Solo una pequeña comitiva de dioses acompañó a Oengus y a su padre hasta Anwnn. Llevaban sus armas colgadas a la espalda y avanzaban con cautela por aquel territorio sin saber qué esperar.
Anwnn era un reino oscuro y frío. Se encontraba bajo el océano y era el lugar al que acudían las almas desdichadas de los muertos. Cuanto veía a su alrededor era un paisaje yermo de tierras negras, sin vida y un extenso cielo oscurecido aún sin nubes que lo poblaran. A lo lejos se levantaba la fortaleza del rey. Parecía el esqueleto de uno de los palacios que Oengus conocía de Irlanda. Se levantaba sobre frágiles columnas y pasarelas de piedra, con restos de enredaderas marchitas salpicando la roca.
Dagda fue el primero en entrar. Con el mazo apoyado en su hombro, atravesó el portón y un sinfín de galerías huecas, conduciendo a su hijo y al resto hasta una sala abovedaba y gris, donde únicamente había un trono de piedra.
El rey de Anwnn estaba sentado sobre él y les miró, apenas alzando las cejas, cuando los Tuatha llegaron. En la esquina opuesta de la sala, se alzaba con desfachatez la larguirucha figura de Gwyn Ap Nudd.
Una daga helada atravesó el corazón de Oengus al ver a su amiga en el suelo, inconsciente.
—¡Caer! —gritó, asustado. Dagda le atrapó de un zarpazo cuando intentó ir por ella y le hincó los dedos en el hombro para detenerle.
Durante el viaje hasta allí no había parado de augurar todo tipo de catástrofes y ahora estaba fuera de sí. ¿Y si se quedaban sin tiempo? ¿Y si cuando llegaran Caer ya estaba muerta? ¿Y si todo culminaba en una lucha feroz y aquellos que le habían seguido perecían antes de tiempo?
Todos habían caminado hasta allí con coraje y serenidad menos él. Le faltaba experiencia acudiendo a una batalla, se dijo. Pero quizás era solo la culpa de la que no lograba desembarazarse.
Intentó alejar esas ideas y clavó sus ojos en la chica. Salvarla. Eso era lo único en lo que se permitiría pensar.
Dagda se colocó en cabeza y, con mucha calma, recitó los nombres y ocupaciones de todos aquellos que habían ido hasta allí, así como la razón de su visita. El rey los recorrió con su mirada muerta y asintió. Juntó sus manos a la altura del pecho y habló con una voz desgastada por los siglos.
—Esta mortal ha sido entregada como sacrificio —anunció con sencillez—. No entiendo por qué la reclamáis ahora.
Su aspecto era el de un anciano carente de energías, solo el hecho de pronunciar palabra parecía requerirle un gran esfuerzo. No obstante, su mirada helaba la sangre pues había en ella una mezcla imposible de maldad e indiferencia sobrecogedora.
—Ha sido un malentendido, majestad —replicó su padre—. Hemos de retornarla a su mundo antes de que Samhain acabe.
—¿Qué os importa esta mortal?
—Es importante para mí —declaró Oengus con vehemencia. Apartó la vista de su amiga y se dirigió al rey—. Por favor, ella no merece estar aquí.
—Su presencia alteró a mi Cacería —repuso el susodicho—. Llevan siglos hambrientos, muchacho. Y la tierna carne de esta jovencita podría saciarles...
—¡No, pero...!
Dagda volvió a tirar de él para que retrocediera pero se revolvió. ¡Casi no quedaba tiempo! Samhain terminaría en pocos minutos y entonces Caer quedaría atrapada para toda la eternidad en ese abismo oscuro.
¡No podía permitirlo!
—Majestad —Dagda entornó sus ojos, deslizando a la vez su mano por el mango de su mazo en un gesto muy significativo—. No nos iremos sin ella. ¿Nos la va a entregar o...?
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Festín de Dioses
FantasyPara los celtas, samhain es la última noche del año. Antaño, dioses y reyes se reunían el 31 de octubre para festejar sus victorias comiendo y bebiendo en sus fastuosos palacios y alzando sus armas, cargados de orgullo. Pero de eso... hace mucho. Es...