2. Encerrado

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Narra Guillermo:

Llegamos a una enorme mansión, donde el joven me trajo tirándome al suelo de un fuerte empujón, para a continuación cerrar la puerta uno de sus cientos de perros falderos.

La inmensa casa estaba llena de gente que me observaba sin ninguna expresión en sus rostros, o eran tan fríos como su amo o actuaban así sólo por trabajo.

Hice el intento de levantarme del suelo, sin dejar de examinar mi alrededor, pero un pie sobre mi abdomen me lo impidió.

—En ningún momento he dicho que te levantaras. —Realizó un movimiento, el cual uno de los guardias dedujo rápidamente—. Poco a poco te irás acostumbrando a esto.

—Eres un demente. —Por un momento, cuando aquel hombre me tendió la mano, pensé que de verdad querían ayudarme... Pero no, todos los ricos son iguales... Siempre quieren algo más. 

El rió sarcástico, sin nisiquiera mirarme a los ojos.

—No sabes nada de mí, chico. Así que no intentes creer saber más allá de lo que ves.

Un par de hombres me sostuvieron de ambos brazos, alzándome para llevarme con ellos a algún lugar del cual no era consciente. Veía a aquel chico, que se iba alejando de mi campo de visión, el cual no dejaba de sonreír con maldad.

Estuvimos bajando escaleras, y cuando estuvimos abajo del todo, en lo que parecía ser un sótano, de nuevo me arrojaron al piso, haciéndome daño en la espalda.

—¡Tened cuidado, hijos de puta! —les grité enfurecido.

—Nosotros no tenemos porqué tratarte con respeto, escoria. —me dijo uno de ellos, tras pegarme una patada—. No vuelvas a dirigirte a nosotros con tanto descaro.

Me acurruqué en el suelo, quejándome del dolor del golpe, y volvieron a levantarme para sentarme sobre una silla; a la cual me ataron, para a continuación salir de la habitación sin decir nada.

Aquello era como un calabozo, sólo más ornamentado y cómodo de lo que solía ver en las películas cuando era pequeño. Incluso había las típicas rejas de las cárceles, las cuales dejaban ver que la puerta permanecía abierta.

Sin saber qué iba a suceder a continuación, me dediqué a observar cada objeto y cada detalle que estaba a mi alcance.

Escuché unos pasos acercarse, de quién pude confirmar lo que sospechaba. Los pasos eran de uno de los chalados por los que estoy en este lugar.

—¿Te gusta tu nuevo hogar? —preguntó una vez entró, situándose frente a mí—. Es mucho más acogedor que el que solías tener, ¿no lo crees?

—Prefiero mil veces vivir en la calle. —Yo me mantenía impasible ante su mirada, algo que no le agradaba del todo.

—Vaya, qué desagradecido. —Se volteó, quedando de espaldas a mí, e hizo una seña para que sus guardias desaparecieran del área en el que nos encontrábamos—. Creo que necesitaré más tiempo para ti. 

—¿Más tiempo para mí? —Una mueca de confusión se reflejó en mi rostro al oír lo que dijo—. ¿Qué quieres decir con eso?

—He tenido muchas mascotas... —empezó a hablar, mientras  se movía alrededor de mí—. Así como tú eres la mía ahora. Y nunca —Se paró justo delante de mí, recalcando esa última palabra mirándome a los ojos y continuó—. nadie me había hablado tan mal. De hecho, ninguno de los anteriores fue tan osado como para articular tales palabras.

—Cualquiera que se tenga un poco de amor propio lo haría sin dudarlo un segundo.

—¿Eso crees? Yo pienso otra cosa, y es que ellos eran lo suficientemente listos como para meter la pata de la manera en la que tú lo haces. —Se agachó un poco, hasta estar a mi misma altura y añadió—: Deberías tenerlo en cuenta chico, o te irá muy mal. Y no quisiera tener que golpearte, ni yo, ni mis setenta y siete sirvientes.

—¡¿Setenta y siete?!  —Estaba bastante impresionado con la cantidad de personas que tenía a su disposición, quienes harían cualquier cosa por semejante bastardo. La verdad es que tenía razón al decirme que debería plantearme la idea de dejar de ser tan imprudente.

—¿Impresionado? —dijo sin borrar la sonrisa de sus labios. Era odioso, él y su maldita sonrisa—. Comprendo que lo estés. ¿Alguna vez tuviste criados? Claramente si es que tuviste casa en algún momento.

—Si tuve casa, gilipollas. —Intenté no pronunciar esa palabra, pero me sentía furioso por lo que había dicho, así que me salió sola.

—Creo que sigues sin entender la situación en la que te hallas.

—Lo sé perfectamente. —Suspiré, desviando la mirada a la pared.

—¿Tú crees? ¿O tengo que refrescarte las ideas?

—Soy consciente.

—Está bien. Espero que así sea. —Se colocó detrás de mí y siguió hablando—: Mañana te daré una lista, donde te informaré de qué cosas puedes o no hacer, y obviamente de las que debes sí o sí, las cuales conllevan un castigo severo dependiendo de cual incumplas. Ahora te soltaré para que puedas dormir tranquilo, en esa cama tan cómoda. 

Por fin podía moverme a mi antojo, me giré para mirarlo, esperando a que terminase de hablar.

—También dependiendo de tu comportamiento, te quitaremos o daremos cosas. Esa —dijo señalando la cama—. por ejemplo, te la podemos quitar si vemos que tu conducta no es la adecuada. 

—¿Algo más? —pregunté sin esconder mi obvia cara de disgusto.

—Sí. Quita esa cara, o acabaré prohibiéndote también que te quejes.

—¿Sabes que no siempre se puede conseguir lo que queremos?

Él rió divertido por mi pregunta, evidentemente él sí podía.

—Yo soy la excepción que confirma la regla. —Y dicho eso, salió fuera de las rejas, dejando la puerta cerrada con llave—. Por cierto, mi nombre es Samuel pero ni te atrevas a llamarme así. Para ti soy 'Señor', 'Señor de Luque' o 'Amo'.

Y desapareció de mi campo de visión, con una sonrisa malévola dibujada en sus labios.

Me senté en la cama, acostándome lentamente sobre esta. Aún no podía creerme lo que estaba ocurriendo en mi vida. 

En menudo lío me había metido. ¿Qué se supone que debía hacer ahora?

¿Iba a hacer todo lo que me ordenara ese chiflado o a reberlarme contra él?

Mi cabeza estaba echa un lío. Ahora intentaría dormir y a ver con qué me encontraba al día siguiente...

(Autora: MrsDesrosiers17)

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora