Hogar

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Ese lugar donde me siento en paz, donde me siento tranquila, segura. Mi hogar. 

Donde es como dejar de respirar, morir y volver a renacer para respirar el aire más puro que pueda existir, mientras el aire fresco acaricia tu piel suavemente. Vuelves a renacer. 

Escuchas las notas musicales más tiernas y bellas que hayas escuchado jamás. Donde sientes que a pesar de no tener absolutamente nada a tu alrededor, a parte del atardecer y el hermoso e inimaginable espacio iluminado por las más brillantes estrellas, lo tienes todo. No hace falta nada más, nadie más, solo yo y mi conexión con ese lugar. 

Podría caminar toda la eternidad, mientras veo las flores de cerezo caer al suelo de cristal en el que estoy caminando. Otra vez, ese viento que mueve mi cabello al compás de mi existencia, con mi mirada al frente, mirando el atardecer más maravilloso jamás visto, con esos tonos rosas y naranjas. Sonrío, porque no puedo pedir nada más. Jamás me había sentido tan feliz, porque al final de un camino lleno de las espinas de la rosa que sostenía entre mis manos, encontré mi lugar y pude quedarme en él. 

Mi vestido blanco se levantaba con una repentina brisa que llenaba todo mi ser y mis ojos de color cambiante, que reflejaban aquel paisaje indescriptible. Sabía que ningún alma sería capaz de ver y sentir lo que yo. Estaba allí, era mi momento, mi momento de descansar en paz. 

El sonido del violín me recuerda de un hecho y al son de sus notas musicales, que combinaban con el ambiente y mis sentimientos, tomé mi rosa, miré hacia atrás y sonreí con lágrimas resbalando por mi rostro. Me despedía de los que me habían acompañado todo este tiempo, estaban después de la puerta, después del jardín. Todos llorábamos de felicidad, porque lo había logrado. Antes de desaparecer la puerta blanca que me separaba de ellos, los miré con una gran sonrisa, a la vez que sentía que alguien sostenía mi mano. Observé con mucha atención y sonreí con más solidez, era él. Lo tomé con fuerza de su mano derecha y él tomó con fuerza mi mano izquierda, miramos al frente con firmeza y nuestras últimas palabras para él mundo sonaron al unísono. 

-¡Gracias!

-¡Gracias!

















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