Con la espalda descansando en el respaldar del sillón diván, que era casi tan grande como para sentir que su cuerpo se hundía en él, una mujer observaba fijamente el papel tapiz en la pared a su izquierda. Tenía el fondo beige y unos elegantes diseños ornamentales en color vino; se había estado fijando en ello durante los últimos tres minutos mientras, con sus manos entrelazadas sobre su regazo, hacía girar sus pulgares uno sobre el otro, con una lentitud casi calculada. El hombre sentado frente a ella notó que la velocidad con la que realizaba aquella acción dependía, probablemente, de su estado anímico. Como ahora parecía pensante el movimiento era sutil, sin embargo momentos antes se había puesto nerviosa y comenzó a frotar y mover sus manos entre sí, casi con desesperación.
El licenciado en psicología Elio Devrom esperaba en silencio la respuesta a la pregunta que le había realizado a su nueva paciente. Notaba en Rayna la normal falta de confianza ante el nuevo lugar, y la incómoda situación de tener que desnudar la mente ante un extraño. Había logrado que hablara muy poco durante la primera sesión, a pesar de que era palpable la necesidad de quitar todas las ideas y preocupaciones que rondaban su cabeza. Pero primero debería ordenarlas.
—Entonces, Rayna, ¿cómo te sientes? —preguntó nuevamente el hombre.
—Asegurar que estoy bien sería una mentira, pero no creo estar tan mal, de todas formas. Simplemente estoy... viva —dijo finalmente la mujer mientras un suspiro se escapaba de sus labios. Parecía que se había tomado el tiempo necesario para elegir las palabras exactas que ella creía que era adecuado pronunciar —, y creo que eso es suficiente para sentirme agradecida, ¿no?
—¿Eso es lo que crees?
—No sé lo que creo, doctor —respondió con voz cansada. Elio no entendía qué llevaba a la gente a creer que los psicólogos eran doctores —. De ser así no estaría aquí.
—Vamos a hacer un ejercicio, señora Teker —habló con voz monótona, pero firme, el licenciado Devrom —. Ordenaremos cronológicamente los aspectos que usted encuentra relevantes de estos últimos meses de su vida —indicó —. Necesito que piense en cada uno de ellos, anótelos en un papel y comenzaremos a analizarlos en profundidad durante la próxima sesión —observó que su paciente asentía en silencio —. Y por favor, recuerde que no soy doctor. Puede llamarme Elio, si gusta.
—De acuerdo, doc... disculpe, señor Devrom —aceptó Rayna Teker mientras tomaba nota mental de las órdenes de su psicólogo. Se removió un poco en el confortable sillón de la reducida sala de consulta, de forma que sus extremidades volvieran a la vida luego de una hora de inconsciente inmovilidad. Tomó su cartera, que descansaba sobre una silla frente a un escritorio de madera oscura, y se despidió de aquel hombre. La consulta estaba en una de las calles principales de Iwan, y eso podía notarse en el ajetreado tránsito. Era pasado el mediodía cuando regresó a la acera, y muchos niños corrían de regreso a su casa; lo que la hizo pensar en que, a pesar de haberse tomado el día, tenía varios asuntos que atender.
Iwan era una ciudad pequeña, probablemente de no más de diez mil o doce mil habitantes. Sin embargo contaba con las comodidades que en su pueblo, Rayna, no encontraba: un instituto universitario, un pequeño cine, un centro comercial con patio de comidas, gimnasios, un hospital, ocasionalmente un parque de diversiones y, por supuesto, su nuevo psicólogo. La ciudad estaba a unos treinta kilómetros de Crown, su pueblo natal, y ella la había conocido desde que era muy pequeña. Su familia era de las pocas que tenían un coche propio, y solían visitar Iwan casi cada fin de semana durante las vacaciones o en ocasiones especiales, como su cumpleaños.
Cuando comenzó a andar, un pequeño perrito se acercó a ella moviendo su cola con alegría, y saltó con una gran destreza a su alrededor. Supuso que se trataba de un cachorro, y oyó que alguien gritaba "Fido, ven aquí" a la distancia. Le regaló unos mimos al animalito antes de continuar su camino. Momentáneamente la idea de adoptar a una mascota se cruzó por su mente, alguien que le hiciera compañía, pero la descartó al segundo de entender que primero debía terminar de comprender como cuidar de ella misma.
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La voz del caos
Mystery / ThrillerRayna Teker atraviesa un momento determinante en su vida, y ha decidido tomar las riendas de ella. Acompañada por el dolor de la pérdida, un ex esposo violento, una madre difícil, un amigo servicial y su propia indecisión deberá atreverse a llegar a...