Las imágenes se sucedían, una tras otra. Cada fotograma era como un destello fugaz, pasando frente a él como una rápida presentación. Pese a eso, no necesitaba verlas para saber lo que ocurría. Ya conocía el final. Cada vez que tenía que experimentarlo, no importaba si eran décimas de segundo u horas, la opresión que le dejaba en el pecho era real y duraba mucho más. Siempre. Todas las veces, sin excepción. Hacía días, tal vez meses incluso, que no tenía que soportarlo y le pilló casi desprevenido. Esta vez no pudo evitar verlo todo de nuevo.
Una familia sonreía despreocupadamente, con verdadera alegría, mientras pasaba la tarde en el patio trasero de su casa. Era una vivienda sencilla pero cómoda, sin destacar, como cualquier otra casa de los suburbios de la ciudad. La fachada pintada de blanco roto contrastaba con el verde brillante del césped.
El hombre, cabeza de familia, alto y con buen porte, llevaba una limpia camisa azul cielo, meticulosamente arremangada. El primer botón parecía estratégicamente desabrochado para demostrar su carácter abierto y moderno, acompañado de unos tejanos desgastados. Todo rematado con un cuidado cinturón de cuero brillante como recién comprado. La hebilla plateada relucía con los rayos de un sol ya en su punto álgido. A sus 28 años ya se había acostumbrado a engominarse bien el pelo corto rubio para que no hubiera ni un solo mechón fuera de su sitio, pero sin que destacara demasiado. Quería que toda su apariencia reflejara juventud y naturalidad. La forma en que se ajustaba la ropa a su cuerpo demostraba las tardes que se pasaba entrenando en el gimnasio y corriendo en la calle, con medidas bien proporcionadas para sus 2 metros de altura, que pese a todo contrastaban con la figura de la mujer que le acompañaba.
El pelo negro le caía rizado sobre los hombros, tan solo cubiertos por los delgados tirantes de ese precioso y delicado vestido blanco de verano. La tela, ceñida al cuerpo, resaltaba unas sutiles pero sugerentes curvas. La piel, otras veces blanca, había adquirido un tenue color dorado, homogéneo, tras el paso de los días soleados. Ambos, tanto ella como el hombre, iban descalzos, sintiendo la hierba recién regada bajo sus pies.
El chico, menudo para sus 5 años, vestía unos sencillos pantalones verde oscuro con una camiseta blanca, estampada con la cabeza de un león rugiendo. El pelo estaba alborotado, típico de cualquier niño revoltoso en esa edad. Y junto a él, un Terranova negro azabache, que doblaba sobradamente el tamaño del niño.
El padre abrazaba dulcemente a su mujer con una sonrisa en la cara, mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas con cariño. A su vez, el niño jugaba despreocupadamente con el moloso, más cerca de caer al suelo que de mantenerse en pie.
En esa escena tan idílica, pese a poder ver algunas cosas con tanto detalle y perfeccionismo, se encontraba incapaz de ver con claridad la cara de ninguno de ellos. Las emociones y sentimientos que desprendían quedaban claros, pero acababa ahí. Podía ver la sonrisa del padre, el amor en los ojos de la madre, o la expresión de bobalicón inocentón del niño, pero los rasgos se difuminaban y volvían imposible la tarea de reconocer un rostro concreto. Todo se borraba y desdibujaba, tanto en el tiempo como en su memoria, como si alguna parte de él prefiriera que jamás pudiera recordarlas con claridad.
Tras lo que le pareció una eternidad soportando el dolor en el pecho, opresivo, intentó acercarse para, como ocurría todas las veces, ver arder la imagen y surgir la siguiente de entre las cenizas.
Ya no había sonrisas, se habían desvanecido. Donde antes se vislumbraban los cimientos de una feliz y deseada vida familiar, empezaba a filtrarse la pena y el desasosiego. El sol seguía alumbrando con la misma intensidad, pero las paredes de la casa habían perdido su brillo, y el césped crecía salvaje sin nadie que lo cuidara y lo mimara. Los marcos de las ventanas se veían desgastados, sin barniz. Difícilmente parecía el mismo hogar de antes. El edificio era el mismo, la gente que lo habitaba también. Pero aun así, la casa era distinta. Nadie reía, nadie disfrutaba. No había perro ni chico que jugaran en el patio. Tampoco abrazos y cariño llenando el espacio. El panorama lentamente empezó a cambiar.
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Noches de Bruma
Mystery / ThrillerTodo empieza con un sueño, un sueño que se repite día tras día en la vida de Daniel. No hay lugar al que huir de tu propia mente. Solo puedes seguir avanzando, y recorrer tu camino, y el camino de Daniel esconde sorpresas.