Prólogo

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¿Alguna vez has estado cansado?

De pronto ocurre algo y piensas: "por qué no me di cuenta antes".

¿Alguna vez has querido volver atrás, o simplemente refugiarte en tu cama bajo ese olor conocido, un olor a familiaridad; y las frazadas que te protegen de todo mal?

Yo deseaba estar ahí, en mi cama, con la ventana en la cabecera y la mente tranquila, ¡pero la realidad era muy diferente, angelitos míos!

La realidad era que apenas podía controlar mi respiración. Tiritaba, si, y no sabía si era el frío o el miedo, pero lo cierto es que no paraba de tiritar.

A mi alrededor veía hombres, todos esposados a los fierros de la pared. La mayoría no se percataba de mi presencia; lo más probable es que les interesara una mierda, pero de vez en cuando alguno me miraba con duda o curiosidad. Siempre he parecido débil, pero no esta vez, no, nadie te mira como débil cuando estás esposado y con los brazos manchados en sangre.

Esperé por casi media hora cuando los policías me llevaron a aquella sala amplia. Una mujer de cabello negro tomado en una cola estaba sentada, a su lado un hombre con una cicatriz en la mandíbula estaba de pie. Bajé la vista al ver su rostro, la mujer por su parte abrió una libreta y me pidió tomar asiento.

- Permiso - dije antes de sentarme mientras uno de los policías sonreía disimuladamente.

- Adelante - dijo ella - Yo soy Paola. Soy psicóloga y quiero hablar contigo, ¿tu nombre?

- Gabo - dije torpemente.

- ¿Gabriel?

- No, Francisco...

Ella miró confundida antes de continuar con preguntas de datos como mi edad, mi dirección, algún número familiar, mi número identificador... A medida que avanzaba el cuestionario, se le dificultaba el trabajo; ya que aparte de mi edad y el lugar donde vivía, no tenía idea de nada más.

El hombre de la cicatriz me miraba con desconfianza y se mostraba ansioso por intervenir, pero la psicóloga no le daba oportunidad.

- Francisco, ¿sabes porqué estas aquí, verdad?, ¿sabes lo que ha ocurrido?

No respondí, porque no, no lo sabía.

- Francisco - insistió ella, ante la impaciencia del hombre de la cicatriz - ¿Sabes quienes eran ellos?

Guardé silencio, porque si, porque lo sabía, pero aún no podía aceptar que estaban muertos.

- Hubo un homicidio y un suicidio el mismo día, Francisco, si nos puedes ayudar no solo...

- ¿Sabes donde está Toni? - preguntó el hombre de la cicatriz interrumpiéndola, yo comencé a negar con la cabeza rápidamente.

- ¡Aja, lo sabe! - sonrió él, mientras la psicóloga lo miraba indignada - ¡Lo sabe!

- ¡Él dijo que no lo sabe!, no puedes llegar y llevártelo, ¡Es mi trabajo hacer que diga...!

- No, no, ¡ya no es tu trabajo!, tiene que ver con mi caso así que me lo llevo...

Él salió de la sala para llamar a los policías mientras la psicóloga salía detrás de él tratando de impedirlo.

Los policías me levantaron de la silla y me llevaron a otra sala más pequeña y oscura, mientras la psicóloga trataba de intervenir, pero el hombre de la cicatriz fue tajante.

- Ya no es tu problema, de hecho el caso es mio. Si tienes alguna queja, repórtame, ¡pero no me toques las pelotas cuando tengo el tiempo contado!

Tras esto le cerró la puerta en las narices y se sentó en la mesa frente mio sonriendo con burla.

- Ahora, Francisco, me vas a contar todo, todo lo que tenga que ver con Toni...

- Yo... yo no sé donde está...

- Saber donde está o no, es mi trabajo - dijo mirándome fijamente - Tú me vas a contar todo lo que sepas de él, dónde lo conociste, cuándo, quiénes estaban con él, si tenía familia o no, ¡todo! Hasta si le gustaba el pan con o sin mantequilla, quiero saberlo, ¿Ok? Si lo haces, puedo sacarte de esta mierda en la estás metido hasta el cuello; tienes 17 años, "Gabo", créeme que no quieres cagarte la vida cuando recién la estás empezando...

Lo pensé, o traté de pensarlo pero mi mente estaba en blanco. Sentía que hablar del Toni en su ausencia era traicionarlo y traicionarme a mí y a todo lo que yo era. Mi "nueva" vida había comenzado por él y ahora podía llegar a su fin.

- A ver, Francisco, veo que lo estás pensando demasiado y voy a hacerte las cosas más simples: o me cuentas cómo llegaste al Toni y qué pasó con él solo si quieres seguir con tu vida; o te puedes ir acostumbrando a este lugar, porque estamos hablando de dos muertes, dos, y tú estás con la sangre de uno de ellos... y esas muertes no son lo más grave, sino las víctimas como tú, demuéstrame que eres una víctima, Francisco, porque créeme que no quieres quedarte aquí...

Di un suspiro sintiéndome atrapado, pero él tenía razón en algo: no quería quedarme en ese lugar, aun cuando tampoco me sentía una víctima. Él me miraba y aquello me intimidaba. Tenía esa misma mirada con la que el Toni ponía orden en la casa, la misma que usaba cuando Yerco y yo hacíamos algo que no debíamos, la misma mirada de la última vez que lo vi.

- No sé cómo empezar...

- Desde que lo conociste, dónde, cuándo, cómo... tienes hasta la mañana, si de aquí hasta que llegue el alba no dices ni pío, puedes ir acostumbrándote al encierro...

Y fue ahí cuando lo decidí, le diría todo, ¡absolutamente todo con tal de poder tener una segunda "nueva" vida!, porque aunque mi piel estaba manchada de sangre, yo nunca les hubiera hecho daño.



Continuará...

Hasta que llegue el albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora