-Sólo por ti-

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Acabo de dejar la nota sobre la mesa. Sí, justo ahora. Y he salido corriendo con la maleta a rastras, la misma con la que pensábamos fugarnos esta noche. He bajado en el ascensor con los ojos cerrados, y montado en el coche de mi madre (que ya esperaba en la puerta porque también acababa de avisarle) de la misma forma, sin querer mirar atrás. Sin querer ver tu casa ni las luces encendidas mientras preparas la cena, mi favorita, ésa que me has prometido. Mi madre me abraza pero yo no me muevo, estoy ausente. Acomoda luego mi maleta en el maletero y me anima a decirle qué ha pasado desde el asiento del conductor. Se le ve contenta. Mucho. Claro, como al final parece que he entrado por su estúpido aro..., pienso con resentimiento. O eso cree ella. Sigo odiándola. Eso no ha cambiado. Otros sentimientos en mí, sí.

El coche se pone en marcha y empiezo a dejar tu casa atrás, nuestro hogar. Se me hace todavía más grande el nudo en el estómago, en la garganta. Me cuesta no bajarme, no gritarte que me detengas o que vengas por mí, como hiciste en la estación de esquí, aquella tarde en el instituto cuando huí. ¿Por qué...? ¿Por qué no te has dado cuenta aún que me he ido? ¿Tanto confías en mí? Aprieto la tela del abrigo con los dedos. ¿Qué estoy haciendo? Quiero volver. Quiero dar media vuelta, ir a casa contigo, con Inko, con Yasuko. Sois mi familia...

No obstante, algo dentro de mí, muy al fondo, me dice que es lo correcto. Que es lo que tengo que hacer para estar a tu altura. Para lograr lo que queremos a nuestra manera y ser felices sin que nadie nos vuelva a cuestionar. Para que estés orgulloso.

Así que mi pequeño cuerpo no se mueve. Permanece inerte hasta que las luces de las farolas dejan de danzar a través de la ventanilla y se detiene suavemente. Mi madre vuelve a parlotear como un loro alegre, y yo me acuerdo sin remedio del pájaro lamentable que no sabe ni decir su nombre, mientras bajo del coche como una autómata para seguirla hasta su casa. Un sitio perfecto para una familia perfecta. Sin defectos. Ya lo sabía. Inmaculado. Idílico. Surrealista. El resto de miembros estaban en la entrada para recibirme. Dan la bienvenida con una reverencia. Y entonces, una lágrima asoma por mi fría mejilla.

No. Yo no pertenezco ahí. No a ésa familia. No puedo soportarlo más. El dolor es demasiado fuerte.

Ryūji... Ryūji...

Las lágrimas caen sin piedad, y corro escaleras arriba, buscando mi habitación para echarme en la cama a llorar, desconsolada sobre la almohada.

Duele. Duele. Duele. ¿Qué clase de novia soy? ¿Quién se va en mitad de la noche, dejando a la persona que más te importa? Quería morirme.

Soy despreciable.


***


Han pasado unos días y no he querido moverme de la cama. Tampoco he deshecho la maleta. Y la animada charla de mi madre es ahora silencio, tal como la recordaba de niña. Celebro que al fin respete mi espacio. Quizás se haya dado por vencida y sepa que no le voy a contar el verdadero motivo de mi decisión. Me da igual. Porque sólo me importas tú.

Quiero verte.

Quiero oírte.

Pero sé que si lo hago, me rendiré con facilidad y voy a volver para que me abraces y lo hagas todo por mí como de costumbre. No soy tan fuerte como piensas pero debo serlo, por los dos. He escuchado mi teléfono sonar una veintena de veces y no he sido capaz de mirar, por si eras tú. Aunque si tienes fe en mí, he de hacer lo mismo, así que me levanto al fin dolorida y lo examino. Son mensajes, llamadas perdidas de todos los compañeros de clase, preocupados. Emociona, no lo niego. También asusta. Con un suspiro y amago de sonrisa, les respondo uno a uno, adjuntando una foto. No sé si serán capaces de entenderlo, pero si lo hacen, querrá decir que también me van a respetar.

Sólo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora