Capítulo 20: Shira.

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Hans se había pasado gran parte del día gritando a los tripulantes que les acompañaban en el trayecto, realmente no tenía motivos para hacerlo, pero cada cosa que realizaban estaba muy mal vista por su parte. Stella se empezaba a cansar de aquel comportamiento tan absurdo, no entendía a qué venía esa forma de actuar.

—Hans, ¿se puede saber qué te pasa? —dijo la chica alzando una ceja.

—¿A mí? Nada en absoluto. —el príncipe se detuvo un segundo para mirarla y negar rotundamente.

—¿Por qué hacéis eso? ¡Dejad de perder el tiempo! ¿Sabéis hacer algo bien? —Stella trató de imitar la actitud del chico de forma cómica y ridícula—. Eso pasa.

Hans soltó un bufido y se dirigió hacia donde estaba ella con paso ligero, pero la joven no retrocedió.

—El problema es que esta panda de idiotas no hace nada para que el barco acelere y lleguemos antes a nuestro destino.

—No tengo mucha idea en conceptos de navegación, el experto en ese terreno era mi hermano, pero creo firmemente que existe algo llamado viento —tenía el rostro del príncipe tan cerca que logró intimidarla mínimamente e incluso llegó a sonrojarse un poco—. Si lo que quieres cambiar es el curso del viento, deberías controlar el aire y no el fuego.

Stella se fijó en el rostro del chico; la verdad es que esa penetrante mirada rojiza cargada de enfado infundía respeto, pero estaba acostumbrada a verle así. Observó detenidamente su cabello, rojizo como el fuego que derramaban sus manos; en sus mejillas, con unas pocas pecas que hacían su cara un poco más simpática; sus patillas y cejas, igual de rojizas que su peinado; en su mentón y en sus labios, también con muestra de enfado; en su nariz, pensando que si se acercaba un poco más a él, se rozaría con la propia. La mirada de repelencia que desprendía el príncipe no logró asustarla tras aquellos segundos, todo lo contrario, le pareció encantadora.

—Pues quizás lo haga. —Hans se alejó de Stella apreciando cómo ella se había quedado un poco en las nubes al tenerle tan cerca, pero no lo tuvo en cuenta. Se dio la vuelta y suspiró, dirigiéndose hacia la puerta que daba al interior del barco con intención de descansar.

—Pues muy bien. —contestó la joven cruzándose de brazos.

—Pues eso.

—Que vale.

—Pues ya está. —tras esa pequeña y absurda discusión, Hans pegó un portazo y desapareció de la cubierta del barco.

—Uff... Mira que es cabezón —ella negó con la cabeza y los ojos en blanco, acto seguido cogió a Dicky en brazos y se dirigió a observar el mar.

Su mayor sueño siempre había sido el de ver la oscuridad iluminada; observar un lugar oscuro bañado por la mayor y más bonita de las luces, sin conformarse simplemente con la luz de las estrellas. Una luz que se reflejase con todo pero aún se siguiera notando que fuera por la noche. Una luz ascendente e iluminadora con decisión propia, pero sabía que aquello era algo mágico, mucho más que los poderes de Hans o de la reina de Arendelle; era otro tipo de magia.

También se puso a pensar en el comportamiento de Hans, no se explicaba los motivos de aquello. Cierto es que siempre había sido algo duro con los demás, al menos en el tiempo que ella le había conocido, pero le notaba raro. Tenía entendido que en Arendelle, tras conocer los dotes de la reina Elsa, gran parte del pueblo sintió miedo ya que parecía peligroso; sin embargo, con Hans fue muy diferente. No le temieron tanto, sí hasta el punto de obedecerle pero no de huir y atacarle. Solo uno de sus hermanos pareció interesarse por el tema, ese tal Linus.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora