, el universo me recordaba que no podía depender de nadie ni confiar en nadie.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora