Héroes de plumas negras

2 0 0
                                    


Las tropas estaban formadas a lo largo de la muralla. Arqueros al frente y justo detrás a la infantería. Entre los arqueros había un joven miliciano armado con un arco de caza y un hacha colgando del cinturón. Únicamente los nobles y las tropas de elite disponían de armaduras de cierta calidad como cotas de malla o placas de acero. Nuestro joven miliciano solamente tenía un jubón de cuero encima de sus modestos ropajes, algo normal entre los campesinos alistados en la milicia. Frente a él, el enemigo esperaba la orden de ataque. Las brillantes armaduras del enemigo y la buena equipación le hacían pensar a nuestro joven soldado la clara desventaja en la que estaban y si saldría vivo de esta batalla. Tras de él había su ciudad natal por la cual estaba dispuesto a dar la vida con tal de protegerla del enemigo invasor. Entonces se oyó un cuerno de guerra y seguido de esto las tropas comenzaron con su avance, con pasos sólidos y fuertes se aproximaban a las murallas con el objetivo de poner las escalas de asedio y tomar la ciudad. La respuesta no tardó, pues los arqueros defensores armaron sus arcos, apuntaron al cielo y dispararon una salva de flechas. Para el enemigo el cielo se cubrió de negro y afiladas flechas llovieron con tal letalidad que de nada sirvieron sus brillantes armaduras. El joven miliciano exclamó de júbilo una celebración y el camarada a su derecha se dirigió a él.

-No celebres tan rápido Edmund, esto acaba de comenzar.

Pronto los invasores hicieron uso de sus catapultas y armas de artillería para hacer llover enormes rocas sobre sus cabezas mientras las tropas avanzaban. Entonces las primeras escalas se apoyaron en las murallas y los primeros enemigos aparecieron en la muralla. Los arqueros defensores se retiraron y dieron paso a la infantería, en su mayoría caballeros feudales, hombres de armas y escuderos. Edmund fue tan desafortunado que quedó envuelto en medio de la refriega y, hacha en mano, tuvo que luchar por sobrevivir. Pronto los cadáveres, la sangre y las vísceras cubrieron las murallas, pero la defensa no cedía. Por si acaso el general a cargo de la defensa de la ciudad decidió posicionar a sargentos lanceros y haciendo un muro de escudos en las escaleras que daban al interior con tal de retrasar al enemigo en caso de que la infantería cayera. La situación empeoró cuando el flanco derecho fue rebasado y los enemigos cargaron contra la posición de Edmund y sus compañeros. Superados en número, se vieron obligados a retirarse detrás del muro de escudos de los sargentos quienes les dejaron pasar para después volver a cerrar tal impenetrable formación. Detrás de los sargentos estaban los arqueros hostigando a las tropas enemigas, sin embargo eso cambió en poco tiempo cuando las puertas cayeron ante los contundentes golpes del ariete. El portón cayó y tras de él entraron los tan temidos e imparables guerreros del Imperio del Sol, y en poco tiempo el patio cayó y los defensores se retiraron a la muralla interior de la ciudadela. La batalla parecía perdida y los golpes del ariete sonaban como un tambor anunciando el final de una canción. Pero alguien debió escuchar las súplicas del pueblo y los soldados pues un hombre dio un paso al frente delante del muro de escudos. Tras del hombre le siguieron una compañía de duros hombres de armas, duros mercenarios veteranos y experimentados en combate todos ellos de distintas tierras. Los mercenarios se colocaron delante de la puerta haciendo una formación en cuadrado de manera que cuando la puerta cedió y el enemigo entró se encontró en una jaula donde que se iba estrechando cada vez más y más hasta que sentían el dolor punzante de las lanzas y el frío acero cortando su carne. Entonces el misterioso mercenario dio un grito, cargó contra el enemigo y sus mercenarios con él. Edmund no podía creer lo que veía, ese hombre era tan diestro en combate que a sus ojos era como si el mismo diablo o el dios de la guerra se hubiese unido a la batalla. Por si sólo acabó con varios enemigos y la habilidad de su compañía no se quedaba atrás. Aquella visión de valentía inspiró a las tropas que también se unieron a la contraofensiva. La batalla terminó cuando el enemigo se retiró de las murallas y dada las terribles pérdidas y falta de suministros el mariscal imperial decidió terminar la campaña. Era un milagro, la ciudad había sido salvada y todo se debía a la valentía de una compañía mercenaria. Pero cuando llegó el momento de agradecer a los héroes ellos ya no estaban allí y en su lugar yacían plumas negras. Plumas negras de cuervos que acababan de emprender el vuelo. 

Héroes de plumas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora