Él era solo un niño para mi. Rodrigo tenía tan solo 19 años, yo recién cumplía los 39; cualquiera pensaría que se trataba de una aberración. Pero la atracción no respeta géneros, razas y mucho menos edades. Desde ese momento supe que el mayor pecado estaba tocando a mi puerta. El mismo demonio llevó la tentación hasta mi e forma de un adolescente muy simpático y atractivo. El único problema, es que se trataba del hijo de mi mejor amigo.A Julián, su padre lo conocí cuando teníamos 17 años. Era del grupo de chicos que nos reuníamos a jugar baloncesto en el parque central de nuestra comunidad. Nos hicimos muy buenos amigos. Nos frecuentábamos demasiado. Pero a sus 20 años un embarazo no deseado hizo que todos sus planes cambiaran sus planes originales. Rodrigo fue el primero de tres hijos. Los miré crecer hasta que tuvieron que mudarse por cuestiones laborales. Julián y yo seguíamos en contacto vía telefónica, al menos cuando se podía. Nunca dejamos de ser tan buenos amigos.
Pasaron los años; siempre escuchaba de sus hijos, de sus esposa, de su trabajo, y todas esas platicas que se alargaban en llamadas cuando se podía. Entonces, llegó el día en que Julián me marcó para un favor muy especial. Después de platicar durante unos minutos noté un poco de ansiedad en las palabras de mi amigo, intentando decirme algo.
—El verdadero motivo de mi llamada es un gran favor que quiero pedirte. Rodrigo piensa estudiar la universidad en nuestra ciudad, y nosotros tenemos pensado volver hasta el próximo año. Así que necesitamos un tutor, y sobre todo un lugar donde él pueda llegar en lo que nosotros hacemos todos los movimientos necesarios para volver.
—¿En serio volverás a la ciudad?
Vaya que esa es una grata sorpresa.
—Tenemos esa idea desde el año pasado. Ahora que nuestro muchacho entrará a la universidad, nos gustaría que estudiara ahí para que se vaya adaptando. ¿Qué opinas?
—Pues primero que nada, sabes que siempre cuentas conmigo. Tengo un cuarto extra; así que puedes contar conmigo.
—¡Que mejor que mi mejor amigo como tutor de mi hijo! Lo platiqué con mi esposa, y me pareció una excelente idea.Pasaron los meses como agua sobre las manos. Preparé la habitación de mi nuevo inquilino. Era un cuarto junto al mío, compartiríamos el baño de la planta alta. Equipe su habitación con todas las comodidades que supuse a un joven de su edad le gustaría tener. Sabía muy bien que sería como un tío para el. Y vaya que se me daba eso de ser consentidor.
Estuve una hora antes en el aéreo puerto para recibir al chico. Me compre un periódico para leer en la espera. Supuse que no me reconocería, así que llevé una hoja impresa con su nombre para que me identificara. Desde lejos pude identificar es mirada tan imperdible. Sus ojos eran idénticos a los de su padre, cargaba una maleta cruzada, y arrastraba una valija con su otra mano. Levantó su mano al leer su nombre. Sonrió con esos dientes tan perfectos; vaya que el niño era todo un adonis.
—Hola. ¿Es usted Erick?
—Así es. Bienvenido Rodrigo. Déjame ayudarte con tus maletas.
Caminamos hasta el auto. Él unos pasos delante de mi. Un chico muy platicado y agradable. Hicimos muy bien click desde el primer contacto. De inmediato supe que nos entenderíamos muy bien. En el trayecto le platiqué un poco sobre cómo nos conocimos su padre y yo. Me contó un poco de cómo vivían en las afueras de México, y mientras llegábamos a casa, pude conocer un poco más de ese chico tan guapo y atractivo.Era muy maduro para tener solo 19 años. Tenía ya un plan de vida, metas muy claras. En un par de semanas sería su examen de ingreso a la universidad. Así que tenía en qué entretenerse. Llegamos a casa, bajamos su maleta, entramo a casa y le enseñé cada rincón de la casa. Le dije que se sintiera libre de time lo que necesitara. Subimos a su habitación, y quedó fascinado. No esperaba un cuarto tan equipado. Le expliqué donde estaba cada cosa y cada lugar; y también le comenté de mis horarios. Le di mi número de teléfono por cualquier cosa, e incluso le propuse mostrarme un poco de la ciudad en mis ratos libres.
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EL HIJO DE MI MEJOR AMIGO
AcakÉl era solo un niño para mi. Rodrigo tenía tan solo 19 años, yo recién cumplía los 39; cualquiera pensaría que se trataba de una aberración. Pero la atracción no respeta géneros, razas y mucho menos edades. Desde ese momento supe que el mayor pecado...